Homilía para el Quinto Domingo
del tiempo pascual (C)
2 Mayo 2010
Una homilía sobre la exposición de un Laberinto de Sal de Motoi Yamamoto
en Sankt Peter de Colonia.
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Ver también la contemplación con imagen “Sal”.
Un símbolo totalmente pascual nos acompaña en Sankt Peter durante este tiempo pascual.


El laberinto es un antiguo símbolo del camino pascual, de la obscuridad de la muerte a la luz.
En este sentido tiene su origen en la época precristiana,
en la leyenda griega de la victoriosa lucha de Teseo contra el mortífero Minotauro.

El Rey Minos de Creta había vencido a Atenas en la guerra.
Él exigió, por así decirlo, como  “tributo de reparación” de Atenas un joven patricio cada año, que era enviado como víctima de reconciliación a la cueva laberíntica del monstruo.
Y hasta entonces nadie había escapado vivo de este laberinto mortal.

Un año le cayó en suerte a Teseo,
que fue enviado a Creta acto seguido.
Pero antes de que tomase el camino hacia la muerte segura, se había enamorado de él Ariadna, la hija del Rey de Creta.
Ella estaba convencida de que él podría vencer
al Minotauro y le dio un ovillo de hilo rojo
para el camino.
Éste le debía ayudar a volver a encontrar el camino
hacia la luz de la vida a través de la obscuridad de la muerte.
Por consiguiente, así descendió Teseo al laberinto,
venció en su abismo –por consiguiente, en el centro de la obscuridad de la muerte–
al Minotauro y ascendió de nuevo con la ayuda
del hilo de Ariadna: De nuevo a la luz de la vida.

Los primeros cristianos refirieron esta saga al Cristo pascual:
“Descendió al reino de la muerte y
al tercer día resucitó de entre los muertos.”
Por lo tanto, el laberinto es un símbolo pascual
para nuestro propio camino a través de la obscuridad de la muerte hacia la luz de la mañana de pascua.



En muchas catedrales góticas –sobre todo francesas–
se halla el laberinto.
El más famoso de todos es el laberinto de Chartres.
En la Edad Media, el sacerdote “bailaba”,
durante la liturgia de la noche pascual,
en este laberinto un “baile litúrgico de resurrección”.

Hoy, el laberinto como símbolo de la vida,
vuelve a ser muy “moderno”:
Se halla, en su significado cristiano, por ejemplo
en los jardines de las Casas de Ejercicios,
como símbolo cristiano o también exotérico
en muchos parques públicos.
Siempre es testigo de la búsqueda de los seres humanos de una vida realizada, del centro de la vida.

El artista del gran Laberinto de Sal, aquí en nuestra iglesia, Motoy Yamamoto, no es cristiano,
pero también para él, desde la muerte
de su “hermana pequeña”, se trata de
un enfrentamiento existencial con la muerte
y la vida.
En su patria, Japón, la sal es un ingrediente
importante de los rituales fúnebres.
Así comenzó Yamamoto a crear con sal objetos
de búsqueda y de carácter transitorio.
Continuamente captura en este enfrentamiento
el motivo del laberinto.

Su laberinto aquí entre nosotros se diferencia
claramente del laberinto medieval de Chartres:
Refleja un mundo que se ha vuelto esencialmente complicado.
Además le falta el “centro” señalado por la fe.
Pero su laberinto no es
en absoluto un dédalo.
Más bien copia los sinuosos caminos de la vida humana en un mundo desconcertante.

Pero me llama la atención que Yamamoto
-muy conscientemente- haya incluido el altar de cruces de Eduardo Chillida en su laberinto.
Por una parte con ello tiende un puente formal
entre estas dos obras de arte,
del mismo modo que también efectúa una relación formal entre el Laberinto de Sal y el espacio eclesial del gótico medieval, en el que tenían su sitio
los antiguos laberintos pascuales.
Más allá de esto, yo estoy convencido
de que él también ve los puntos de referencia en cuanto al contenido entre la Cruz de Jesucristo,
el altar y nuestra vida,
pero como una cuestión, por la que él también quiere preguntarse.

Quizás a ustedes les haya llamado la atención
que en algunos lugares hay “fracturas” que atraviesan el laberinto circular.
Pueden recordarnos las “fracturas de nuestra vida”,
por ejemplo, la “fractura” que ocasiona en cada caso la muerte de un ser querido.
La “fractura” más grande se tuerce en su largo recorrido como un río a través del “paisaje”
del laberinto y finalmente desemboca en un espacio vacío al borde del laberinto, como en un “delta”.
Quizás este río se pueda asociar también con la “corriente de la vida”.
Esta “corriente de la vida” captaría y reconduciría otra vez -para nosotros como cristianos- el tema pascual de la vida.

Contemplemos todavía el material,
con el que el artista trabaja.
La sal es también un símbolo cristiano:
Así como la sal es vitalmente necesaria para los seres humanos,
del mismo modo Cristo es necesario para una vida definitivamente realizada y consumada:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida.
Nadie llega la Padre, si no es por Mí” (Jn 14,6)
Por consiguiente, la sal refuerza el laberinto,
como símbolo del camino hacia la Vida.
Yamamoto trabaja con sal para transformar la muerte de su hermana.
Pero ciertamente la sal puede ser también una ayuda,
desde el punto de vista cristiano, para “aceptar”
la muerte como resurrección a la Vida consumada.

Pero sobre todo, Jesús mismo utiliza el símbolo de la sal:
“Vosotros sois la sal de la tierra.
Si la sal pierde su sabor ¿con qué se salará?
Ya no sirve para nada; será tirada y la pisotearán las gentes.” (Mt 5,13)
Según la tradición del Evangelio de Marcos, Él dice:
“La sal es algo bueno; pero si la sal se vuelve insípida ¿con qué la sazonaréis?
¡Tened sal en vosotros mismos y mantened la paz unos con otros! (Mc 9,50; semejante Lc 14.34)

Por consiguiente, como cristianos, hay que ser condimento en la “sopa” de este mundo,
de modo que las personas y también los propios cristianos se “mojen” continuamente.
La “sal” de una fe vivida en este mundo consigue, conforme a Jesús, aquella “paz que el mundo no puede dar.” (Jn 14,27)
Por consiguiente, la expresión de Jesús sobre la “sal” es de rabiosa actualidad, bajo la consideración
de aquella discordia y de todas las guerras que el mundo de la política, de la economía y también de la religión hace tan “incomestible”.

Finalmente una observación que a mí me impresionó del trabajo de Motoi Yamamoto en su obra de arte:
A lo largo de días y diariamente a lo largo de horas,
Motoi Yamamoto se sumergía muy profundamente en su “trabajo” en esta obra de arte.
Se quitaba sus zapatos; se ponía de cuclillas sobre una estera de fieltro y meditaba el laberinto, que crecía despacio mientras él lo iba creando.
En su hacer meditativo, me recordaba las antiguas tradiciones japonesas del tiro de arco meditativo y de la meditación del arreglo de las flores.
Su Laberinto de Sal nos invita también a nosotros a la meditación hasta el 22 de Junio.
Como muchas obras de arte contemporáneas en Sankt Peter,
ésta mueve a contemplar meditativamente,
a reflexionar, a meditar y a orar en su referencia al espacio eclesial.

Amén