Homilía para la fiesta de Juan el Bautista
Domingo 24 Junio 2007
Lectura: Lc 1,57-66.80
Para la fiesta del Nacimiento de Juan el Bautista,
yo quisiera presentarles a ustedes tres pensamientos más o menos independientes unos de otros:

1. En primer lugar quisiera llamar su atención sobre la vinculación de esta fiesta con el año solar.
El 25 de diciembre – por consiguiente,
en la época del solsticio de invierno-
celebramos la Navidad:
Los días se hacen más claros –
se trata de ese momento ascendente en el ciclo solar de la naturaleza.
El Nacimiento de Jesucristo, según el cual calculamos nuestro tiempo,
trae la “nueva Luz” y con ella “vida nueva” al mundo.
Desde aquí va también en ascenso con la nueva Creación –
aunque nosotros esta nueva realidad
sólo la percibamos con los ojos de la fe.

Si desde Navidad contamos hacia atrás nueve meses,
llegamos al 25 de Marzo,
a la fiesta de la Anunciación del Nacimiento del Señor,
a la fiesta de Su Encarnación.
En el mensaje del ángel del Evangelio del día se dice:
“También Isabel, tu parienta,
ha concebido un hijo a su edad.
Aunque era estéril,
está ahora en el sexto mes.” (Lc 1,36)

Tres meses más tarde, hoy por consiguiente, 24 de Junio
sigue la fiesta del Nacimiento de Juan.
Y esta fiesta coincide con el solsticio de verano.
Más tarde habla Juan a sus discípulos de Jesús y dice:
“Él tiene que crecer y yo tengo que disminuir.”
(Jn 3,30).
Esta palabra de Juan encuentra su correspondencia en la luz menguante desde ahora del ciclo anual –
hasta que finalmente llega el que Juan anuncia:
El Mesías, Jesucristo.

Del mismo modo que Juan se pone detrás del que él anuncia,
así, hasta el día de hoy, tiene que ponerse detrás de Él todo el que anuncie el mensaje de Jesucristo, de esto se trata en este mensaje;
así también se tiene que poner detrás de Él
todo cristiano y toda cristiana, cuyo Nombre todos llevamos –
para que Él por medio de toda nuestra vida
sea visible en el total resplandor de Su Luz.

2. La segunda consideración se funda en los padres de Juan, por consiguiente en Isabel y Zacarías.
De los cuales se dice en el Evangelio de Lucas:
“No tenían hijos, pues Isabel era estéril
y ambos eran ya de edad avanzada.” (Lc 1,7)
Ambos sufrían mucho por esta desgracia de la falta de hijos.
Habían deseado hijos con todas las fibras de su corazón y durante largo y continuado tiempo habían pedido por ello.

Finalmente pareció que su oración iba a ser escuchada.
El ángel Gabriel anunció a Zacarías el próximo nacimiento de un hijo.
“Te llenará una gran alegría
y también a muchos otros alegrará su nacimiento.”
Ciertamente estas palabras del ángel en la situación concreta también hoy son aún más que comprensibles.

Sin embargo, justamente en este momento de la próxima realización de los deseos de su corazón,
el escepticismo vence a Zacarías:
No cree la promesa de Dios.
Desde que el mundo existe esta experiencia confirmada es más fuerte que la fe y la confianza en Dios.
Zacarías se resignó a ello:
“Yo soy un hombre viejo,
y también mi mujer es de edad avanzada.”
Así fue castigado por su falta de fe.
Hasta el cumplimiento de la promesa,
estará sordo y no podrá hablar más.
(Lc 1,20)
En el Evangelio de hoy hemos oído,
que este castigo fue aceptado por él como consecuencia de su desobediencia,
por lo cual elige el nombre de Juan para su hijo –
aquel nombre que ya le había dado el ángel.

Estos antecedentes del nacimiento de Juan,
me parece que son de rabiosa actualidad.
En la actualidad existe hoy más bien el discurso sobre lo contrario, sobre los hijos no deseados
y sobre cómo se les puede evitar o
“hacer desaparecer”.
Sin embargo, yo en realidad tengo la impresión
de que –en todo caso entre nosotros- muchos matrimonios como Isabel y Zacarías sufren y oran
porque precisamente no vienen los hijos deseados.
Este tema parece ser un tabú en público,
se trata de él en casos particulares,
ya que hay que burlarse de la naturaleza con trucos complicados y a menudo también humanamente fastidiosos.

En este contexto se da la pregunta por una “vida realizada”.
Los hijos, también hoy, -a pesar de todos los presagios- son para muchas personas un aspecto esencial de la vida realizada.
Sin embargo, la pregunta queda detenida en el aire
cuando no se realiza el deseo ardiente y tampoco la petición.
La mirada a Isabel y a Zacarías parece ser poco ayudadora aquí;
pues a ellos, les nació finalmente un hijo contra toda esperanza.

Pero quizás se halla el principio de una respuesta
en el mensaje del ángel a Zacarías,
pues el nacimiento del niño no es el contenido esencial del mismo.
Mucho más importante es el llamamiento divino
y la misión de Juan, que ocupa amplio espacio en las palabras del ángel y que quizás ha contribuido al escepticismo de Zacarías:
“A muchos israelitas los convertirá al Señor, su Dios, e irá delante de Él con el espíritu y el poder de Elías para hacer volver el corazón de los padres a sus hijos y a los desobedientes a la justicia y así preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.”
(Lc 1,16 s)

El llamamiento de Isabel y Zacarías es a cooperar en este envío y en esta misión salvadora.
Y ciertamente esto podría significar mucho más la realización de sus vidas
que el nacimiento del hijo deseado.
Aún cuando este pensamiento será una consolación sólo muy limitada para aquellos que ansían hoy vanamente un hijo, deja claro:
Hay mayores posibilidades de una “vida realizada”.
Sobre todo se trata del conocimiento del propio llamamiento.
Aquellos, que –como dice el Evangelio- se han quedado solteros y sin hijos “por el Reino de los Cielos”, lo pueden atestiguar;
Y también aquellos que han aceptado su falta de hijos como ocasión para reflexionar otra vez sobre ello:
- bien entendido: reflexionar en la oración –
sobre cual es su verdadero llamamiento y lo que verdaderamente puede realizar su vida.
Quizás se colocarán en esta situación ante la pregunta existencial de Pablo:
“Señor, ¿qué quieres Tú que yo haga?”

3. Brevemente aún un tercer pensamiento:
En la joven cristiandad se dice que un discípulo de Jesús debe vivir y anunciar la palabra de Dios, el alegre mensaje del Evangelio,
“sea oportuno o inoportuno”.
Justamente esto ha hecho Juan.
Con esto ha cautivado,
sin embargo, simultáneamente ha adquirido no sólo amigos y simpatizantes, por la franqueza e intransigencia con las que vivía su llamamiento y su misión.
Por el contrario:
Con su predicación de penitencia y conversión ha irritado contra él a muchos sorprendidos y sobre todo a los poderosos.
Finalmente incluso su muerte a manos del verdugo fue la consecuencia casi demasiado esperada.

Gracias a Dios vivimos en el Oeste de Alemania desde más de sesenta años en un mundo protegido legalmente y pacífico, en el cual un destino como el de Juan es impensable.
Pero también aprendemos la experiencia:
Una clara confesión de Jesucristo y el responder de Su exigencia y Su mensaje pueden también hoy ser inoportunos y acarrean con frecuencia consecuencias incómodas.

Sería enteramente oportuno por nuestra fe y también por el futuro de la Iglesia y de nuestra sociedad, orientarse hacia las personas como Juan el Bautista.

Amén.