Homilía en el centésimo cumpleaños
de Alfred Delp el 15.9.1907
Sobre Éxodo 32,7-11.13-14
Pronunciada el domingo 16.9.2007 en St. Michael, Göttingen
por el párroco jubilado. Dr. Günter Ebbrecht, Einbeck
Querida Parroquia:

Hay acontecimientos en la historia, que hacen historia. Son recordados y narrados porque significan un cambio de época. Nuestra cronología se data antes y después del nacimiento de Cristo. No se puede pensar en Europa sin la incisión de la Revolución Francesa con su declaración de los derechos humanos. Se nos humedecen los ojos de alegría cuando pensamos en la apertura del muro de Berlín en la noche del 9 al 10 de Noviembre de 1989. También el fracasado atentado contra el dictador Hitler del 20 de Julio de 1944 pertenece a estos acontecimientos. Con él va el recuerdo a todos los que han ofrecido resistencia contra este bárbaro régimen. Entre ellos Helmut James von Moltke y Alfred Delp, cuyo centenario recordamos este año. Hay acontecimientos en la historia, que tienen que ser recordados porque son signos de esperanza para la humanidad.

Pero hay también acontecimientos en nuestra historia que tienen que permanecer inolvidables, porque son signos del desprecio humano. Recordarlos significa: “Permanecer conscientes de que nosotros, los seres humano, somos seducidos por dirigentes desviados y de que podemos despreciar y destruir las normas fundamentales de la humanidad.” Entre nosotros en Alemania se cuentan estos signos de desprecio humano desde la embriaguez de las masas con la toma del poder por Hitler y el NSDAP en 1933. Pensamos que para nosotros y para todo el mundo fue una advertencia del asesinato masivo perfeccionado mecánicamente de los judíos en los campos de concentración. No queremos olvidar a las víctimas inocentes o culpables de la población civil de la Segunda Guerra Mundial así como a los soldados caídos en todas partes.

Hay acontecimientos en la historia que escriben la historia. Recordarlos y contarlos es nuestro deber y responsabilidad. Algo similar le sucedió al pueblo de Israel que sabe esto desde la Shoa: “El misterio de la salvación se llama recuerdo”. Lo hemos escuchado en la Lectura de hoy y lo recordamos. Antiguamente vivía el pueblo como esclavo en Egipto. Se quejaba de la carga del trabajo alienado y de la libertad reprimida. “El ser humano tiene que ser libre. Como esclavo, con cadenas y esposas, en el calabozo y en el arresto se atrofia”, escribió Alfred Delp en 1945 en la prisión nazi.

Moisés recibió el encargo de sacar al pueblo de la inmerecida servidumbre. Dios mostró a Su pueblo una gran visión: Una vida en justicia, paz y libertad en la adoración a Dios por el respeto a Sus mandamientos. El Éxodo se logró. Pero el tiempo del desierto se alargó y las privaciones fueron grandes. Apenas nada que comer. Nada que beber. Ningún alojamiento firme. Ningún trabajo y ningún ingreso. Necesidad económica y miseria del pueblo. La gran visión degenera en restauración: volver a las ollas de carne de Egipto. “Lo malo es que el ser humano se acostumbra a la falta de libertad e incluso se permite hablar de la esclavitud más yerma y más mortal como libertad”, según Alfred Delp en 1945. Se levantan dirigentes, que seducen con sus promesas. Aprovechan la ausencia de Moisés que debe recibir en la montaña de Dios el ordenamiento jurídico y la constitución para el pueblo. El clamor se hace cada vez más alto: “Termina con las humillaciones. Termina con las represalias. Termina con los políticos, que nos conducen al desierto y nos exigen privaciones. Queremos bienestar ahora. Queremos grandeza nacional pronto. Queremos una imagen de Dios que corresponda a nuestro movimiento y un dirigente que traiga pan y trabajo.”

El pueblo cae en una embriaguez. Actúan como una masa sin conciencia y dan al nuevo dirigente todo lo que tienen. Un becerro de oro se convierte en una divinidad esencial, a la que las masas adoran con “¡Salve!” y saludan con antorchas y banderas. “¡Este es tu Dios, Israel” gritan “que te sacó de Egipto!” – para una nueva grandeza nacional y para mayor espacio vital.

De este modo el pueblo olvida quien es su verdadero Salvador, su buen Regente y Dirigente. La masa olvida  a su verdadero Dios y danza alrededor del becerro de oro. ¿Y Dios? ¿Y Moisés? ¿Intervienen? ¿Terminan con el lúgubre barullo y la agitación de tan gran desvarío?

Dios exhorta a Moisés a que baje de la montaña en medio de su pueblo. Debe terminar con la salvación demente. Dios nombra el mal y la causa de la mala agitación: “Se han apartado del camino que les señalé, pues han fabricado un becerro chapado en oro, se postran ante él y le ofrecen sacrificios. Me han sido infieles.” Antes de que Moisés pueda realizar la misión de amonestador y oponente, Dios se revuelve con la pasión herida de un amante cuya amada le fue infiel. “No, Moisés, mantente al margen de este asunto. Voy a desahogar mi furor contra ellos y los aniquilaré.” Perderán la guerra que han urdido en su delirio de grandeza y embriaguez racial. La inmensa sangre que derramaron la tendrán que expiar con su propia sangre.

¿Qué hace Moisés que él mismo es corneado por su pueblo? ¿Debe abogar él como representante de un orden justo y del derecho de los seres humanos por este pueblo ateo o no está Dios en el derecho de aniquilar a este pueblo?

Moisés hace lo inesperado. Se esfuerza en persuadir a Dios. Le recuerda a Dios su Alianza, su fidelidad a este pueblo. Dios debe pensar en los padres y madres primitivos, en su promesa de darles a ellos y a su descendencia una bendición para todo el mundo. “Tú Dios” dice Moisés “tuviste una gran visión. Los padres y madres primitivos debían ser la célula germinativa de un movimiento para la paz y la justicia, para el derecho del ser humano y para un orden justo. De su descendencia debía surgir el Mesías, el Príncipe de la Paz, el Cristo. Tú no puedes desbaratar todo esto.”

¿Y Dios? Dios se deja persuadir. Dios se aparta para que el pueblo pueda volverse y convertirse: abandonar a los autoprepotentes dirigentes y las autodenominadas imágenes de Dios de poder y grandeza e ir hacia el Dios justo y filantrópico del amor.

Hay acontecimientos en la historia, que hacen la historia. Tienen que ser recordados y contados, como la historia del becerro de oro, del viraje de Dios y de la animosa intercesión de un hombre como Moisés por su pueblo. Hay figuras en nuestra historia que repiten esto. A ellas pertenece Alfred Delp, que nació en Manheim el 15.9.1907 y fue ahorcado en Plötzensee el 2.2.1945. Celebramos su céntesimo cumpleaños y pensamos en él y en sus compañeros luchadores del Kreisauer Kreis y en la resistencia contra la psicosis colectiva y la demencia, con el desprecio por el ser humano y la obscuridad de Dios del tercer Reich. Como Moisés, como Cristo – a continuación de ellos – fue conducido a la montaña de la cercanía de Dios y al desierto de la lejanía de Dios. Contempló las maquinaciones de los seductores y desenmascaró la psicosis colectiva de las masas humanas coordinadas. Señaló la idolatría del así llamado “cristianismo positivo” como auto-endiosamiento del héroe humano. Echó mano de la Palabra valientemente en la “Voz del tiempo” y en el púlpito de Munich-Bogenhausen y manifestó la Ley de Dios. Abogó por las leyes de Dios y el derecho del ser humano. Luchó por una humanidad referida a Dios y combatió por un socialismo personal. Enarboló la dignidad del ser humano y la reverencia ante el Señor Dios, como él llamaba a Dios. A pesar de todas las decepciones no renegó del pueblo al que pertenecía, Alemania. Se arriesgó junto con Moltke y el Kreisauer Kreis por otra Alemania en una Europa en paz. Su declaración y su bendición fueron: “…el ser humano sana por el orden de Dios y la cercanía de Dios…Establecer el orden de Dios y anunciar la cercanía de Dios y enseñarla y llevarla a los demás: esto es lo que significa y quiere mi vida y a esto se halla comprometida por juramento y permanece.” Como antiguamente Moisés que bajó de la montaña las dos tablas de la Ley con preceptos para la adoración de Dios y pautas para una convivencia justa de su pueblo.

Alfred Delp miró abiertamente a la cara el 9 y 10 de Enero de 1945 al representante del mal, al presidente del VGH (Volksgerichtshof: Tribunal del pueblo) Roland Freisler. Resistió el odio a la Iglesia y a la Orden de los Jesuitas y defendió la verdad de Dios y la dignidad del ser humano. Creyó en la personalidad y en la dignidad del ser humano contra la coordinación y el desprecio de un régimen bárbaro y apostó por un socialismo personal contra los delirios de grandeza nacionales.

El párroco Harald Poelchau, capellán de prisiones y luchador en el Kreisauer Kreis, reproduce así el diálogo Freisler -  Delp del 9.1.1945:
Freisler: Usted cobarde, usted salchicha mojigata... y así se atreve a querer matar a nuestro amado Führer... Una rata así se debería matar, aplastar... Ahora dígame usted lo que como sacerdote le ha llevado a abandonar el púlpito y a mezclarse en la política alemana con un revolucionario como el conde Moltke... ¡Vamos, responda!”
Delp: Yo puedo predicar tanto como quiera... Mientras el ser humano tenga que vivir indigna e inhumanamente, mientras el promedio sucumba a las circunstancias y ni ore ni piense. Se necesita un cambio fundamental de las condiciones de vida...”
Freisler: Quiere usted decir con ello que debe cambiarse el Estado para que usted pueda empezar a cambiar las circunstancias, que mantienen al pueblo alejado de las Iglesias.
Delp: Sí, esto quiero decir...

La consecuencia fue que el juez nazi Freisler anunció el 11 de Enero “en nombre del pueblo alemán”: “Delp: muerte por siempre sin honor.”

Delp tuvo que esperar 22 días hasta que la condena a muerte fue ejecutada en la horca. Conmovedores son los Kasssiber (escritos clandestinos) que pudieron salir a escondidas de la prisión de Tegel. Su resistencia en la faz del mal inescrutable le aportó una última claridad. Después del 11 de Enero escribe: “Hasta ahora el Señor Dios me ha ayudado magnánima y cordialmente. Yo todavía no estoy asustado ni hundido. Pues ahora he llegado a ser por primera vez un ser humano; interiormente libre y mucho más auténtico y verdadero y real que antes.” Formula: “Quien no está en casa en una atmósfera de libertad que permanezca intangible e intocable a pesar de todas las fuerzas y circunstancias exteriores, está perdido... La hora del nacimiento de la libertad humana es la hora del encuentro con Dios.”
En una larga carta de despedida escribe a sus compañeros de la Orden, amigos y hermanos: “Si el Señor Dios quiere este camino... entonces tengo que andarlo voluntariamente y sin irritación. Otros deben poder vivir mejor y más felices porque nosotros hayamos muerto.” Pide a los amigos que recen por él y que le ayuden. Si los recursos de gracia son denegados, pueden confiar en... que yo fui inmolado, no matado.” Da gracias a todos por “su fidelidad y bondad y amor”. Como un eco de la oración en que Moisés negocia con Dios, actúan las palabras: “No olvides a este pueblo, que ha estado en su alma tan abandonado, tan traicionado y tan desprovisto de ayuda. Y en el fondo tan solo y tan perplejo, a pesar de toda la seguridad que declama. Si por un ser humano hay en el mundo un poco más de amor y bondad,  un poco más de luz y verdad, su vida ha tenido un sentido.” “Mi crimen es que creí en Alemania más allá de una posible miseria, que me opuse a vivir largo tiempo y a morir en la superstición NSDAP – Tercer Reich – pueblo alemán” y “que esto lo hice como católico y como jesuita.”

Esta confianza cambió bruscamente cuando fueron ahorcados en Plötzensee el 23 de Enero de 1945 sus amigos Helmuth James von Moltke., Nikolaus Gross, Franz Sperr y Theo Haubach. “Estoy muy cansado ante la tristeza y el espanto...” Pero ¿por qué yo sin Helmuth? ¿Es un Via Crucis prolongado? ¿O el paso intermedio para un suelo firme? ¿Qué se propone Dios conmigo?

Alfred Delp anduvo en la cárcel el camino a través del desierto y superó el desierto. “Cuando estamos cansados y desanimados no debemos medir y enumerar en primer lugar la prepotencia del destino, sino sólo preguntar si estamos suficientemente cerca de Dios y si hemos clamado suficientemente. Las montañas eternas, de las que viene la ayuda están aquí... Yo vivo ciertamente la demostración de esta verdad.” A la experiencia de desierto pertenece el ascenso a las montañas eternas.

Es la experiencia que hizo Moisés. Cuando Moisés bajó de la montaña de Dios y vio al pueblo en embriaguez danzar alrededor del becerro de oro, se encendió de rabia. Rompió las dos tablas de la Ley que mostraban a todo el pueblo los preceptos de Dios. Moisés permitió castigar a los culpables. Después subió otra vez a la montaña de Dios para anotar una nueva constitución de Dios para la vida y la justicia. Moisés y el pueblo tenían ante sí todavía un largo camino de 40 años a través del desierto, más largo que los doce años del autodenominado Imperio milenario. Al final de su vida subió de nuevo a una montaña. Contempló la tierra prometida, a la que él mismo no pudo entrar ni experimentar.

Para Alfred Delp no se cumplió la esperanza del indulto. Poco antes de su muerte violenta en Plötzensee dijo Delp al párroco de prisiones Buchholz como despedida: “Ah, señor párroco, dentro de una media hora yo sabré más que usted.” Con esta confianza y en este panorama fue Alfred Delp a la horca, que se convierte para él en la montaña de la conversión y de la transfiguración – como antes para Moisés la montaña de Dios, para Elías el monte Horeb y para Jesús de Nazareth el Gólgota. Estos montes se convierten en tránsitos de la cercanía de Dios – aún cuando Dios parezca estar lejos.

Hay acontecimientos en la historia que tienen que ser recordados y contados. A estos pertenece la historia y el destino de Alfred Delp, de un luchador por la humanidad del ser humano, de un pensador por la solidaridad y la justicia en un orden económico social y de un confesor de la bondad y de la cercanía de Dios en una época de obscuridad de Dios. Su entendimiento fue profundo y su herencia se extiende:
“El pan es importante. La libertad es más importante, pero lo más importante de todo es la fidelidad no quebrantada y la adoración no traicionada.”

Aunque el fantasma de la barbarie nazi ha pasado y las visiones de Delp y del círculo Kreisauer se han casi cumplido en la nueva Alemania con una democracia social, de un estado de derecho y fuerte en una Europa unida, permanece el signo de este hombre de advertencia y misión. De otro modo parece que somos masas humanas individualistas. ¿No danzamos hoy alrededor del “yo dorado”, cuyo sentido existencial se debe cumplir en el bienestar, en la salud, en una vida libre de sufrimiento y en una muerte rápida e indolora? ¿Se nos han hecho demasiado fatigosas las instrucciones de Dios para la vida, sus mandamientos? ¿Estamos preparados y somos capaces de pensar, sentir y querer más allá de nosotros, a los demás, a los extranjeros, a Dios? ¿Somos aún personas humanas?

En cambio la exigencia y el estímulo de Delp: “Sólo el que adora, el que ama, el que vive según el orden de Dios es ser humano, es libre y es capaz de subsistir.” Y “quien no tiene valor para hacer historia, se convierte en su (de la historia) pobre objeto. Hagámosla