Homilía para el Domingo de
Cristo Rey
25 Noviembre 2007

Lecturas: 2 Sam 5,1-3 y Col 1,12-20
Evangelio: Lc 23,35b-43
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Las épocas de florecimiento de las grandes casas reales ya pasaron;
pero la figura del Rey permanece
- más allá de todo significado actual político -
como una figura clave de la convivencia humana.

A esto se añade para nosotros como cristianos
que en el núcleo del mensaje del Evangelio
se trata del “Basileia tou Theou”.
Por regla general traducimos esto por
“Reino de Dios”;
pero literalmente quiere decir:
“soberanía real de Dios”.
Y naturalmente también es este mensaje
un mensaje clave para la convivencia
de los seres humanos.

En primer lugar contemplamos
- uniéndolo a la primera Lectura -
la imagen bíblica de Rey del pueblo de Israel.
Pues naturalmente esto se halla en el fondo del mensaje de Jesús del “Reino de Dios”.

En sus comienzos Israel fue históricamente
una sociedad de tribus sin instituciones centrales,
por consiguiente, también sin una monarquía.
Y naturalmente fueron decisivos los motivos políticos y también económicos
para que Israel se decidiese hacia el año 1000 antes de Cristo por un Estado regido monárquicamente.

A este cambio no se llegó sin discusión,
pues desde el principio vieron en la monarquía, sobre todo los círculos orientados religiosamente, una concurrencia con el reinado de Dios.
Estaban convencidos de que sólo JAHWE debía ser y permanecer como el “Rey” del pueblo de Israel.
El profeta Samuel echó pestes ante el pueblo entero:
“Vosotros habéis rechazado a vuestro Dios,
que fue vuestro Salvador de todas las necesidades y aprietos y le habéis dicho:
No, Tú debes poner un Rey entre nosotros.”
(1 Sam 10,19)

Finalmente Samuel capituló
y fue elegido a suertes Saúl como Rey.
Aunque la monarquía de Israel mostraba algunos paralelismos con la idea de Rey de otros pueblos de la época,
sin embargo, hubo - sobre todo por la actuación de los profetas – diferencias considerables:
Según la idea de Israel el Rey no es
“imagen de Dios” o “”Rey divino”
sino que es “elegido de Dios” y depende de JAHWE.
Permanece integrado en el pueblo de “sus hermanos”.

En un caso ideal el Rey tiene que renunciar
- por confianza en el poder de JAHWE –
incluso al poder militar.
Debe crear justicia y paz con el carisma de su palabra.

Esta diferencia fundamental en el desempeño del poder, como es costumbre en “este mundo”,
está también en el segundo plano de la confesión de Rey de Jesús ante Pilatos:
“Sí, Yo soy Rey.
Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo, para que dé testimonio de la verdad.
Mi Reino no es de este mundo.” (Jn 18,36 s)

Bien entendido: ¡No es de este mundo, pero está muy en este mundo!
Y en este mundo queda hasta el día de hoy el escándalo de que el verdadero Rey pone del revés
lo usual en este mundo y se ajusta a la verdad de Dios, que no es precisamente nuestra verdad:
“Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos
y sus grandes las oprimen con su poder.
Pero no ha de ser así entre vosotros
sino que el que quiera llegar a ser grande
entre vosotros, será vuestro servidor
y el que quiera ser el primero entre vosotros,
será el esclavo de todos.” (Mc 10,42 s)

No tiene que tratarse propiamente de los “soberanos” de nuestro tiempo,
que abusan de su poder sobre las personas.
De todos modos, la mayoría de ustedes me creerían,
si yo los enumerase a modo de letanía.
Además ustedes mismos están en condiciones de hacerlo.

Pero sobre “lo que entre vosotros no debe ser” merece la pena aún de lanzar una mirada.
Pues en el Apocalipsis de Juan se dice:
“¡Él, Cristo, nos ha hecho como reyes!” (Ap 1,6)
Nosotros debemos como cristianos ejercer influjo según Su modo de auto-comprensión real – allí donde tengamos influjo:
Ciertamente también en una sociedad estructurada democráticamente, pero del mismo modo en la Iglesia, que somos nosotros mismos y en el ámbito profesional, familiar y vecinal.

Bien mirado no se trata de satanizar
el poder y la influencia.
Pero es lícito discernir entre el poder que hace bien, que protege y regala seguridad,
y el poder que oprime, que restringe y
que empequeñece a otros.
Nosotros nos podemos orientar en este “discernimiento de espíritus” por Jesucristo mismo,
que entiende Su poder como pleno poder del pastor,
como poder al servicio de otros
para engrandecer a los pequeños.

Ciertamente debiéramos recordar muy a menudo
que en el Bautismo hemos sido ungidos según el orden de Jesucristo como sacerdotes, reyes y profetas.
También y ciertamente desde esta consideración
es conveniente preguntarse diariamente de forma autocrítica:
¿Has vivido hoy tu Bautismo?

La segunda Lectura de este domingo de Cristo Rey
ensancha nuestra mirada hacia el cosmos total.
No sólo nuestro mundo pequeño y abarcable
está bajo el derecho de la soberanía de Jesucristo
sino toda la Creación de Dios.

Y, sin embargo, tampoco la Lectura de la Carta
a los colosenses muestra ninguna imagen triunfalista de Rey.
También aquí se trata del actuar de Cristo Rey reconciliador y de la paz que crea.
Dios mismo nos toma a su cargo en el Reino de Su amado Hijo,
que nos ha salvado a nosotros y a toda la Creación del poder de las tinieblas
y esto por medio de Su sangre en la Cruz.

Con la palabra Cruz se tiende simultáneamente un puente con el Evangelio del día.
La brutal realidad de la Cruz deja claro
de forma insuperable
que hay que comprender la radicalidad del reinado de Jesucristo como alternativa para todo lo que es de este mundo.

Él tiene el “poder” incluso de entregar la propia vida por la vida de otros,
La Cruz es la última consecuencia
de Su poder en palabra y acción (cf. Lc 24,19),
que Él ha entregado inexorablemente curando, consolando, alegrado y fortaleciendo.
Donde nos atrevemos a meternos por lo menos de forma rudimentaria
en este poder de justicia y de amor
y a vivirlos en el servicio de otros y
sobre todo de los pobres y necesitados,
suena auténticamente el grito de júbilo
de la fiesta de hoy:
“¡El Señor es Rey”!

Amén