Homilía para el Domingo Séptimo del ciclo litúrgico (C),
Domingo de Carnaval

Evangelio: Lc 6,27-38
Hace años hay en Carnaval, en la Misa vespertina una “homilía de Carnaval” en verso.
El autor es el P. Heribert Graab S.J., que ha tomado muchas ideas y también versos de otros autores, sobre todo del párroco Helmut Baierl (Faulbach).
Queridos hermanos y hermanas,
espero que no reneguéis en seguida:

Trajín de máscaras en la casa de Dios –
para más de uno esto es quizás un espanto.
Sin embargo, por favor, fijaos bien:
¡Dentro de estas máscaras estáis metidos vosotros mismos!

La función importante del que se disfraza –
creo que la conocéis ya:
El que se disfraza nos deja verle en el espejo
para que no confiemos demasiado en la máscara.

La escena de Carnaval de este “pesebre”
toma el pelo a nuestras máscaras.
Ha despertado mi interés sobre lo que
verdaderamente se haya detrás de las máscaras.

Más de uno tiene el deseo en esta tierra
de convertirse ahora finalmente en otro ser humano.
Y porque no lo logra, porque no puede,
se pone rápidamente una máscara.
Y más de uno la lleva incluso con celo
en Carnaval y más aún durante todo el año.

No sólo más uno, sino todos me atrevería a decir,
llevarán la máscara de vez en cuando,
para que los demás piensen sorprendentemente
y les regalen su más alta estima:
la máscara de la decencia, de la integridad,
¡como si ya nadie tuviera faltas!
La máscara de la pobreza, de la piedad,
como si siempre se estuviese preparado para el cielo.

Naturalmente nosotros sabemos que esto no es sincero.
Y, sin embargo, nos parece indispensable.
Desde muy antiguo parece existir esta conducta:
Mirad sencillamente en la Biblia,
donde incluso el demonio en el paraíso
ha ido enmascarado en figura de serpiente:
“¡Seréis como Dios: sabios y poderosos!”
¡Ser más de lo que uno es – esto sería magnífico!

Sin embargo, esto no le sucedió al ser humano, al insignificante,
que quería ser más y parecer aún más.
De repente, vio que estaba desnudo y
totalmente sin máscara.
La moraleja de la historia:
¡La máscara cuenta sólo por poco tiempo!

No obstante, si nosotros miramos bien:
También Jesús quiere ir disfrazado. Llega como hambriento y sediento, en aquel que no puede ayudarse.
Y si le ayudamos, nos produce alegría,
pues Él sonríe alegremente aireando la máscara:
“¡Lo que habéis hecho al más pequeño de éstos
sea mujer u hombre- a Mí me lo habéis hecho!”

Por eso, ahora yo termino de forma cortante,
que yo también me puedo enmascarar.
¡No todos los que hoy llevan máscaras
son hijos del demonio, por el contrario, no!
La máscara también puede ser un signo
de que se anuncia risa y carácter alegre
y sólo el muy mal carácter molesta a todos nosotros.
Alegría es bálsamo para este mundo.
Pienso que la alegría gusta al Señor Dios
y los verdaderos cristianos también hoy
ponen en circulación alegría celestial.

Antes de que la homilía os canse,
permitidme para terminar aún una palabra
sobre el amor a los enemigos sobre el que hemos oído.
Sin embargo, parece que éste molesta al Carnaval.
Para empezar se me ocurre lo que
me dijo hace tiempo un amigo sobre el vino:

Lo que Jesús enseña sobre el amor a los enemigos,
está escrito desde hace mucho tiempo en mi bandera (de alcohol):
Oh alcohol, oh alcohol,
que tú eres mi enemigo, ya lo sé.
Sin embargo, en la Biblia está escrito:
Debes amar también a los enemigos.
La ejecución cristiana más amada
es el aniquilamiento del alcohol.
Naturalmente está claro para todos nosotros
que la opinión de Jesús era muy diferente:
Tu prójimo no es sólo el amigo,
es también el enemigo.
Incluso aquí, en nuestra parroquia,
están al lado de los amigos también los “enemigos”.
Nadie puede hacer sufrir a los demás.
Fritz intenta evitar a Max.
Sin embargo, bien mirado,
Max resulta ser una ventaja.
Fritz puso a Max una máscara
y luego pintó el gesto del “enemigo”.

Por consiguiente, se trata de discernir más cuidadosamente:
Máscaras que me visten a mí mismo
y máscaras que endoso a los demás.
Además se puede distinguir:
Máscaras verdaderamente alegres, que son satisfactorias
Y otras también que son abominables.

Por consiguiente, al final puedo osar,
a vosotros un buen consejo dar:
Llevad hoy alegremente vuestras máscaras,
pero pensad también en el tiempo
cuando, después de los años, se les caigan a todos
las máscaras aún tan hermosas,
cuando nuestro rostro verdadero
llegue a la luz del último día.

Déjanos no sólo abrigar las máscaras,
lo que está dentro es lo que hay que cuidar,
para que después del último día
no nos atormente la resaca eterna.

Todos quemarán las máscaras
pero vosotros debéis poder mirar alegres
a la faz de nuestro Señor Cristo
que es nuestra alegría más profunda.
Eso le deseo yo mismo a la Baja Sajonia:
¡No hagáis bromas!
¡Estad alegres hoy! También con el toque de corneta.
Por último, después se dice Aleluya.