Homilía para el Domingo Vigésimo Primero del ciclo litúrgico C
26 Agosto 2007
Sobre el Evangelio: Lc 13,22-30
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Como tantas veces, el Evangelio de hoy está copiosamente cargado de tensión:

Se trata del núcleo del Evangelio de Jesucristo,
Se trata del mensaje del “Reino de Dios”,
Se trata en concreto de la pregunta:
¿Quién llega aquí puro? ¿Y cómo?

Comencemos “por atrás”.
Es decir:
“Llegarán del Este y del Oeste,
del Norte y del Sur
y se sentarán a la mesa
en el Reino de Dios.”
Por consiguiente, esto hace recordar el antiguo motivo bíblico de la migración de los pueblos hacia el monte Sión, el monte de Dios.
Personas de todos los pueblos y de todas las religiones se ponen en camino alrededor del globo terráqueo y son bienvenidas en la ciudad santa de Dios.

En el Nuevo Testamento, el Apocalipsis de Juan parte de esta imagen:
El famoso capítulo 21 describe la ciudad de Dios
en toda su atractiva belleza y dice:
“La gloria de Dios la alumbra...
las naciones caminarán a su luz
y los reyes de la tierra irán a llevarle su esplendor.
Sus puertas no se cerrarán en todo el día!”

Desde la Edad Media se tuvo la idea de que
una Iglesia cristiana debía representar ya aquí
la ciudad de Dios futura, Su Reino.
De modos diferentes y en un lenguaje simbólico múltiple, expresan esto los arquitectos de nuestras iglesias.
Un aspecto de este lenguaje simbólico son los muchos y grandes portales de nuestras iglesias,
que en el sentido del Apocalipsis, tienen que
“estar abiertos todo el día”,
para invitar a las gentes en grandes multitudes a la “ciudad de Dios”.
En este sentido nuestra Iglesia de St. Michael está abierta todo el día muy conscientemente.
Y verdaderamente tendríamos que cambiar nuestras pesadas puertas guarnecidas de metal por otras de cristal para que también desde el exterior fuera perceptible algo del calor y seguridad de la casa de Dios y esto actuase invitando.

Pero ahora esta apertura cae en grave apuro
por otra imagen del Evangelio de hoy :
Se trata de una puerta “estrecha”,
a través de la cual se tiene uno que esforzar
para llegar al Reino de Dios.
(En griego el texto dice: “agonízesthe”.
Esto se ha restituido en la traducción única así:
“esforzaos con todas las fuerzas”.
Sin embargo, textualmente se tendría que decir:
“¡Luchad, luchad por vosotros!”)

Y después también se dice:
Algún día se alzará el Señor de la Casa
y cerrará la puerta estrecha:
“Entonces vosotros estaréis fuera,
llamaréis a la puerta y diréis:
¡Señor, ábrenos!
Pero Él os responderá:
No sé de dónde sois.”

¿Cómo se armoniza ahora todo esto:
la puerta ampliamente abierta y la puerta estrecha?
¿También los grandes portales de nuestras iglesias
que desgraciadamente cada vez están más cerrados?
¿Y las iglesias abiertas
en las que las gentes de ningún modo afluyen en multitudes luminosas?
Recuerdan ustedes la pregunta conductora de nuestro Evangelio:
Señor ¿serán pocos los que se salven?
Y ¿les ha llamado la atención que Jesús no dé ninguna respuesta a esta pregunta?

Jesús no entra en acertijos de números.
Pero menciona criterios y medidas para la entrada en el Reino de Dios.
En todo caso, deja claro:
La participación en el Reino de Dios no se os lanza
a modo de precio de ocasión.
Estáis equivocados si confundís a Dios
con el “barato Jacob” o con ALDI.
Tampoco podéis insistir en vuestra actuación
que quizás habéis prestado:
•    Yo soy un “cristiano honesto”.
•    Yo no he matado a nadie.
•    Yo he ido domingo tras domingo a Misa.
•    Yo he pagado regularmente mi impuesto religioso.

En el Reino de Dios no cuenta la “actuación”,
que aquí en nuestra sociedad cada vez quiebra más
la convivencia humana.
En el Reino de Dios no cuenta grandeza, poder y prestigio.

La imagen de la “puerta estrecha” podría darnos un pronóstico:
sólo los pequeños pasan a través de ella
y aquellos que se empequeñecen con los pequeños y por los pequeños.
No por casualidad son “los pequeños” los que Jesús no se cansa de declarar bienaventurados:
Los publicanos y los pecadores,
los enfermos y los mendigos,
los que lloran y los que están tristes
y no finalmente los niños:
“Si no os hicierais como niños,
no podréis entrar en el Reino de los Cielos.”
No es suficiente para conocer a Jesús sentarse a la mesa con Él y oír Sus palabras.
Según el Evangelio de Mateo, dice Jesús:
Quien escucha mis palabras y las pone en práctica
es como el ser humano sabio, que construyó su casa sobre la roca.”

Quizás ¿hemos estado todos nosotros en la Iglesia sin exigencias – como reacción contra las homilías del pasado con un exceso de moralina?

La imagen de la puerta estrecha la ha intensificado Jesús hasta lo insoportable en otra ocasión:
Los tres Evangelios sinópticos transmiten la palabra de Jesús:
“Antes entra un camello por el ojo de una aguja
que un rico alcance el Reino de Dios.”

Esta agravación debía dejarnos pensativos
y permitir que surgiese la sospecha de que la Iglesia se ha dejado cautivar precisamente ante los carros de los ricos y poderosos,
cuando en la historia predicó continuamente a las pobres gentes,
les infundió angustia ante la “puerta estrecha”
y así se hizo maleable para los importantes.

Naturalmente tampoco un pobre tiene una entrada garantizada para el Reino de Dios;
naturalmente un pobre también puede construir su choza sobre la arena.
Pero pienso que Jesús tiene un calibre muy distinto ante la vista.
Probablemente hoy se metería con aquellos,
cuya Biblia son los cambios bursátiles
y empujan al alza el cambio de las acciones,
sólo porque un empresario dé de alta a miles de trabajadores en el paro,
o aquellos, que toman la situación en el Irak como ocasión para especular por la auténtica intención de ganar con el petróleo,
los que empujan los precios al alza de forma artificial –
sin consideración para los seres humanos.
En tiempos de Jesús se especuló de forma semejante con los cereales y se atrajo la cólera de Jesús.

Todos estos especuladores
apenas cogerán por la “puerta estrecha”.
Aquí la palabra del camello y del ojo de la aguja
es algo adecuado, aunque también esta palabra
dé con oídos sordos.

Desde la perspectiva de Jesús la consecuencia será “llanto y crujir de dientes”.
Ciertamente Jesús no dice esto de ninguna manera en un contexto – como si se tratara de un hecho consumado - ¡éstos no entrarán en el Reino de los Cielos!

Más bien Él trata de una advertencia dicha muy seriamente:
¡Esforzaos con todas vuestras fuerzas para entrar!
¡Luchad con fuertes vendajes contra vuestros propios delirios de grandeza!
Pues cuando llegue la hora de la verdad:
“muchos de los últimos serán los primeros
y muchos de los primeros serán los últimos.”

Amén