Homilía para el Domingo 31
del ciclo litúrgico C
4 Noviembre 2.001 (31 Octubre 2004)
Sobre la historia de Zaqueo del Evangelio: Lc 19,1-10.
Autor: P. Heribert Graab S.J.
El Evangelio contiene directa o indirectamente
tres términos, sobre los que merece la pena reflexionar:

En primer lugar el término:
“Curiosidad”:
Este Zaqueo es declarado curioso.
Probablemente lo es del modo,
en que también hoy son curiosas las multitudes

y, por ejemplo, corren por las calles
o incluso se suben a los árboles, cuando se dice
que pasa por allí Steffi Graff o una gran estrella
a la que se puede ver o reparte autógrafos.

Con frecuencia este modo de curiosidad hace a las personas típicamente desconsideradas – sólo por estar en las primeras filas.
Así era también entonces:
Zaqueo, bajo  de estatura, no tenía la más mínima posibilidad, a causa de la multitud desconsiderada,
de echar una mirada a Jesús. 

Sin embargo, Zaqueo es no sólo ingenioso
- él trepa sencillamente a un árbol –
sino que además es obsequiado inmerecidamente con la dicha:
su curiosidad le conduce a un encuentro personal con Jesús,
pero sobre todo este encuentro le conduce a una conversión radical: 
del Zaqueo estafador y explotador
surge un hombre generoso, misericordioso y amable.

Me parece una pregunta palpitante
todo lo que podríamos llegar a ser
si -como Zaqueo- tuviéramos realmente curiosidad por Jesús,
si sintiésemos algo verdadero en un encuentro con Él
y si nos esforzásemos de una forma seria y comprometida por conseguir un tal encuentro.

El segundo término:
“Sorpresa”:
Este Jesús es siempre bueno para una sorpresa semejante.
Se conduce de una forma totalmente distinta a la que esperaban aquellos que viajaron en multitud para verle; aún cuando habían viajado precisamente por eso, porque habían oído de Él mucho sorpresivo.

¿No nos sucede a nosotros algo muy semejante?
Naturalmente nosotros hemos oído ya tanto de Jesús,
que creemos que Le conocemos.
Naturalmente hemos oído mucho sorpresivo sobre Él,
que ya no es nada absolutamente especial
y  hace largo tiempo lo hemos suprimido del orden del día.
Naturalmente sabemos
que Jesús es un amigo de los pobres y de los enfermos
y a los ojos de muchos se dedica permanentemente a ellos también de forma exagerada.
Pero aquí se dirige justamente a una persona
que notoriamente rebosa salud,
además es inmensamente rico y 
-esto es lo verdaderamente enojoso-
ha conseguido su riqueza como un estafador, explotador y usurero.
Hoy quizás se diría de un nuevo rico semejante:
En casa de semejante desconsiderado y despreciable capitalista se hospeda Jesús y se sienta con él a la mesa.
¡Cómo si un reformador izquierdista del mundo no pudiese resistir la tentación de una opípara comida en la villa de uno de los “grandes”.
Jesús también es bueno para una sorpresa semejante.
No es que Él apruebe lo que no es aprobable.
Él habla un lenguaje enteramente claro:
“Yo he sido enviado a los pecadores; 
sobre todo a los que necesitan médico.
Yo he venido para buscar y salvar
lo que está perdido.”

Por consiguiente, Jesús da incluso a este criminal del ámbito económico
una posibilidad y obra en él un milagro (¡):
le cura verdaderamente.

La cuestión es: ¿Creemos nosotros hoy que un milagro semejante es posible?
¿Estamos preparados para dar una posibilidad semejante a alguien, que nos ha engañado a nosotros personalmente?
¿O acaso a alguien que es socialmente un estafador y explotador semejante?
¿Y cómo podría realizarse –hoy– un milagro por una tal posibilidad si nosotros la diésemos ya?

Todavía una segunda cuestión:
¿Podemos representarnos que eventualmente incluso a nosotros mismos tuviera que sucedernos un milagro tal?
¿O nos contamos de forma muy evidente entre aquellos,
que no creen tener necesidad de un milagro semejante,
porque  – dejando aparte pequeños “deslices” – son “justos” y sobre todo “buenos cristianos”?

El tercer término:
“Hospitalidad”.
Jesús se invita a comer en casa de alguien con el que se cuidaría de no tener trato un buen ciudadano.
Además se me ocurre lo que Jesús le dijo una vez a un anfitrión:
“Cuando des una comida a mediodía o por la noche,
no invites a tus amigos o a tus hermanos,
a tus parientes o a vecinos ricos,
porque ellos también te invitarán a ti y con ello se te recompensará todo de nuevo.
No, cuando tú des una comida invita a los pobres, a los mutilados, a los paralíticos y a los ciegos.
Tú serás bienaventurado, pues ellos no te pueden recompensar;
te será recompensado en la resurrección de los justos.”

¿Quién de nosotros invita en Nochebuena, por ejemplo, a comensales del comedor de St. Michael?
Esto es para la mayor parte de nosotros probablemente inimaginable y quizás tampoco realizable de ningún modo.
Pero la pregunta del Evangelio de hoy hace depender el asunto de algo más profundo:
¿Quién de nosotros se invita a sí mismo a este comedor?
Probablemente se nos daría la bienvenida con semejante cordialidad a aquella con la que Jesús fue recibido en casa del sorprendido Zaqueo.

Amén.