Homilía para el Domingo 28
del ciclo litúrgico C
14 Octubre 2001
Lectura: 2Re 5,1-17; Evangelio: Lc 17,11-19
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hemos escuchado en las lecturas de este domingo
dos “historias de curación” similares, de las muchas bíblicas.
“Curar” también es hoy tan actual como entonces.
Incluso entre nosotros la creciente especialización
ha conducido a una abundancia de 
“profesiones curativas” muy diferenciadas.

Además me llama la atención,
que el propio “curar” ha diferenciado
separadamente:
a los internistas que curan nuestros órganos internos,
a los cirujanos que son más competentes para lo externo,
y a los psicoterapeutas o psiquiatras
que se ocupan de nuestro psiquismo.

Y otra cosa me llama la atención:
El verbo “curar” es para nosotros evidentemente 
corriente;
por el contrario el substantivo “curación”
falta mucho en nuestro vocabulario diario
y – cuando aparece alguna vez –
se entiende exclusivamente en sentido religioso.

Además esta palabra (en alemán) es de origen gótico
y significa “todo”/”completo”;
por consiguiente, significa exactamente lo contrario
de toda la moderna diferenciación y
especialización.
También en la tradición bíblica
se entiende la referida palabra
en su sentido original y amplio. 
Merece la pena tratar de aclarar esto un poco:
Tanto Naamán el sirio, como también los diez
hombres del Evangelio
están enfermos de lepra.
Esto no significa en absoluto
que padeciesen lo que nosotros denominamos lepra.
Pero significa 
que tienen una enfermedad grave, incurable,
contagiosa y, por ello, que aísla.

Todos son curados.

La historia de Naamán expresa claramente
que esta curación no se realiza
por medio de complicadas y sobre todo caras
técnicas médicas,
si no por medio de algo incomparablemente sencillo
- es decir, la ablución en el Jordán - 
y sobre todo por medio de una confianza sin reservas
en la fuerza curativa del profeta
y finalmente de Dios mismo, que cura
por medio del profeta.

Lo que en detalle conduce a la curación de los diez hombres del Evangelio,
no se dice; 
pero también aquí depende finalmente de su confianza.
Al único, que vuelve para dar las gracias,
le dice Jesús expresamente:
“¡Tu fe te ha ayudado!”.
Algo semejante dice Jesús siempre
a otras personas
que son curadas por Él: 
¡”Tu fe te ha sanado”!

¿Qué ha pasado con los otros nueve?
También ellos fueron notoriamente curados
e igualmente a consecuencia de su confianza
en Jesús,
cuyo nombre además no significa otra cosa que 
“curación”.
Y, sin embargo, su curación queda incompleta:
Si se hubieran “curado” completamente del “mal”
en sí mismos,
hubieran regresado para dar gracias,
y dar gloria a Dios.
Pero no lo hacen.

Y esto también diferencia su “curación” de la del
pagano Naamán:
Él está tan curado hasta en las raíces de 
su humanidad,
que pone todo su interés en un regalo de acción de gracias,
que quiere hacer al profeta.
Pero éste rehúsa 
porque conoce el verdadero actuar curativo 
de Dios.
Y así se le ocurre a Naamám
llevarse dos mulas cargadas con tierra “sagrada”
para poder construir un altar en casa
y en el futuro sólo al único, verdadero 
Dios
dar gloria.

Cuando contemplamos otras curaciones
que Jesús ha realizado,
entonces constatamos siempre de nuevo
que la verdadera “curación” desemboca en la alabanza de Dios.

Y de nuevo está en una estrecha
conexión con aquello de
que  la “curación” en el sentido de Jesús
abarca la remisión del pecado.
Por ejemplo en la curación del paralítico
Jesús dice expresamente primero:
“Tus pecados te son perdonados”.
Y después:
“¡Toma la camilla, en la que te han traído
y levántate!”.

Con ello Jesús pone al descubierto
el verdadero fundamento de la enfermedad:
“No necesitan médico los sanos”, dice
“si no los enfermos. Yo he venido
para llamar a los pecadores, no a los justos”.
En este sentido, el despreciado publicano Levi,
en cuya casa entra Jesús con sus discípulos
para un banquete,
forma parte de los “curados” por Él,
aunque, sin embargo,  por fuera estaba 
aparentemente rebosando salud.

En la “curación” de Levi se muestra además
un aspecto todavía más amplio de curación global,
un aspecto, que también es componente esencial
de la curación de los leprosos:
De la curación completa forma parte también siempre
la integración del ser humano en la sociedad.
El Evangelio insiste precisamente en este 
punto de vista,
relatando siempre en especial
la curación de extranjeros y marginados.
Y además a veces se origina la impresión digna de tenerse en cuenta,
de que la marginación es la verdadera “enfermedad”
que es “curada”,
o sea sus raíces.

Si nosotros ahora aún consideramos,
que, mirado bíblicamente, el pecado culmina
en una fuerza desenfrenada,
y, como se ha dicho, la marginación es un aspecto
de “enfermedad”,
que se trata de curar,
entonces está claro por un lado
lo enfermas y enfermizas que son las sociedades
del mundo actual;
pero también está claro simultáneamente
la enorme tarea que se nos ha encomendado a nosotros como cristianos:
Es decir, contribuir a la curación de este mundo,
en el seguimiento del “Salvador” Jesucristo.

Amen.