Homilía para el Domingo Trigésimo
del ciclo litúrgico B

28 Octubre 2018
Lectura: Jr 31,7-9
Evangelio: Mc 10,46b-52
Autor: P. Heribert Graab S.J.
“¡Sálvese quien pueda!”
Esto no es en absoluto un lema de Dios-
ni siquiera en la más acuciante necesidad.
Lancemos una mirada sobre la Lectura de hoy:
En segundo plano el mensaje consolador de Jeremías
es la aniquilación del Reino del Norte, Israel, por la superioridad de Assur.
Una consecuencia de esta catástrofe de decadencia
era la huida y la distracción de innumerables personas, como experimentamos nosotros hoy
ante la guerra, el terror y la violencia,
no sólo en Siria sino también actualmente en Centroamérica.
En esta situación, Jeremías da la palabra al propio Dios:
“Yo congregaré a mi pueblo desde los confines de la tierra.
Entre ellos hay ciegos y cojos, embarazadas y parturientas;
una gran multitud retorna como comunidad.
Se fueron llorando y los guiaré consolándolos.”

Por tanto no: “¡Sálvese quien pueda!”
Sino: los guiaré consolándolos.
y no abandonaré sobre todo a los cojos, a los ciegos y a todos los demás,
que han quedado atrás en tiempos difíciles.

¿Hasta qué punto se refleja la providencia de Dios
p.e. en nuestro comportamiento con los refugiados?
¿Pensamos a veces que hemos sido creados como imagen de Dios, por tanto como Su “espejo” en este mundo?
Silencio

El Evangelio llama nuestra atención ahora
sobre la necesidad humana en grandes y políticas catástrofes con miseria diaria en nuestra cercanía inmediata:
Del mismo modo que estaba sentado en la calle
el hombre ciego de Jericó,
están sentadas hoy en la calle en Colonia muchas personas y no en último término delante de la Catedral y de nuestras iglesias.
Algunos de ellos son también ciegos o
de otro modo impedidos corporalmente.
Pero, todos ellos son como el ciego más o menos dados por perdidos por la sociedad y por nosotros mismos.
Si gritan y proclaman en alto su necesidad,
también muchos de nosotros nos enfadaríamos
y exigiríamos de ellos que se callasen,
pero esto hoy nos lo quita la oficina de orden público.

Pero el relato de Jericó continúa:
Jesús se queda de pie.
Donde los demás sólo oyen un griterío molesto
Él percibe un grito de esperanza,
que ahora vislumbra su posibilidad.
Y Jesús reacciona dejando al ciego gritar.

Pero después sucede algo, que no estoy seguro
de que también hoy ocurriese:
Aquellos, que aún reaccionan enfadados ante
el ciego, ahora le llaman y le animan:
“Ten ánimo, levántate, él te llama”.

Si nosotros realizásemos este cambio interior:
En primer lugar ¿cambiaríamos esta riña y amenaza enfadada por este amable ánimo e invitación
a la intervención de Jesús?

Silencio

Según mi comprensión, en el Evangelio se trata del relato de una doble curación:
Antes de que el ciego fuese curado en el borde de la calle, Jesús cura a los transeúntes
y entre ellos también a Sus propios discípulos,
que están naturalmente muy convencidos,
de ver todo correctamente y de juzgar de forma justa.
Para ellos este ciego es sobre todo un factor de perturbación.
Pero no conocen lo esencial:
la dignidad de este ser humano amado por Dios.

Jesús les abre los ojos a esta dignidad del ser humano que está en el borde de la calle,
en el modo que Él mismo se encuentra con el ciego.

¿Con qué ojos miro yo a las personas que me molestan
- porque me telefonean en tiempo intempestivo?
- porque me estorban?
- porque se atreven a llevarme la contraria?
- o sencillamente porque son de otra forma y reaccionan de forma diferente a como lo hago yo?

¿Cuántas manchas ciegas merman mi imagen del prójimo?
¿Cuántos prejuicios me hacen ciego para una mirada justa del otro?
¿Dónde tengo necesidad de que me curen?

Silencio

A menudo he escrito aquí ya la cita de Wilhelm Willm: mirar con buenos ojos.
El Evangelio nos señala hoy lo que esto significa:
miremos con los ojos atentos de Jesús
tanto a los que tienen que vivir en el borde de la calle, como también a los que pasan delante de ellos de forma presuntuosa.
Reconozcamos con los ojos amorosos de Jesús
lo que podemos aportar para que haya más humanidad, en primer lugar entre nosotros,
pero también en nuestro entorno.
Amén.
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