Homilía para el Domingo Vigésimo Quinto, ciclo litúrgico  (B)
23 Septiembre 2018
Lectura: Sab 2,1a.12.17-20
Evangelio: Mc 9,30-37
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
1. “Quien siembra cizaña, más tarde le araña.”
Todos nosotros conocemos este refrán.
En esto se basa un Salmo bíblico:
“El malhechor cavó y ahondó una fosa,
caiga él mismo en la fosa que hizo.
Recaiga su maldad sobre su cabeza.” (Sal 7,16 s)

Pero, por el contrario, también se dice en un Salmo:
“El Señor me ha tratado bien y me ha pagado
porque yo soy recto y mis manos puras.
Yo tengo ante los ojos todos Sus mandamientos,
no me aparto nunca de Sus preceptos.
Por eso el Señor me ha retribuido,
porque soy justo
y mis manos son puras ante Sus ojos.” (Sal 18, 21.23.25)

¿Hay verdaderamente esta estrecha conexión entre lo que hago y sus consecuencias?
¿Verdaderamente sigue al actuar injusto el “castigo” sobre el pie?
Y a los que hacen el bien a otros ¿les va en su propia vida, por así decirlo, ‘automáticamente’ bien,
por ejemplo, porque el propio Dios está de su parte
y los recompensa con justicia?

Hay textos bíblicos que sugieren este ‘automatismo’.
En la Lectura de este domingo “los malvados” ponen a prueba este automatismo:
“Queremos comprobar cómo sucede con el justo.
Si es verdaderamente hijo de Dios cuidará de él y
lo arrancará de las manos de sus enemigos.”
Hasta el día de hoy sueñan los seres humanos y quizás nosotros mismos también con un mundo justo,
en el que el bien sea recompensado y el mal castigado.
Incluso quizás nos preguntamos aquí y allá:
¿Cómo pude el Dios justo permitir
que demasiado a menudo le vaya bien al malvado
y mal al bueno?

También los autores de los textos bíblicos
luchan con esta pregunta.
Por ejemplo, la figura de Job prueba esto de
un modo emocionante.
Job se enfrenta de forma existencial con las catástrofes de su vida,
que para él sencillamente no armonizan
con su conducta intachable ante Dios.
Él llega hasta maldecir la noche de su concepción y el día de su nacimiento.
Dios mismo y su fe en este Dios
se convierten para él en un problema fundamental, como para muchas personas y también cristianos de hoy.

2. Precisamente nuestra Iglesia ahora agudiza esta problemática sumamente,
poniendo la Lectura del libro de la Sabiduría en conexión inmediata con la profecía de la Pasión de Jesús:
El propio Dios encarnado es entregado a los seres humanos – concretamente a estos “malhechores” de la Lectura - y ellos Le tratan de forma brutal y cruel
y finalmente le matan.

Tanto para Job como para Jesús de Nazareth, el propio Dios se pone en cuestión:
“¿Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado?”
En la Cruz para el propio Jesús, Dios se muestra como misterio incomprensible.
Y a nosotros Dios nos enseña continuamente en la Biblia que Su justicia es muy diferente a la nuestra.
Sus pensamientos son totalmente distintos a los nuestros.
Esto tampoco cambia en absoluto con el acontecimiento de la mañana pascual.
Ciertamente con los relatos sobre la resurrección de Jesús,
la Sagrada Escritura abandona el suelo firme de la realidad intramundana y
nos confronta con el inabarcable misterio de Dios.

3. Y, sin embargo, nosotros aprendemos de Jesucristo
hasta qué punto la justicia de Dios finalmente llega a la perfección:
La justicia de Dios se hace realidad ya en este mundo en la medida en que el Reino de Dios,
el poder de Dios, por tanto, Su futuro crece y
se desarrolla.
Y en ello debemos y podemos colaborar.
Éste es el núcleo del mensaje de Jesús.
Una vida en Su seguimiento,    
una vida en el Espíritu y por la fuerza de Su mensaje de amor será fecunda – no en la forma  de una “recompensa” superficial,
pero también por medio de lo que una vida así contribuye al crecimiento del Reino de Dios:
El propio Reino de Dios
y, al mismo tiempo, también todo en lo que podemos contribuir es un insuperable regalo de Dios
y de Su misteriosa justicia.

Amén.
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