Homilía para el Domingo Décimo
del ciclo litúrgico B
10 Junio 2018
Evangelio: Mc 3,20-35
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En la Iglesia hablamos a menudo de la “Sagradaa Familia”-
sobre todo en tiempo navideño.
Entonces tenemos ante la vista a la “pequeña familia”:
María, José y el Niño Jesús en el pesebre.

El Evangelio de hoy amplía nuestra mirada a la familia de Jesús:
No es sólo la pequeña familia navideña y confiada.
La familia de Jesús es también una familia como todas las demás:
Por tanto, es en primer lugar una gran familia,
como era (no sólo entonces) naturalmente en el Oriente Próximo y hasta el siglo XX también entre nosotros por regla general.
Esta familia es también, en este sentido, una familia totalmente “normal”,
como es evidente también hubo en esta “Familia Sagrada”
tensiones y enfrentamientos considerables.

El Evangelio hablo hoy de Madre de Jesús y de Sus hermanos.
En otro contexto, se dice p.e. en el Evangelio de Mateo:
“¿No es éste el Hijo del carpintero?
¿No se llama María Su Madre
y no son Sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas?
¿No viven entre nosotros todas Sus hermanas?”
(Mt 13,55-56)
Hermanos y hermanos pueden ser tanto los hermanos carnales como también primos y primas
porque todos pertenecían a la gran familia.

En esta familia Jesús desentona considerablemente como predicador itinerante por lo que hace y dice y
da ocasión al vecindario a que Le pongan en ridículo, tanto que una delegación de la familia se pone en camino para irle a buscar e incluso en caso de urgencia hacerle entrar en razón por la fuerza.
Por tanto aquí se da un paralelismo con los problemas familiares que hay hoy entre nosotros.

Silencio

¿Se agrava el conflicto familiar naturalmente por el hecho de que con todo lo que Él dice y hace
simultáneamente también provoca la oposición de
las autoridades públicas y religiosas.
Qué familia ‘normal’ se conformaría hoy con una situación así?

Silencio

¿Cómo gestiona Jesús esta situación?
¿Cómo resuelve el conflicto?
Y ¿qué podemos aprender nosotros de Él?

Aquí se da en primer lugar el enfrentamiento con Su familia.
Su reacción es sumamente escasa:
“Él replicó: Quién es mi Madre y quienes son mis hermanos?
Y miró a las personas que estaban sentadas a Su alrededor y dijo: Aquí están mi madre y mis hermanos.
Quien cumple la voluntad de Dios,
Éste es para mí hermano y hermana y madre?”

Nosotros denominaríamos “apodíctica” una respuesta así.
En ella no se vislumbra ninguna disposición para el diálogo.
Tampoco se encuentra ningún ruego de comprensión.
No se visualiza la más mínima disposición de compromiso.
Jesús presupone que para Sus familiares Su misión divina es tan clara como lo es para Él.
Entonces, en consecuencia, no hay ningún Si y ningún Pero.

Una respuesta semejantemente áspera y sin posibilidad de indagar ya se la había dado a Sus padres a los doce años, cuando le buscaron durante tres días por Jerusalem:
“¿Por qué me buscabais?
¿No sabíais que tengo que estar en las cosas de mi Padre?”
Ya entonces no Le comprendieron.
Y se dijo de Su Madre:
“Ella guardaba todo lo que había ocurrido en su corazón”
Probablemente tampoco ahora podría hacer otra cosa.

Silencio

Pienso que más de una madre (y más de un padre) también hoy, en definitivas cuentas, sólo pueden callar y esperar,
cuando sus hijos muy conscientemente andan su propio camino y se sustraen a un diálogo con los padres.
“Guardar en el corazón”, significaba seguramente para María sobre todo:
Todo lo incomprensible llevarlo internamente a la oración y ponerlo llena de confianza ante Dios.

De forma totalmente diferente que con Su familia reacciona Jesús con los escribas que Le atacan masivamente:
Él intenta instruirlos como mínimo con la ayuda de parábolas.
Pero sobre todo Él insinúa ante ellos
que esto depende de “discernir los espíritus”:
Si ellos hubieran puesto atención seriamente
nunca hubieran pensado que Él estaba poseído por un espíritu impuro.
Más bien les hubiera quedado rápidamente muy claro en el contexto del mensaje de Jesús y con la mirada puesta en el afecto de Jesús por los seres humanos que
En Él y ciertamente en Sus “expulsiones de los demonios” curativas sólo puede actuar el Espíritu Santo de Dios.

Silencio

Un sabio discernimiento de espíritus probablemente
tampoco hubiera generado el conflicto familiar.
¿Y hoy?
El Papa Francisco, no por casualidad, nos pone en el corazón continuamente sobre la base del Evangelio,
un “discernimiento de los espíritus”.
La palabra “discernimiento” Francisco la traduce así:
“Querer comprender lo que va y lo que no va.
Lo que viene de Dios, lo que viene de mí y lo que viene del demonio.”

Brevemente expresado, depende de tres cosas:
* No querer nada demasiado.
* Percibir la voluntad de Dios.
* Acertar con buenas decisiones.

Y esto sólo se consigue cuando uno se toma tiempo y tranquilidad para la lectura de la Escritura, para la meditación y la oración en un proceso de discernimiento y decisión.

Silencio

Personalmente estoy convencido:
Lo que el Evangelio transmite en este contexto sobre María, la Madre de Jesús, significa ciertamente:
“Ella conservaba todo lo que ha sucedido en su corazón.”
Para una mejor comprensión, desearía completar esta frase con unas pocas palabras:
… y ella se movía orando en su corazón.”

Amén.
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