Homilía para el Domingo de la Santísima Trinidad
7 Junio 2009
Autor: P.Heribert Graab S.J.
Domingo de la Santísima Trinidad –
en él celebra la Iglesia el misterio de Dios.
Y esto, aunque generaciones de teólogos han tenido agrias discusiones sobre el fundamento de este misterio.
Por el camino del conocimiento intelectual
también nosotros toparíamos muy rápidamente
con nuestros límites.
Por consiguiente, elegimos un principio más modesto,
para, al menos, tener una pequeña noción
de lo que hoy celebramos.

Somos creados a imagen y semejanza de Dios
- así lo atestigua la Sagrada Escritura.
Por consiguiente, la mirada sobre nosotros mismos y sobre nuestras experiencias con nosotros mismos
tendría que ser como mínimo
un cabo para atrapar el misterio de Dios

En cada uno de nosotros se halla en lo más profundo
una insaciable nostalgia de amor.
Sólo en la seguridad de las relaciones afectuosas
podemos convertirnos realmente en seres humanos.
En verdad experimentamos en nuestra época
y en nuestra sociedad
cómo están los jóvenes ante algunos problemas,
cuando ellos no tienen la experiencia como niños
de que yo soy aceptado y amado.

Es lógico deducir de esta experiencia:
Dios mismo, a cuya imagen y semejanza nosotros somos creados, es en el núcleo de Su esencia, Amor.
Y ciertamente esto nos confirma la Sagrada Escritura, casi en cada página.
Pero el amor presupone y crea relación.
Amor significa también, al fin y al cabo,
identificación y entrega.
Esto lo experimentamos –cuando sale bien-
en las relaciones afectuosas interhumanas.
Quizás conozcan ustedes esta maravillosa historia
de la tradición judía del Rabbi Mojsche-Lejb:
En la víspera de un importante día de fiesta
toda la comunidad esperaba en vano a su rabbí.
Cuando él iba de camino para orar,
oyó llorar a un niño en una casa.
Entró y vio que la madre se había ido a orar
y había dejado solo al niño.
El rabbí tuvo compasión del niño
y jugó con él mucho tiempo hasta que cansado,
se quedó durmiendo.
Después fue a la casa de oración.

El rabbí sufrió por el niño,
se identificó con él en su necesidad,
abandonó todo lo demás
y se dio en este momento totalmente a este niño
y, en cierto modo se hizo uno con él.

De una semejante identificación y autodonación
se trata en el relato de Jesús sobre aquel samaritano
que, en el camino hacia Jericó,
encontró a un hombre que
había sido golpeado y desvalijado por ladrones.

Ahora –en un tercer ejemplo quisiera hablar de la afectuosa relación en un matrimonio:
También aquí se trata, en el caso ideal, de esto –incluso sin palabras – es decir,
por la identificación con el otro–
para comprender lo que el otro piensa, lo que siente,
por lo que sufre, lo que le alegra.
Se trata cada vez más de llegar a ser “uno”.

¡También esto existe hoy!
Pero esta experiencia no se hace como sacerdote
en la celebración del matrimonio de una joven pareja.
Esta experiencia más bien se puede hacer en la celebración de unas bodas de oro.
* En esta ocasión me he encontrado con personas,
en las que sus facciones se han hecho semejantes
por su camino de amor conjunto;
* personas, cuyo cariño maduro, su hacerse uno
y su correlación expresa autenticidad:
* personas que en la alegría y en el sufrimiento
viven juntos y uno para otro;
* personas que en la enfermedad y en el quebranto por la edad son el uno para el otro
y viven la entrega amorosa.
Tales experiencias pertenecen a
las más bellas experiencias de mi vida como sacerdote.

Ahora quisiera volver a la cuestión del principio sobre la Trinidad de Dios:
Ya el amarse a sí mismo significa hacerse uno consigo mismo,
aunque a menudo muchas “almas habitan en nuestro corazón”. (Faust 1)
Aún cuando amemos recíprocamente se trata
–como hemos visto–de unidad en la diversidad.

Pero no es sólo ahora el conocimiento humano
“obra imperfecta” –como dice Pablo.
* “Obra imperfecta” son más bien todas nuestras relaciones.
* “Obra imperfecta” es finalmente nuestro esfuerzo humano para la unidad en la diversidad.
Todo esto lo sabemos muy bien por experiencias dolorosas de nuestra propia limitación.
Lo experimentamos en la relación de los pueblos y de las religiones entre sí.
Lo experimentamos incluso en nuestra Iglesia
cuando se producen tensiones de nuevo entre la Confencia Episcopal y el Comité Central.

Después Pablo continúa diciendo:
“Cuando llegue lo perfecto desaparecerá lo imperfecto” (1 Cor 13, 9 s).
Esta perfección es en Dios eterna presencia-
de una forma insospechada e inimaginable
para nosotros:
Unidad en la diversidad.
La diversidad en Dios nosotros la expresamos,
hablando de las “tres Personas”,
aunque, según nuestra comprensión,
las “personas se definen por su autonomía.
Pero en Dios, que es el Amor mismo,
toda diversidad está fundida en insuperable unidad.
Los matrimonios pueden en una larga vida de unión amorosa también amalgamarse en una unidad asombrosa,
sin embargo, permanecen como dos personas autónomas.
Pero en Dios está superada la aparente contradicción
entre diversidad personal y unidad indisoluble-divina.

Así Jesús puede decir:
“El Padre y Yo somos uno.” (Jn 10,30)
o: “Todos deben ser uno: como Tú Padre estás en Mí y Yo estoy en Ti,
ellos también deben ser uno,
para que el mundo crea que Tú me has enviado.”
(Jn 17,21)

Asimismo dice Jesús:
“Todo lo que el Padre tiene es mío.”
Y lo que es “del Padre”
y lo que simultáneamente es “del Hijo”,
se nos regala en la asistencia del Espíritu Santo.
(cf Jn 16,13-15)

Para Juan, el teólogo de los evangelistas,
Jesús es el “Logos”, “Palabra de Dios”,
del que dice:
“Al principio existía la Palabra
y la Palabra estaba con Dios
y la Palabra era Dios.
Ella estaba en el principio con Dios.
Todo se hizo por ella
y sin ella no se hizo nada de cuanto existe.”
(Jn 1,1-3)
Por consiguiente, también al mirar la Creación
se suprime la diversidad de las Personas
en la unidad de la Trinidad de Dios.

Por consiguiente, nosotros adquirimos como mínimo un presentimiento de lo que celebramos en este domingo de la Trinidad, por las propias experiencias – aún cuando sean muy limitadas –
como también en la interpretación de estas experiencias por medio de la Sagrada Escritura.
El “misterio” de Dios permanece.
Y, sin embargo, podemos a la vista de este misterio
y de lo que se nos alumbra de él,
comprendernos mejor a nosotros mismos
como “imágenes de Dios”
y sacar de ello las consecuencias
para nuestra propia encarnación
y para una “humanización”
o también para una “divinización” del mundo,
para que este mundo esté cada vez más cerca
de su definición de “Reino de Dios”.

No se puede tratar de allanar las diferencias
o incluso de satanizarlas.
Más bien se trata de hacer posible unidad en la diversidad por medio de la fuerza del amor de Dios:
* En la a veces plural hasta la fragmentación en pedazos y, sin embargo, única Iglesia católica.
* En la variedad del ecumenismo, que, sin embargo, es la única Iglesia de Jesucristo.
* En la abundancia de diferentes religiones, culturas y pueblos, pero en las que los hijos de un solo Padre
expresan la riqueza de dones del Dios Creador.
* En la variedad de diferentes talentos, carismas y caracteres – también en nuestro entorno inmediato.

Descubrir el “hilo rojo” de la unidad en esta casi inabarcable
y a menudo caótica policromía de la vida,
que Dios ha tejido internamente
y que también actualmente está dentro
- a pesar de toda la confusión humana-
es un servicio a la unidad en la diversidad,
es nuestra misión,
que de nuevo hoy en el domingo de la Trinidad se nos encomienda.

Amén.