Homilía para la Fiesta de Cristo Rey
22 Noviembre 2009
Lecturas: Dn 7,2a.13b-14 y Ap 1, 5b-8
Evangelio: Jn 18,33b-37
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En todas las Lecturas de este Fiesta
se trata de esperanzadas visiones en contraste
con la deprimente realidad
de las relaciones interhumanas
y del dominio del ser humano sobre el ser humano,
entonces como hoy.

* La visión de Daniel:
El fondo lo forman las relaciones de poder cambiantes y caóticas tras la muerte
de Alejandro Magno y concretamente
la persecución religiosa bajo el Rey de Siria Antíoco IV.

A la Lectura de hoy le precede la visionaria descripción de los cuatro animales amenazadores.
Éstos personifican a los dirigentes de la época.
Un despotismo especialmente brutal y cruel
sobresale en todas las demás:
“Después seguí mirando en mis visiones nocturnas
y vi una cuarta bestia terrible, espantosa,
extraordinariamente fuerte;
tenía dientes de hierro;
comía, trituraba y lo sobrante
lo pisoteaba con sus patas.” (Dn 7,7)

Éste que era el peor de todos los animales
es asesinado en la visión.
Los otros pierden su fuerza.
Y entonces comienza con la aparición
del Hijo del Hombre sobre las nubes una nueva era:
Todo el dominio histórico del mundo es rescatado
por medio del eterno dominio real de Dios.

Muy semejante es la situación de la época
en que fue escrito el Apocalipsis de Juan:
El Emperador romano Domiciano
obliga a los cristianos a la adoración del Emperador
de forma semejante a los dioses
y con ello a la traición de su fe.
También para estos cristianos es válida
la consoladora promesa del Hijo del Hombre Jesucristo,
que viene sobre las nubes
y se manifiesta como soberano
sobre los Reyes de la tierra.

* Por culpa suya, se “lamentan y quejan”
todos aquellos que como culpables o también como simpatizantes, tienen que responder de las momentáneas tribulaciones.
El nuevo y eterno dominio de Cristo
será una soberanía del amor de Dios.
Ahora ya Cristo nos ha hecho a todos nosotros
por el Bautismo “reyes y sacerdotes” ante Dios.
Ya no somos en Su Reino objetos ni siquiera víctimas, sino sujetos que tienen parte activa
en Su amorosa soberanía.

El diálogo entre Jesús y Pilatos finalmente muestra el mismo contraste entre la soberanía del mundo
y la soberanía definitiva del Mesías Rey.
El criterio discernidor a los ojos de Jesús es el trato con la verdad.
Por ello, Pilatos no tiene nada que hacer:
“¿Qué es (ya) la verdad?” pregunta desdeñosamente.
Para él sólo cuenta el poder.
Pero éste le puede ser quitado
si los Sumos Sacerdotes se dirigen
al Emperador de Roma.
Por consiguiente, ¡qué le importa la verdad!.

* Todas estas visiones son como mínimo ricas en contrastes si las comparamos con la realidad de hoy:
* con los sistemas de dominio político de nuestra época;
* con las estructuras de poder en el mundo económico y financiero;
* con las relaciones de dependencia en la mayor parte de las empresas;
* con las estructuras de dominio normales en muchas clases o incluso familias.

Nosotros debíamos pensar que aquella
“soberanía de Dios” en su plenitud es prometida para el “tiempo final”.
Pero ¡que ya empieza a despuntar ahora!
¡Esto nos pone como cristianos ya ahora ante retos!
¡Por el Bautismo somos “reyes, sacerdotes y profetas” ya ahora!
¡Esto debiera tener consecuencias!
Quizás podamos llevarnos un par de preguntas para esta semana.
Comenzamos por el apreciable ámbito privado:

¿Qué papel juega el poder y la influencia en mi familia y/o en mi más estrecho círculo de amigos?

¿Hay algo así como el “orden del pico en el gallinero”?
(Allí se determina la jerarquía por la fuerza del pico:
uno da picotazos al otro).

¿Con cuánta atención, sensibilidad y afecto nos tratamos unos a otros?

¿Nos miramos mutuamente “con buenos ojos”?

* Nos podemos hacer preguntas semejantes mirando nuestro ámbito profesional:

¿Cómo tratamos con situaciones de competencia?

¿Nuestro trato es transparente o hay mucha “trastienda”?

¿No envidio el éxito de mis colegas?

¿Animo a otro si tiene mala suerte o sufre un fracaso?

¿Estoy atento a signos ocultos de abatimiento, tristeza o incluso miedo?
¿Encontramos unos para otros palabras, gestos y ofertas de ayuda consoladoras y constructivas?

* También habría que reflexionar sobre el campo social:

¿De qué gentes me rodeo?
¿En qué círculos me muevo? Y ¿por qué?
¿Con quién quisiera que me viesen?
¿La posición social y la influencia juegan un papel en esto?

¿Exhibo a conocidos influyentes?
¿”Hago camarilla” con estos para perjudicar a otros?

* Naturalmente también debiéramos reflexionar sobre nuestra conducta política:

¿Dejo la política para otros?
¿Qué es lo más importante para mí:
la cotización en bolsa, los impuestos,
que me cargan?
O ¿la justicia social?

¿Tengo ante la vista en las decisiones políticas
-sean las decisiones propias
o sean las decisiones de otros-
siempre las repercusiones de las mismas en
las minorías, los marginados o los pobres?

Defiendo junto a mi responsabilidad para mí mismo y para los míos, también mi responsabilidad
con mis prójimos –cercanos o lejanos–
sin dejar en el último lugar mi responsabilidad 
con la Creación y para las generaciones venideras?

¿Puedo críticamente reconocer mis propios prejuicios como tales y, dado el caso, corregirlos?

* Como es natural al final se trata de mi fe y de relación con Dios y de mi relación con la Iglesia de Jesucristo:

Mi fe cristiana ¿traza como un hilo rojo a través de mi vida en todos sus ámbitos, también en el público?

¿Estoy agradecido a mi fe
y me llena de alegría?

¿Mi alegría por la fe es contagiosa?
Y ¿salta mi esperanza como una chispa sobre
los demás?

¿Me siento –también en las situaciones críticas–
como una parte de la Iglesia?
¿Me configuro activamente con ella, en lugar de sólo criticarla?
¿Puedo llenar con vida la palabra de una “crítica solidaridad”?

Las respuestas a estas preguntas permiten reconocer
en qué medida se trata verdaderamente para mí
de la “soberanía real de Jesucristo” y
en qué medida me adentro en la praxis
de un dominio puramente mundano-
y de principios de comunicación.

Me parece que no se trata sólo de festejar la Fiesta de “Cristo Rey”.
Se trata más bien de contribuir prácticamente algo
a que pueda venir el “Reino de Dios”.
Si no sería una pura farsa la petición:
“Venga a nosotros Tu Reino”

Si ustedes quieren leer otra vez en esta semana
con sentido personal las preguntas,
pueden y debieran hacerlo tranquilamente
en Internet.

Amén.