Homilía para el Domingo Trigésimo Tercero del ciclo litúrgico (B)
15 Noviembre 2009
Lectura: Dn 12,1-3
Evangelio: Mc 13,24-32
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Al final del año litúrgico
y otra vez al comienzo del nuevo año
se trata en las Lectura de nuestras misas
de la “escatología”, es decir, de las “últimas cosas”.
Estos textos parecen extraños e incluso inquietantes.
Y, sin embargo, son “textos de consuelo”,
que fueron escritos en tiempos de necesidad
y tribulación.
Su intención es despertar y fortalecer la esperanza,
esperanza de realización individual y de toda la Creación.

Para nosotros estos textos son por varios motivos de difícil comprensión:
* Fueron escritos con un fondo de situaciones históricas concretas de necesidad y miseria,
que a nosotros no nos son familiares.
* Aluden a perspectivas políticas y sociales,
que prometen consolación para las personas de la época respectiva.
* Hablan a la vez de acontecimientos de una época histórica y del final de todos los tiempos.
No es fácil diferenciar estos dos planos.
¿Dónde se habla del cambio histórico?
Y ¿dónde del comienzo definitivo y eterno de la soberanía de Dios?
* Se trata del destino de las personas en particular,
del destino del pueblo
y, al mismo tiempo, del destino de toda la Creación.
* Los textos están escritos más bien en una lengua cifrada
y utilizan imágenes, que no son nuestras imágenes.
Pero intentemos explicarnos la forma de consuelo y esperanza de estos textos.

Una advertencia preliminar sea anticipada:
¡Al tratarse del final del tiempo
-para nosotros personalmente y también
para la humanidad en total-
es imposible sacar de la lectura concretamente “aquel día y aquella hora” o en general
las circunstancias concretas.!
Estos intentos, que en todas las épocas
se emprendieron, están condenados de antemano al fracaso.

El libro de Daniel habla muy indeterminadamente
de “aquel tiempo” y cifra otros detalles con misteriosas nociones simbólicas.
Jesús dice expresamente en el Evangelio:
Aquel día y aquella hora nadie la conoce,
tampoco los ángeles del cielo,
ni siquiera el Hijo, sino sólo el Padre.
Pero ¿en qué nos podemos apoyar nosotros también hoy y en nuestra época?

1) En la Lectura de Daniel se habla del arcángel Miguel.
Miguel es el príncipe más grande de los ángeles de Israel, que aboga por los hijos e hijas del pueblo de Israel.
Miguel es el representante –como también los “ángeles” de otros pueblos- de Dios mismo.
Él responde de la fidelidad de Dios con Su Alianza
y con todas Sus promesas
- empezando desde aquella promesa
que hizo con la Creación del cosmos
y sobre todo de la humanidad
hasta todos los despliegues de esta promesa
en el transcurso de la historia.

No por casualidad Miguel también es considerado como el protector del nuevo pueblo de Dios,
la Iglesia.
Por el Sacro Imperio Germánico, su protectorado
se ha transmitido más tarde también a Alemania.
Su mensaje suena en todas las épocas:
Dios es fiel y se realiza en todas las épocas
para los que Le confiesan –
y esto sobre todo en tiempos de necesidad y tribulación
y tanto más en la hora de la muerte
y tanto más si se trata de superar
la catástrofe del fin del mundo.

2) La humanidad y también los autores de la Biblia
han necesitado mucho tiempo para reconocer
en la comunión con Dios el llamamiento de cada persona individualmente a la vida eterna.
El libro de Daniel del tiempo de los Macabeos
contiene uno de los más antiguos testimonios de resurrección en los siglos II y I antes de Cristo.
Esta fe en la resurrección encuentra finalmente su plenitud en los testimonios pascuales del Nuevo Testamento.
Sobre esta fe pascual también nosotros podemos construir nuestra vida.
¡Dios es fiel!
Ciertamente en las horas obscuras de nuestra vida
y también en las catástrofes de esta época mundial
podemos confiar ciegamente en que
Él consumará nuestra vida en Su gloria.

No sólo el libro de Daniel
sino también todos los demás libros
de la Sagrada Escritura buscan una respuesta
a la apremiante cuestión sobre la justicia de Dios:
¿Cómo les va a ir a aquellos
que en esta vida se han situado contra Dios,
contra los seres humanos
y contra toda la Creación?
“Unos resucitarán para la vida eterna,
los otros para la ignominia, para la condena eterna”,
se dice en la Lectura.
También Jesús habla del Juicio Universal al final de los tiempos.
Los que estén a Su derecha oirán:
“Venid, los que sois bendecidos por mi Padre,
tomad en posesión el Reino, preparado para vosotros desde la Creación del mundo.” (Mt 25,34)
“¡Apartaos de Mí malditos al fuego eterno,
preparado para el demonio y sus ángeles!” (Mt 25,41)

¡Estas son palabras totalmente serias y
para tomar en serio!
Pero de una forma totalmente anticristiana
se ha intentado durante mucho tiempo
crear temor con estas palabras.
El que con este temor en algún tiempo
incluso se hiciesen negocios,
condujo a la escisión de la Iglesia en la Reforma.

Las palabras del Juicio de la Sagrada Escritura verdaderamente son para tomarlas en serio
bajo una doble mirada atrás:
* Sobre todo son un recordatorio insistente
para llevar una vida en respeto y alta consideración ante la grandeza de Dios,
ante la dignidad de Su imagen, del ser humano,
y ante la responsabilidad a nosotros encomendada para la Creación.
* Acto seguido, tampoco ningún camino pasa por alto,
que tengamos que contar con consecuencias:
Con consecuencias de una vulneración de Dios,
con consecuencias de una vulneración de la dignidad humana
y también con consecuencias de una explotación de la Creación.
De estas consecuencias habla la Biblia en imágenes que van debajo de la piel.
Pero al mismo tiempo el alegre mensaje de la misericordia no merecida y del amor de Dios
se arrastra como un hilo rojo a través del Antiguo como del Nuevo Testamento.
Lo que nosotros no conciliamos ni teórica ni prácticamente –justicia y misericordia-
para Dios forman una unidad indisoluble.

Lo que esto significa concretamente
se sustrae a nuestra imaginación.
Pero una cosa es segura:
Nosotros podemos confiar en Dios sin reservas,
en Su justicia,
pero sobre todo en Su amorosa misericordia.
Ciertamente para este alegre mensaje de Jesús
es válida la frase central del Evangelio de hoy:
“Cielo y tierra pasarán,
pero mis palabras no pasarán.”

Amén.