Predigt zum Domingo Vigésimo Octavo
del ciclo litúrgico (B)
11 Octubre 2009
Lectura: Sab 7,1-11
Evangelio: Mc 10,17-27
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En la Lectura de hoy se trata de “sabiduría”.
¿La sabiduría es hoy todavía actual?
¿Sabe alguien comenzar algo con esta idea?

Desde hace algunos años se amontonan
estudios comparativos internacionales sobre
el tema “formación”.
En todos estos estudios se trata de lo estáticamente conmensurable:
* Se trata de las tasas de analfabetos
y del número de graduados universitarios,
* se trata del abandono escolar y
de la porosidad del sistema educativo,
* se trata de los problemas de integración
y de la promoción individual de los discriminados.
* Se trata de la formación profesional
y de las clasificaciones económicamente utilizables.
* Se trata sobre todo de dinero:
Se trata de tareas de formación estatales
en relación con el producto social bruto.

Apenas se habla de una formación humanamente abarcante
-incluso en el sentido de un ideal de formación humanista.
Y de la “sabiduría” ¡nada en absoluto!

Desde los años 68 se experimenta en Alemania
sin plan fijo una política relativa a la enseñanza con frecuencia según el principio de “estarlo cambiando todo continuamente”.

Casi siempre de espaldas a los estudiantes y a los profesores.
Según la legitimación de los estudios de la OECD
los “éxitos” son más que insuficientes.

En vista de esta situación, quizás debiésemos revolver de nuevo en la “caja bíblica de polillas”
para mirar con lupa esta idea altamente trasnochada,
a menudo ya ni conocida:
La idea bíblica de la “sabiduría”.

Precisamente la alabanza de la sabiduría
se pone en boca de un político:
El Rey Salomón.
Suena casi increíble lo que escuchamos:
Uno de los grandes y poderosos de su época
coloca la sabiduría por encima del poder
y de la riqueza
y también de la salud y de la hermosura.

De nuevo nos extrañamos por la actualidad
de este antiguo texto bíblico:
Entonces como hoy parecen estar el poder
y la riqueza,
la salud y la hermosura
muy arriba en la lista de prioridades
de valores deseables.
Salomón se desmarca de estos valores modélicos
de todos los tiempos
y da primacía absoluta a la “sabiduría”.

¿Qué significa esta idea bíblica de la sabiduría?

En los textos más antiguos se trata sencillamente
del tesoro experiencial de los “mayores”.
Esto se transmite en innumerables proverbios y exhortaciones.
Sólo un par de ejemplos:
* “La insolencia produce contiendas,
la sabiduría acompaña a los que se dejan aconsejar.”
(Prov 13,10)
* “Fuente de vida es la boca del justo,
la boca del malvado oculta violencia.” (Prov 10,11)

* “El charlatán hiere como una espada,
la lengua de los sabios es medicina.” (Prov 12,18)

“El que oprime al pobre ultraja a su Creador,
lo honra el que es misericordioso con el necesitado.” (Prov 14,31)

Ciertamente detrás de esta alta consideración
a la transmisión de los “mayores”
se halla una actitud fundamental evidentemente conservadora.

Uno de las autores más tardíos de la
literatura sapiencial bíblica -Kohelet-
contempla todo lo nuevo incluso
con gran escepticismo.
Y, sin embargo, la sabiduría enseña en conjunto
el arte del discernimiento.

La medida para un discernimiento así
es en último término la sabiduría de Dios.
No sólo en Su Creación, sino también en Su Ley
se documenta la sabiduría divina.

La sabiduría de la Creación es cantada en uno de los más hermosos cantos de la literatura mundial:
En el capítulo octavo del libro de los Proverbios.
Este maravilloso canto expone
la sabiduría personalizada de Dios.

Termina con los versos:
“Cuando Dios echaba los cimientos de la tierra,
yo estaba junto a Él como hijo amado.
Yo era su alegría día tras día
y jugaba continuamente ante Él.
Jugaba con el orbe de la tierra
y mi alegría era estar con los hombres.” (Prov 8,30)

La sabiduría de la “Ley” divina se alaba totalmente en los textos veterotestamentarios.
Incluso los paganos peregrinan en una gran peregrinación popular a Jerusalem
por amor a la sabiduría:
“Muchas naciones se ponen en camino.
Dicen: Venid, subamos al monte del Señor
y a la casa del Dios de Jacob.
Él nos enseña sus caminos
y marcharemos por sus sendas.
De Sión sale la sabiduría,
de Jerusalem viene la Palabra del Señor.” (Miq 4,2)

Ya en la literatura sapiencial veterotestamentaria
se ve una estrecha conexión entre la sabiduría de Dios, el Espíritu de Dios y la Palabra de Dios.
Este paralelismo halla su punto culminante
en el Prólogo del Evangelio de Juan:
“En el principio ya existía la Palabra,
y la Palabra estaba junto a Dios
y la Palabra era Dios.
Al principio estaba junto a Dios.
Todo fue hecho por la Palabra
y sin la Palabra no se hizo nada
de lo que existe.
En ella estaba la vida
y la vida era la luz de los seres humanos.” (Jn 1,1-4)

Por consiguiente para nosotros se concreta
en Jesucristo la eterna sabiduría de Dios.
En el seguimiento de Jesús y en la escucha
de Su mensaje podemos y debemos orientarnos hacia la sabiduría de Dios.
También hoy con este fondo cristiano
es válida la antigua sentencia de la sabiduría:
“La sabiduría del prudente
ilumina su camino (de la vida),
pero la estupidez de los necios es puro engaño.” (Prov 14,8)

Por consiguiente, en el sentido de la sabiduría bíblica
la actual secularización de nuestra vida privada
y también de la vida política y social
no es más que “necedad”.

Aún otros dos proverbios son rabiosamente actuales tanto en el contexto privado como también
en el político actual:
“¿De qué le sirve al insensato tener dinero?
¿Podrá adquirir sabiduría, si no tiene seso?”
(Prov 17,16)
y:
“Antes de topar con osa privada de cachorros,
que con loco en su delirio.”

El lenguaje de la sabiduría es a veces
bastante claro, sin metáforas.
Pero posiblemente explica también hoy
porque no tiene éxito en nuestra “locura”
configurar un mundo filantrópico.

Lancemos aún una breve mirada hacia aquel joven del Evangelio,
para el que su riqueza es más importante
que la “sabiduría” del seguimiento de Jesús.
Y contemplemos también la Palabra de Jesús aún consternada:
“Antes entra un camello por el ojo de una aguja,
que un rico en el reino de los cielos.”

Ya la literatura sapiencial arroja una evidente mirada crítica sobre la riqueza:
“Quien confía en su riqueza se marchita,
los justos reverdecerán como las hojas.” (Prov 11,28)
Tanto más es condenada la codicia:
“El Señor no permite que el justo pase hambre,
pero rechaza la codicia del malvado.” (Prov 10,3)

La misma línea sigue el Nuevo Testamento.
Ya en el Magnificat de la Madre de Dios se dice:
“El Señor colma de bienes a los hambrientos,
y a los ricos los despide sin nada.” (Lc 1,53)

Con este fondo me choca vehementemente
el comentario de un periódico de prestigio:
Hace algunos días fue hallado en falta de forma  bastante improcedente nuestro Presidente,
porque había dicho,
El “monstruo” de los insaciables e incontrolados mercados de finanzas no está controlado hace mucho tiempo.

Para comprender y ordenar correctamente la crítica bíblica a la riqueza es ayudadora la exigencia de
San Ignacio de conseguir indiferencia:
Sobre todo se trata del ser humano a imagen de Dios;
y se trata de construir una sociedad humana.
Todo lo demás de la tierra tiene que supeditarse a esta meta.
Por ello, hay que ser “indiferente” frente a todas las cosas.
Pues todo – y también la riqueza- no son fines en sí mismos sino medios.
Deben ayudarnos a alcanzar muy privadamente como seres humanos nuestra meta querida por Dios
y a configurar políticamente una sociedad digna.
¡Ni más ni menos!

Amén.