Homilía para el Domingo
Vigésimo Séptimo del ciclo litúrgico (B) 4 Octubre 2009 |
Lectura: Gn 2,28-24 Evangelio: Mc 10,2-12 Autor: P. Heribert Graab S.J. |
Cuando la Iglesia vuelve sobre el
tema del “matrimonio”
- y esto lo hace con bastante frecuencia - muchas personas reaccionan hoy en día con la pregunta retórica: ¿Qué le importa a la iglesia precisamente mi vida privada? Esta limitación individualista del matrimonio como un asunto exclusivamente privado ya daría materia para toda una homilía, pero hoy no se debe tratar de esto. Más bien quisiera referirme a la indiscutible misión de la Iglesia de anunciar el Evangelio de Jesucristo. Pero “Evangelio” significa mensaje alegre, generador de alegría e incluso placentero – también donde –como hoy– se habla del matrimonio. Se inicia este texto con la pregunta jurídica propuesta por algunos fariseos: “¿Puede divorciarse un marido de su mujer?” Evidentemente estos fariseos tienen olfato para captar la gran distancia que hay entre el amoroso mensaje de Jesús y el unilateral derecho de los hombres transmitido por la Ley. Pero este olfato no los hace reflexivos en absoluto; más bien aprovechan la ocasión para presentarle un caso a Jesús, en el que Él se debe implicar públicamente en oposición a la Ley transmitida por Moisés. ¿Cómo reacciona Jesús ante este guante de desafío que le arrojan? En primer lugar diferencia claramente entre “Palabra de Dios” y “palabra humana”: El matrimonio está fundamentado en la palabra de la Creación de Dios; pero el divorcio legal de los hombres es una concesión a su “dureza de corazón” y esto por medio de los legisladores humanos. Con esta diferenciación, Jesús se aparta ya entonces en Su comprensión de la Sagrada Escritura, de un planteamiento crítico-bíblico. Esto es para decirle las cuatro verdades a todos aquellos fundamentalistas, que juran que la Biblia palabra por palabra está inspirada por Dios e incluso dictada. Acto seguido, Jesús cambia el plano de la discusión: Se aparta de un modo jurídico de ver el asunto y elige como punto de partida de Su idea sobre el matrimonio la imagen del ser humano de la teología de la Creación. “Al principio de la Creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso, el hombre abandonará a su padre y a su madre, y los dos serán una sola carne. Por consiguiente, ya no son dos sino uno. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el ser humano.” Por consiguiente y antes que nada se trata de una mirada global del ser humano como hombre y mujer: El ser humano es creado a imagen de Dios como hombre y mujer. En toda la diversidad de hombre y mujer son seres iguales, con la misma dignidad y con el mismo derecho. Aquí no hay el más mínimo espacio para el dominio de un ser humano sobre el otro. La mujer no puede ser ni legalmente ni sexualmente un “objeto”, del que el hombre pueda disponer. La voluntad de Dios es la unión y la mutua ayuda de los sexos en todos los planos: Matrimonio, profesión, vida pública, Iglesia… Nosotros mismos tenemos que tramitar aún en nuestra sociedad “emancipada” un gran número de trabajos caseros. Ahora Jesús quiere con Su recurrencia al relato de Creación decir algo no sólo en general sobre la idea del sexo. Él refiere Sus palabras más bien expresamente, a la colaboración concreta de un hombre y una mujer, que en el matrimonio se convierten en “una carne”. Esto quiere decir: En el matrimonio surge, según la voluntad de la Creación de Dios, una nueva unidad personal y global. En el matrimonio se encuentran dos seres humanos que se necesitan mutuamente para complementarse. Este aspecto hay que hacerlo comprensible también hoy – más allá del círculo de personas creyentes. Partimos de que el amor es un lazo, que une a dos personas en matrimonio. Pero ¡el verdadero amor significa totalmente el otro! Aunque esto nadie lo diría en serio, se podrían amar p.e. solamente los bellos ojos del otro. También se podría decir del mismo modo: “Yo te amo sólo como eres en este momento.” Quien sólo “ama” los hermosos ojos, excluye todo lo que conforma a esta persona. Quien sólo ahora “ama” a otra persona, excluye su pasado, que le ha marcado, y excluye su futuro, que también es un futuro único de esta persona y esencialmente le pertenece a ella. El “Sí” amoroso a otra persona, es, por consiguiente, un sí a toda la persona, un sí también a la historia de esta persona y a su futuro. Esta comprensión global y personal del amor está en relación con el fundamento del matrimonio indisoluble. Probablemente estaba para Jesús absolutamente claro: Esta idea del matrimonio es un ideal, del que los esposos en esta época pueden estar completamente cerca, pero esto para muchos sigue siendo inalcanzable. Por ello para mí es dudoso (¡literalmente!) si la intención de Jesús era verdaderamente comprimir este ideal de nuevo en normas legales. Esto es válido también hoy, y es válido también para cristianos: Nosotros somos personas “débiles” y también con frecuencia personas “duras de corazón”. La teología habla - algo equívocamente - de la pecabilidad original del ser humano. Todos nosotros estamos necesitados de salvación. Y naturalmente todos nuestros matrimonios están necesitados también de salvación. Aquí se convierte el mensaje de Jesús en alegre mensaje: ¡La salvación es una irrefutable realidad, ya ahora! La salvación es un regalo de la misericordia de Dios - por medio de Cristo, con Él y en Él. Existe la salvación porque existe Jesucristo, en el cual muere lo viejo y despunta lo nuevo. Así es también la salvación en el matrimonio. Así hay también salvación en el matrimonio y por medio del matrimonio. Hay remisión de los pecados en el matrimonio. Matrimonio salvado, amor verdadero “hasta que la muerte os separe”, matrimonio indisoluble - esto es un regalo como toda salvación. ¡Nosotros podemos aceptar este regalo - ¡gracias a Dios! Verdaderamente está en la mano aceptar este regalo. Si nosotros ya no estamos seguros de nuestra propia fidelidad – podemos construir la fidelidad sobre Dios. La fidelidad de Dios es más fuerte que nuestros fallos, fracasos y divergencias. Para Él permanece unido, lo que Él ha juntado – aún cuando los cónyuges ya no estén juntos. La fidelidad de Dios es y permanece como un regalo de la fe y como tal es una realidad inquebrantable, hacia la que nosotros nos podemos orientar. Pero yo no sé si verdaderamente la intención de Jesús era fijar este misterio jurídicamente, comprimirlo en párrafos, proveerlo de sanciones. El amor de Dios, la fidelidad de Dios es misericordiosa. A cada paso Jesús deja esto superclaro. Él nos dice: “¡Sed misericordiosos, como también lo es vuestro Padre!” (Lc 6,36) Por ello, yo opino: La Iglesia y todos nosotros debiéramos anunciar con toda alegría y gratitud el “matrimonio indisoluble” como un regalo del amor de Dios. Pero la Iglesia y todos nosotros debiéramos anunciar la misericordia de Dios y no en último lugar vivir creíblemente en una pastoral misericordiosa del matrimonio y también de los divorciados. Amén. |