Homilía para el Domingo Vigésimo Sexto del ciclo litúrgico (B)
27 Septiembre 2009
Lectura: Num 11,25-29
Evangelio: Mc 9,38-41
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Algunas sugerencias de Kurt Marti
(El Evangelio de Marcos) y de Peter Köster (Orientación vital en el Evangelio de Marcos)
“Libertad de Dios y timidez de Su Iglesia”
sería un título común
para la Lectura de Moisés de este domingo
y para el Evangelio de hoy.

Dos de los setenta ancianos del pueblo
“hacían rancho aparte” (la traducción literal sería “bailaban fuera de la fila”)
Aunque no se adaptaban al orden pretendido,
Dios los colmaba –como a los otros–
con Su Espíritu y les regalaba el don
del discurso profético.
Ya se alzaba fuera de las filas la protesta “honorable:
“Moisés, tú eres aquí el jefe, ¡prohíbeselo!”

Pero Moisés pasó por alto la protesta:
“¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuese profeta,
ojalá sólo el Señor pusiese Su Espíritu sobre todos ellos!”

Respecto a esto, se me ocurre una frase de Jesús:
“El Espíritu sopla donde Él quiere…! (cf. Jn 3,8)
¡Sólo a veces el Espíritu de Dios perturba muy fuertemente!

También Él perturba así a los discípulos de Jesús:
Un extraño expulsa demonios en nombre
de su (de ellos) Maestro,
sin estar autorizado por Él.
Esto, a sus ojos, es competencia,
competencia desleal.
Están indignados.
Jesús debe intervenir.
Debe prohibir esta “caza furtiva”
¡Hay que poner orden!

Pero Jesús –como Moisés– tiene otra idea muy diferente de las cosas:
“¡No se lo impidáis!”, dice Él.
“Nadie que haga milagros en mi Nombre,
puede hablar mal de Mí.
Quien no está contra nosotros, está con nosotros.”

Con ello estamos en el centro de una problemática casi atemporal de la Iglesia de Jesucristo:
Sólo de forma muy vacilante concedemos todos nosotros a Dios aquella libertad,
que se documenta en las dos Lecturas.
Pero, ¿Dios se debería ceñir mucho más
a nuestras tradiciones e ideas?
¿Cómo puede Él realizar lo bueno, valioso y “correcto” también fuera de la Iglesia y de sus estructuras?
¡¡¡Puede!!! Esto queda hoy bien claro en las Lecturas.

Contemplemos esto un poco más minuciosamente:
1. ¿Cómo nos relacionamos en la Iglesia con aquellos “marginados” teológicos y pastorales,
que no se ajustan al esquema pretendido
y que, sin embargo, se refieren a Jesús
y a Su Evangelio?
2. Probablemente el inaplazable problema de las “vocaciones” tiene algo que ver
con que nosotros quisiéramos prescribir a Dios
el aspecto que tienen que tener estas vocaciones?
3. ¿Qué pasa en la Iglesia con el discurso libre y “profético”?

En primer lugar, los “marginados”:
Los hay dentro de la Iglesia
desde fuera de la izquierda hasta fuera de la derecha –
desde algunos teólogos de la liberación
hasta los “Hermanos – Pius”.
¡Al mismo tiempo queda claro que todos nosotros somos Iglesia!
Contra estos marginados no se toman sólo medidas eclesiásticas;
más bien la protesta temerosa y a veces incluso fanática contra ellos se alza también “desde abajo”,
naturalmente más desde la “derecha” y desde la “izquierda”.
Y ambas partes intentan mover a “Roma” para que intervenga, exactamente igual que los discípulos de Moisés o los discípulos de Jesús,
que Le querían presionar masivamente.

Nosotros como Iglesia ¿tenemos verdaderamente motivo de temor?
¿No es válida también hoy la frase de Jesús:
“Nadie que haga milagros en mi Nombre,
puede hablar mal de Mí.”?

Hay planteamientos diferentes en la pastoral de la Iglesia, como por ejemplo en el caso de los divorciados vueltos a casar.
¿No sería razonable con frecuencia también en este caso, decir con Jesús:
“¡No impidáis a estos párrocos ser generosos!
¡Dejadlos hacer!”

Muchos dicen: “¡Jesús, sí! - ¡Iglesia, no!”
Naturalmente, la Iglesia no está entusiasmada con esto.
Pero ¿no podría también en el trato con ellos hacer válida la frase de Jesús:
“Quien aprecia mucho mi Nombre,
no puede fácilmente hablar mal de Mí.”?

Se trata de no perder las simpatías existentes,
sino de cuidarlas.
Los discípulos, en sus viajes misioneros dependían de la simpatía y del apoyo de muchas personas,
aunque no perteneciesen explícitamente a ellos.
“Quien os dé de beber un vaso de agua porque seguís a Cristo, en verdad os digo que no quedará
sin recompensa.”
Ciertamente en una época de creciente secularización, la Iglesia también depende hoy
no sólo de sus miembros,
sino también de muchos posibles simpatizantes.
Y a éstos no se les debería espantar,
sino intentar ganar.

En el ecumenismo y también en el contacto interreligioso, la Iglesia ha aprendido mucho de esto.
También aquí es válido naturalmente:
“¡Ojalá sólo el Señor pusiese Su Espíritu sobre todos ellos!”
Un musulmán no se referirá en lo que hace al Nombre de Jesús, pero sin duda al de un Dios,
aún cuando tenga otras ideas diferentes de Dios.
Jesús es extraño al pensamiento en demarcaciones y afiliados institucionalizados:
“Quien no está contra nosotros, está con nosotros.”
Liberalidad y benevolencia crean una atmósfera
de aprecio mutuo y
hacen posible un espacio de acercamiento.
Y todo lo que es para el bien de las personas,
se debe procurar de todas las formas posibles,
sea por cristianos o también por musulmanes.

En segundo lugar, un par de pensamientos sobre los elegidos eclesiales, en el sentido de las “vocaciones”:
Quizás también aquí sería pertinente un poco más de respeto ante la libertad de Dios:
¡En último término es Él, el que llama!
Y esto lo hace Él evidentemente no sólo según
las firmes y con frecuencia limitadoras ideas de los “funcionarios”.
¡Todo condiciones, exigencias y reglas!
Esto a más de uno le causa temor e inquietud.
El “extraño” en el Evangelio no es un elegido
para el trabajo realizado.
¡Y véase que tiene éxito!
Además Jesús responde del “marginado”
y le defiende.

En tercer lugar, la “mayoría de edad” en la Iglesia:

Recordamos de nuevo las palabras de Moisés:
“¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuese profeta,
ojalá sólo el Señor pusiese Su Espíritu sobre todos ellos!”

En teoría, la Iglesia sale de esto de forma muy natural:
Ya en el Bautismo todos somos “ungidos como profetas” con Cristo.
En el “rito del Effata” del Bautismo, nuestra boca
fue bendecida, para que la abramos:
“para salvación de los seres humanos y
para alabanza de Dios”.

En el Sacramento de la Confirmación
nos fue regalado a todos nosotros el Espíritu
como “apoyo”.
Y, con mucha razón, denominamos este Sacramento,
el “Sacramento de la mayoría de edad”.

Pero apenas nadie afirmará seriamente,
que la Iglesia sea un espacio,
en el que el discurso profético-crítico sea natural
e incluso bien visto.
El gremio de laicos de los católicos alemanes,
el comité central de los católicos alemanes,
no pudo hace poco elegir al presidente,
que quería elegir realmente.
Era demasiado crítico.

Estoy lejano remotamente
a que la Palabra cree un caos salvaje en la Iglesia.
¡Debe haber orden por completo!
Pero ¡es más importante la vida en la Iglesia!
En todo caso, para Jesús –esto nos enseña el Evangelio– la vida es más importante que los artículos, reglamentos, vías reglamentarias etc.

En un orden eclesial –en el sentido de Jesucristo–
no se cuestiona un rígido reglamento,
sino un ¡“discernimiento de espíritus” orante!
Ciertamente esto requiere en todos nosotros
un abrirse diariamente al Espíritu Santo de Dios. Cuando todos nosotros contemplamos nuestra Iglesia con una apertura llena del Espíritu,
constataremos con total asombro
como en el exterior e interior de muchos lugares
de la Iglesia visible es experimentable
algo de la presencia del Reino de Dios.

Amén