Homilía para el Domingo Vigésimo Quinto ciclo litúrgico (B)
20 Septiembre 2009
Evangelio: Mc 9,30-37
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Una semana antes de las elecciones existe el gran intento
de establecer una conexión con el Evangelio de hoy.
Sin querer a nadie mal –
si Jesús preguntase hoy en la trastienda de los locales de los partidos:
“¿Sobre qué acabáis de hablar?”
Probablemente cosecharía silencio;
pues el diálogo aquí y allí se podría dirigir
a la ambición personal, a la grandeza, al poder
y al influjo y a los buenos puestos.

En todo caso la respuesta de Jesús a Sus discípulos
sería hoy tan actual como entonces:
“Quien quiera ser el primero,
debe ser el último de todos
y el servidor de todos.”
Ustedes comprenderán
que yo ahora no quiera concretar esto.

Pero quisiera acercarme más
a esta actuación que conmueve,
con la que Jesús coloca en el centro a un niño
y lo abraza.
”Quien acepte a un niño así por mi causa,
a Mí me acepta;
quien me acepta a Mí, no me acepta sólo a Mí,
sino a Aquel que me ha envidado.”

Naturalmente también esta escena insinúa
una referencia actual:
En la tradición bíblica
los niños son considerados como
una bendición de Dios;
pero en la praxis
y bajo las condiciones sociales de la época de Jesús
los niños no cuentan demasiado.
La preocupación de Jairo por su hija moribunda,
es más bien la excepción.
Los niños viven en la calle y son explotados.
Están muy por debajo en la escala social.

En nuestra sociedad, los niños por una parte
son cuidados e incluso mimados.
Simultáneamente, por otra parte los niños,
más que todos los demás,
son alcanzados por la pobreza.
Demasiados no concluyen la enseñanza escolar
y no tienen ninguna perspectiva de futuro.
Las consecuencias son el abuso del alcohol,
consumo de drogas y violencia.
Y el fenómeno de los niños de la calle,
se da ya hace mucho tiempo en el vivir diario de Alemania,
aunque se le echa tierra al asunto.

Jesús se coloca vehementemente del lado de estos niños:
“Quien acepte a uno de estos niños por mi causa,
¡a Mí me acepta!”

Ciertamente estos niños para Jesús representan
a todos los “humildes”, que son marginados,
que no tienen ninguna posibilidad
y que entonces como hoy caen “bajo las ruedas”.
Por todos ellos Jesús toma partido continuamente con palabras y obras.

El Evangelio de Mateo relata esta escena de niños
algo más detalladamente y saca las consecuencias siguientes:

“Os aseguro que si no cambiáis
y os hacéis como niños,
no entraréis en el Reino de los cielos.
El que se haga pequeño como este niño,
es el mayor en el Reino de los cielos.” (Mt 18,3-4)

Por consiguiente, aquí se hace referencia expresa
a las fantasías de hacer carrera de los discípulos.
Jesús dice:
No se trata de ser “grande”, según las medidas
de este mundo y de atrapar puestecillos.
Se trata más bien de descender del “alto trono”
y solidarizarse con los “humildes”.
En este sentido, por ejemplo, la Madre Teresa
ha conseguido para los “humildes” en un solo día
más que los políticos en toda una legislatura.

Continua el Evangelio de Mateo:
“Quien sea ocasión de pecado para uno de estos pequeños que creen en Mí,
más le valdría que le atasen al cuello
una piedra de molino
y le arrojasen al fondo del mar.” (Mt 18,6)

El propio Evangelio se refiere en la época de su origen a los cristianos de los primeros tiempos:
Son poco apreciados, impotentes y
necesitados de la ayuda (de Dios).
Mateo pone ante la vista de
aquellos que quieren inducir a la apostasía
a los cristianos despreciados y marginados por su entorno la drástica imagen de la “piedra de molino atada al cuello”.

Pero esta palabra de la boca de Jesús
alude verdaderamente a los niños:
* Por consiguiente, quien crea las condiciones
para que delincan,
* quien directa o indirectamente los expone al abuso del alcohol,
* quien hiere mucho su sentimiento del valor personal,
de modo que no ven ningún otro camino
que reafirmarse por medio de la injusticia y de la violencia –
“para este sería mejor que se atase una piedra
de molino al cuello y se arrojase al fondo del mar.”

Tanto Mateo como Lucas refieren
que Jesús ha utilizado esta escena de niños
para una ulterior bienaventuranza de los “humildes”,
como Él ya en el Sermón de la Montaña
ha declarado bienaventurados a ocho grupos de “humildes”
y les ha prometido el Reino de los Cielos.

En la escena de los niños, Él declara en primer lugar bienaventurados a los niños
y, en general, a todos los humildes.
Ellos fueron los que se abrieron a Su mensaje del Reino de Dios.
Pablo señala en su Primera Carta a la comunidad de Corinto:
“¡Considerad quiénes habéis sido llamados, hermanos!
Pues no hay entre vosotros muchos sabios,
según los criterios del mundo,
ni muchos poderosos, ni muchos nobles,
sino que Dios ha escogido lo que el mundo considera necio para confundir a los sabios;
ha elegido lo que el mundo considera débil
para confundir a los fuertes.” (1 Cor 1,26 s)

Consecuentemente, Jesús dice:
“Os aseguro que si no cambiáis
y os hacéis como niños,
no entraréis en el Reino de los cielos.
El que se haga pequeño como este niño,
es el mayor en el Reino de los cielos.” (Mt 18,3-4)

Y a continuación Él dice:
“Quien no acepte el Reino de Dios como un niño,
éste no entrará.”

Aprender de los “humildes”,
en vez de, de los “grandes”,
mirar de reojo a los “ricos” y a los “poderosos”,
esto –pienso yo– es también hoy el billete de entrada en el Reino de Dios;
esto es también hoy el camino del seguimiento de Jesús en el futuro Reino de Dios,
que ya ha comenzado.
Y finalmente también de esto se trata
– y no de ninguna otra cosa –
en las elecciones del próximo domingo.

Amén.