Homilía para el Domingo Vigésimo Cuarto del ciclo litúrgico (B)
13 Septiembre 2009
Lectura: Is 50, 5-9a.
Evangelio: Mc 8,27-35
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Un cristianismo, que se oriente hacia Jesús,
va por el mundo “a contrapelo”.
¡Aquí no hay ningún “si” y ningún “pero!
Las Lecturas de este domingo dan un motivo para ello:

Este mundo intenta continuamente,
resolver sus problemas con violencia.
Aunque por este camino de la violencia
fracasa continuamente,
es incapaz de renegar de la violencia.

Por eso, la “salvación” del mundo
por medio de Jesucristo está en afilado contraste
- y “salvación” es en el núcleo
la “solución” de todos nuestros problemas.
Jesús anda el camino del pacifismo radical.
Anda este camino, aunque su consecuencia
sea la Cruz.

Sin embargo, para muchos cristianos el pacifismo
es un ideal quizás hermoso,
pero completamente ajeno al mundo.
Al mismo tiempo, crece el convencimiento
de que para crear paz la violencia es inservible.
“El nuevo nombre de la paz se llama justicia”,
dijo ya hace muchos años Pablo VI.
Esto, naturalmente, también sirve para hoy:
La intrincada situación en Afganistán
se podría resolver, por ejemplo,
mediante un aumento de la justicia
y de la ayuda constructiva consecuente.
A pesar de todo examen y sentido común,
gana siempre en superioridad
la aparente lógica de las armas.
Esta mala experiencia ya la hizo
el antiguo pueblo de Israel.
El sueño de un Rey de paz ungido por Dios
estalla en todas las épocas
como una pompa de jabón.
También Isaías tuvo este sueño.
Sus cuatro cantos del Siervo de Yahwe,
de los cuales está tomada nuestra Lectura de hoy,
exponen este sueño y, al mismo tiempo,
lo confrontan con la dura realidad.

En el primer canto, Isaías goza aún
en el mundo de los sueños:
Dios ha puesto Su Espíritu en el Siervo de Yahwe,
el verdadero Rey de la paz:
“Él no gritará ni alzará el tono
y no hará oír en la calle su voz.
No partirá la caña quebrada
y no apagará la mecha mortecina.
Verdaderamente hará justicia.
No desmayará ni se quebrará
hasta implantar el derecho en la tierra…
Él será la Luz para los pueblos.” (cf. Is 42,1-9)

En el segundo canto escuchamos ya el lamento del Siervo de Yahwe:
“Me he fatigado en vano,
e inútilmente he gastado mi fuerza.”
Pero Dios le fortalece en su misión
y refuerza la promesa,
será Luz para los pueblos. (cf. Is 49,1-9c)

Del tercer canto procede nuestra Lectura:
Aquí ya domina la dura realidad.
El Siervo de Yahwe, el Rey dela paz,
tropieza con el rechazo:
“Ofrecí mi espalada a aquellos que me golpeaban.
mis mejillas a los que mesaban mi barba.”
Pero él se mantiene firme:
“¡El Señor me ayudará!” (cf. Is 50,4-9)

El cuarto canto finalmente describe su muerte violenta:
Y, sin embargo, también este canto da testimonio
de una certeza llena de confianza:
“Mi siervo prosperará,
será enaltecido, levantado…
Fue arrancado de la tierra de los vivos
y por las rebeldías de su pueblo
fue llevado a la muerte…
Pero al Señor le plugo su quebrantado Siervo…
El plan del Señor tuvo éxito por medio de él…”
(cf. Is 52,13 – 53,12)

Ya los primeros cristianos refirieron estos cantos
a Jesucristo.
En el Evangelio de hoy, Jesús habla por primera vez de su camino de Pasión.
Entonces Sus discípulos no comprendieron la conexión.
Pero, en una ojeada retrospectiva,
el Evangelio de Marcos comprende la alusión
a Su Pasión y a Su Resurrección como realización completa de aquellos cantos de promesa
del Siervo de Yahwe.

Jesús vive en todo lo que Él hace,
la justicia, la bondad y el pacifismo
del Siervo de Yahwe.
Todo esto parece romperse en la Cruz.
Pero todo halla en la mañana de Pascua
su definitiva confirmación por Dios.

Naturalmente los cantos del Siervo de Yahwe
tienen carácter definitivo.
Pero precisamente este tiempo definitivo
ya ha despuntado en Jesucristo:
“El Reino de Dios ya está en medio de vosotros”,
dice Él.
el Reino de la justicia, el Reino de la paz,
el Reino del pacifismo. (cf. Lc 17,21).

¿Se puede vivir verdaderamente el pacifismo en esta época?
¿Cómo soporta un ser humano violencia,
sin convertirse él mismo en violento
en la primera ocasión que se le ofrezca?

Una primera respuesta ya la da nuestra
Lectura de Isaías:
“Hago mi rostro duro como un guijarro”
Esto significa:
No dejarse inquietar por la protesta
ni por la opinión pública,
ni por el menosprecio y el desdén.
Esto significa:
No ocultarse, no arrodillarse,
sino oponer resistencia.

Una segunda respuesta la da Jesús mismo
en su disputa
Ordena a Pedro meter la espada en la vaina.
Pero él mismo disputa con el florete del tenso discurso.
Siempre tiene éxito para hacer callar a Sus contrincantes gracias a argumentos irrefutables.
A menudo los agarra por su punto débil –
como cuando Le preguntaron, por ejemplo,
sobre la legitimidad de los impuestos del emperador,
hace que le muestren la moneda con la imagen del mismo.
Naturalmente tenían algunas en el bolsillo,
aunque la Ley judía les prohibía toda efigie
de ser humano.

Para poder disputar sin violencia,
* se tiene que estar convencido de lo que se defiende
e incluso también de lo que cuesta hacerse responsable de ello,
* se tiene que poder argumentar,
* también se tiene que poder escuchar al oponente
para comprenderle correctamente,
pero también se tienen que descubrir sus puntos débiles
y poder reaccionar sobre ellos.

Una tercera respuesta la da otra vez Jesús
en Su Sermón de la Montaña:
“Pero Yo os digo:
No resistáis al que os haga mal;
antes bien, al que te abofetee
en la mejilla derecha, ofrécele también la otra.”
(Mt 5,39)

¡Con ello, Jesús no nos exige de ninguna manera
una tolerancia pasiva!
Detrás se oculta más bien una experiencia psicológica:
La provocación,
a presentar indefenso la otra mejilla al oponente
produce en él una cohibición a golpear realmente.

Por consiguiente, el consejo de Jesús describe
una táctica de resistencia pacífica.
Hay una gran cantidad de tales posibilidades de resistencia pacífica.
Se las puede consultar en la literatura de resistencia pacífica.
Pero ¿quién las conoce ya?
Y ¿qué estado gasta ya como mínimo una parte estimable
de su presupuesto de defensa para investigación de la paz
y para la investigación de tácticas y estrategias pacifistas?

La cuarta y decisiva respuesta se halla en Isaías,
como también en Jesús.
Dice así:
Dios es un Dios de justicia y de paz y de no violencia.
Él triunfará al final –
pero no sólo al final de los tiempos,
sino ya ahora en esta época.
La historia nos enseña:
Ningún reino, que construye sobre la violencia,
ha perdurado a la larga.
Quien se sitúa sobre el pacifismo y la reconciliación,
puede contar con la asistencia y la ayuda de Dios,
aunque a veces también halla una cruz en el camino.
Amén.