Homilía para el Domingo
Vigésimo Segundo del ciclo litúrgico (B) 30 Agosto 2009 |
Lectura: Dn 4,1-2.6-8 y San 1,17-18.21b-22.27 Evangelio: Mc 7,1-8. 14-15. 21-23 Autor: P. Heribert Graab S.J. |
Hay una acertada caricatura para
los textos bíblicos del domingo actual:
Moisés desciende a paso ligero del Sinaí con las tablas de la Ley de Dios para llevar a su pueblo las “instrucciones” del Señor. Pero en su séquito toda una caravana de portadores se quejan por el peso de innumerables y gruesos libros: exégesis de la Ley con una mezcolanza de párrafos. * Ciertamente se trata de lo que se dice en la Lectura veterotestamentaria: “No debéis añadir nada ni tampoco quitar nada del texto al que Yo os obligo…” * Ciertamente de ello también se trata en la Lectura de Santiago, cuando Santiago acentúa que nosotros hemos nacido de la “Palabra de la Verdad” y esta palabra es, por así decirlo, una ayuda vital plantada en nuestros corazones. * Precisamente de esto se trata en el Evangelio: Jesús polemiza no contra al Ley como enseñanza de Dios -la Torá es también santa para Él mismo y por ello tampoco se debe suprimir ni la más pequeña tilde. (cf. Mt 5,17-20) La crítica de Jesús en el enfrentamiento con los fariseos se dirige más bien contra las interpretaciones humanas y contra los infinitos añadidos a la enseñanza de Dios. * Ciertamente también se trata de ello en los tiempos más tardíos del desarrollo del cristianismo. Agustín reduce las enseñanzas de Dios y del Evangelio de Jesucristo a una expresión breve: “¡Ama – et fac quod vis!” “Vive muy concretamente del amor - expresado de otro modo: ¡Dale al amor manos y pies! – pues puedes hacer lo que tú quieras!” Además naturalmente había entonces como hoy profusión de instrucciones eclesiales y éstas en contradicción hasta en las más pequeñas disposiciones expuestas. Por supuesto puede ser que aquí y detrás de estas meticulosas regulaciones de detalles esté una cierta exigencia de poder – hoy en la iglesia como también entonces, en tiempos de Jesús y de los fariseos. Pero probablemente entonces la norma era tan escueta como es hoy. Más bien en muchos casos se halla detrás la sincera preocupación por los seres humanos, que quieren encontrar el camino recto para su vida de fe. Y a esto corresponde por su parte el deseo de poder orientar y también sujetar con reglas claras. Naturalmente es más cómodo esencialmente poder escudarse en la letra que tener que decidir por uno mismo en cada situación concreta, lo que más corresponde ahora a la voluntad de Dios y a Su Amor. Pero de una regulación fundamental así habla también de una parte como de otra el mucho miedo y la falta de confianza: En verdad, nosotros oramos: “Dios, Tú has instruido el corazón de tus fieles por la iluminación del Espíritu Santo. Concédenos, que en este Espíritu reconozcamos lo que es recto…” Pero, ¡en realidad no contamos con ello! Nosotros substituimos el actuar del Espíritu por instrucciones meticulosas. Contemplemos otra vez la Carta de Santiago: “¡Aceptad la Palabra en el corazón, que ha sido plantada en vosotros –por el Bautismo– y que tiene poder para salvaros. No sólo escuchéis la Palabra, sino ponedla en obra!” Por consiguiente, se trata de escuchar hacia dentro, para comprender la Palabra de Dios. Y desde dentro es válido darle a esta Palabra “pies y manos” en nuestra vida. Naturalmente la experiencia de otros cristianos y también la experiencia completa de la Iglesia como totalidad a través de los siglos puede darnos ayudas para comprender y sugerencias prácticas. Pero será decisivo que la Palabra de Dios viva en nosotros y desde dentro se concrete en nuestro actuar. En caso contrario nos atañe también a nosotros la crítica de Jesús, nos atendríamos entonces “a la tradición de los seres humanos”. Ciertamente la Iglesia siempre ha sabido -sin embargo, no siempre lo ha practicado: La más alta instancia para una vida desde la fe no es esta o aquella disposición, sino la conciencia personal de cada uno en particular. Esto no se alcanza por la fidelidad formal a la ley y aún menos por la declaración de los labios. Más bien lo decisivo es que en mí haya: un “corazón puro”. La tradición bíblica parte de esto muy lógicamente: * Quien tiene un “corazón puro” y vive en íntima unión con Dios, éste no se engaña y no jura en falso (cf. Sal 24,2-4). * Quien tiene un “corazón puro” “cuida de los huérfanos y de las viudas que estén en necesidad” (cf. Lectura de Santiago). * Quien tiene un “corazón puro”, para éste es todo lo que Jesús especifica en el Evangelio, en todo caso lo desenmascara con facilidad: “malos pensamientos, fornicación, robo, asesinato, adulterio, codicia, maldad, insidia, desenfreno, envidia, calumnia, soberbia e insensatez.” Por tanto, una vida según la voluntad de Dios tiene sus raíces en el corazón del ser humano, en el centro de su persona, y, al mismo tiempo, tiene hacia fuera un aspecto regido por lo significativo. Éste juega un papel totalmente central en la primera Lectura: Los pueblos contemplan llenos de interés y quizás también en poco envidiosos la sabiduría de este antiguo pueblo de Dios. En sentido preciso también hoy los pueblos universalmente miran la Iglesia como el nuevo pueblo de Dios. Más aún que en los tiempos antiguos, hoy depende de que nosotros como iglesia y como cristianos en particular vivamos fidedignamente las instrucciones de Dios. También hoy buscamos las personas y los pueblos en conjunto, orientaciones para una vida en común pacífica y marcada por la justicia. Nos tendría que dar buen resultado en la Iglesia, iluminar las leyes fundamentales de una auténtica sociedad humana por medio de nuestro modo de relacionarnos unos con otros, que exprese de forma arrebatadora y abrumadora la “sabiduría y formación” del pueblo de Dios. Tiene que hacerse visible ante todos los ojos, que la Iglesia guarda un tesoro, que puede ofrecer al mundo justicia y paz. Cuanto más digno de crédito se haga el que la propia Iglesia y cada uno de nosotros en particular vive de la sabiduría divina, tanto más evidente se hará que en último término no se trata de una obra humana, sino de un regalo de Dios a toda la humanidad. Hace milenios ya viajó la Reina de Saba a Jerusalem porque estaba fascinada por lo que había oído sobre el orden existencial y social del pueblo de Dios. En nuestra época fue una “canción de éxito” en las “listas internacionales de principales”, el proyecto de la “economía mixta de mercado”, que resultó de la enseñanza social cristiana. Desgraciadamente hoy ya no se puede hablar de esto, puesto que este proyecto fue atacado por los virus del neo-capitalismo. Pero esto no cambia nada, ya que también hoy nuestra misión en este mundo es, iluminar el orden de Dios para la vida en común de los seres humanos - tanto de los insignificantes como de los importantes -Amén |