Homilía para el Domingo
Décimo Octavo (B) 2 Agosto 2009 |
Evangelio: Jn 6,35 Autor: P. Heribert Graab S.J. La frase clave del Evangelio del Domingo se convierte en motivo de una homilía sobre la instalación expuesta en Sankt Peter “Ad Lucem” de Angela Glajcar. Foto: Thomas Breitenbach. |
La respuesta de Jesús
corresponde a la nostalgia
del ser humano del “Pan de Vida”: “Yo soy el Pan de Vida; quien venga a Mí ya no tendrá hambre, y quien crea en Mí nunca más tendrá sed.” Se trata también de la nostalgia del ser humano de nuestros días: • de una vida en plenitud, • de la dicha, que merece este nombre, • de un sentido sustentador de la vida, • de una sola e insuperable meta, • de la “luz al final del túnel” de nuestra vida limitada y reiteradamente quebrantada en las obscuridades del vivir aquí. Puede sorprender ciertamente a consecuencia de esta cúspide del Evangelio de hoy, contemplar en la homilía la escultura de papel de Angela Glajcar. Ésta forma ya por tercera vez el fondo de la celebración de nuestra Misa, aunque todavía no sea públicamente accesible. Yo estoy seguro de que en la inauguración de la exposición el 21 de Agosto, escucharemos aún muchas sabias y luminosas palabras sobre la instalación. Pero ¿qué impide mirarla ahora ya con más precisión? No se trata en primer lugar de las intenciones de la artista, según la propia comprensión del arte moderno, sino sobre todo de nuestro ver y percibir. Además también un objeto de arte como éste, siempre está en Sankt Peter bajo la exigencia de un diálogo con la fe cristiana. Quizás pueda esta homilía -partiendo del Evangelio de este domingo- proporcionar una modesta aportación a un diálogo así. De todas formas, el título de esta voluminosa escultura es: “Ad Lucem” – “Para la luz”. Ninguna de estas grandes curvaturas de papel se parece a otra. Cada una está configurada de forma única por medio de una especial técnica del rasgado. Y, sin embargo, algo las une. Más o menos en el centro de cada curvatura la artista ha hecho agujeros grandes y pequeños y muy desiguales. Las curvaturas de forma tupida están enfiladas una tras otra, originándose de este modo algo así como un espacio interior semejante a una cueva, más exactamente: Una especie de túnel. La expresión “luz al final del túnel” nos resulta familiar, como expresión de nuestra esperanza, que, incluso aunque las curvas del túnel no dejen ver la luz, no muere. Pero en este caso, el propio túnel no es obscuro ya que la escultura en conjunto a consecuencia de su material y de los espacios intermedios entre cada una de las curvaturas de papel es permeable a la luz. Así se genera una especie de luz difusa que da un carácter muy peculiar al espacio interior del “túnel”. Tomemos el camino del túnel como un símbolo para nuestra vida. Entonces éste no es sólo iluminado desde la meta, por consiguiente desde la “luz al final del túnel”. Más bien se podría interpretar que este camino está iluminado de forma muy propia por la luz de la gracia de Dios que nos acompaña. Expresado de otra forma – Dios mismo es por antonomasia la luz que está con nosotros en el camino, aunque nosotros no podamos “agarrar” Su presencia en experiencias concretas. Acto seguido caigo en la cuenta de que este agitado camino de arriba abajo por la cueva de papel conduce a la postre “hacia arriba” y va a parar finalmente a la ventana del coro de la Crucifixión de Cristo. Así se le aclara al creyente como mínimo por donde se proporciona la “luz al final del túnel”: por Cristo crucificado y resucitado. Se podría llegar a otra interpretación muy diferente del “túnel” si uno se coloca a la cabecera de la escultura, con la vista puesta en la entrada del túnel. De esta forma da la impresión de una oreja. Así puede sugerir el pensamiento de un conducto auditivo. Entonces yo quisiera escuchar el mensaje que se puede oír aquí. ¿Quizás es de nuevo el mensaje curativo de la Cruz del la ventana del coro? Naturalmente me llama la atención – quizás en primer lugar- la ligereza de la instalación suspendida en el espacio. Ciertamente actúa en contraste con las “pesadas” columnas y bóvedas, incluso en una iglesia gótica. Esta figura en apariencia tan sumamente ligera y, al mismo tiempo, vibrante además parece estar en movimiento, lo cual es incluso verdad si le da un soplo de viento. De nuevo, este “movimiento” actúa en contraste de modo comparativo a la estática inmóvil de la arquitectura. ¿Verdaderamente no gana nuestra vida una cierta ligereza, cuando estamos convencidos por la fe de que ¡Dios está aquí! ¡Él está aquí por mí!? Él me lleva cuando el camino se hace difícil. Y ¿no se convierte esta ligereza en una ligereza sublime cuando nos dejamos tocar por el “hálito del Espíritu”? Todavía una última asociación: Una de mis primeras impresiones sobre esta escultura balanceada fue: Podría ser un acordeón lleno de vitalidad tocado por una mano invisible. Ligereza y alegría dinámica puede también caracterizar la música que él crea. Merece la pena escuchar esta música en el silencio de la Iglesia. Cada uno puede percibirla de forma diferente – quizás incluso como música esférica o “celestial”. Está totalmente permitido dirigir, al mismo tiempo, una mirada a la patrona de la música eclesial, santa Cecilia, que está representada debajo, en la ventana de la crucifixión, con un pequeño órgano. Así se realizaría una conexión entre dos elementos que son muy importantes para Sankt Peter: Arte y música. Ambos al servicio del mensaje del Evangelio, y ambos como impulso para una respuesta orante a este mensaje. Amén. |