Homilía para el Domingo Duodécimo Segundo
del ciclo litúrgico (B)

21 Junio 2009
Lectura: Job 38,1.8-11
Evangelio: Mc 4,35-41
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Pensamientos finales del „Evangelio de Marcos“
de Kurt Marti
En todas las épocas las personas han luchado con la pregunta:
¿Cómo el sufrimiento y la miseria de este mundo
son compatibles con la grandeza, con el amor y con la misericordia de Dios?
¿Cómo es posible que teniendo en cuenta la justicia de Dios, incluso inocentes tengan que sufrir de una forma abismal?

La disputa con esta cuestión encuentra su expresión clásica ya en el libro de Job,
un libro del Antiguo Testamento,
que surgió entre los siglos V y III a. de C.
y además una de las obras más significativas de la literatura mundial.

Al problema que presenta el libro de Job,
se dedica hasta hoy toda una ciencia:
La Teodicea.
Ésta naturalmente sobrepasaría el marco de una homilía.
Pero bien podría la Lectura del libro de Job
dirigir nuestra mirada hacia las catástrofes naturales
y hacia el sufrimiento y la muerte de todos los inocentes, que son víctimas de estas catástrofes.

Hace algunos días publicaba el periódico local
la muerte de aproximadamente 240000 personas
que perecieron por tales catástrofes en 2008.
Sólo alrededor de 85000 murieron a consecuencia del ciclón “Nargis” en el golfo de Bengala.
la mayoría de ellos se ahogaron en las mareas.

En nuestra Lectura, Dios mismo responde a Job “desde la tormenta”:
“¿Quién cerró el mar con puertas,
cuando salía impetuoso del seno materno,
cuando Yo… le impuse un límite con puertas y cerrojos y le dije: Hasta aquí llegarás y no pasarás,
aquí se romperá la arrogancia de tus olas?”

Quizás nos debiéramos preguntar alguna vez:
¿Quién verdaderamente viola las fronteras fijadas por el Creador –
las mareas del mar o el ser humano?
¿A quiénes alcanzan continuamente tales catástrofes?
¡Sobre todo a los pobres!
Y ellos se establecen con sus miserables chozas
no de forma voluntaria en estos terrenos bajos,
que “pertenecen” al mar desde siempre
y, por ello, son azotados por sus mareas.
Además se ven forzados por su situación económica
a asentarse allí, donde los acomodados
no se instalarían nunca,
no porque respeten los límites de la Creación,
sino porque pueden permitirse
terrenos situados a mayor altura.

Además la Cruz Roja internacional critica
que los avisos de catástrofes
y las advertencias ante los cambios de clima
no se tomaran en serio.
Faltan medidas de prevención y advertencias previas.

Hace tiempo las Naciones Unidas advierten antes de las Mega-catástrofes en algunas de las más grandes ciudades de este mundo-
precisamente ocasionadas por el cambio climático. En estas catástrofes previsibles habrá esencialmente más muertos que nunca con anterioridad.

Según el testimonio de la Biblia, el ser humano puede y debe aprovechar y configurar la naturaleza.
Ciertamente también se le ponen fronteras al ser humano,
que no puede traspasar sin consecuencias y de forma impune.

Imputarle al Creador las consecuencias
de las negligencias inhumanas que se ponen al servicio de un provecho desmedido,
significaría finalmente aquello a lo que Satán
quiere inducir a Job:
“Maldecir a Dios en la cara”.

Pero no se tiene que deducir del Evangelio
que el Señor pueda, sólo cuando Él lo quiera
poner coto a las fuerzas de la naturaleza desencadenadas –
¿les tendría que poner coto
si Él es verdaderamente un Dios amoroso y misericordioso?

Pienso que sería una conclusión fatal.
Ciertamente los discípulos sucumbieron a una conclusión similar:
“Maestro ¿no te preocupas de que perecemos?
¡Predicas el amor y no haces nada,

¿Les llama la atención
cómo Jesús reacciona ante este reproche de Sus discípulos?
El “milagro – si es uno -
lo realiza notoriamente sólo de mala gana y desabrido –
contemplado aparentemente, para estar tranquilo de una vez.

La verdadera reacción de Jesús es:
¡Riñe a Sus discípulos por su falta de fe!
Los reprende porque –en una situación ciertamente difícil– se sustraen a su propia responsabilidad.
Su reproche suena:
¡Todo esto –vuestro reproche y también mi “milagro” – no hubiera sido necesario, si hubierais tenido fe!
Nosotros tenemos que ver e interpretar la crítica de Jesús en su contexto:

Creer significa entonces:
Aceptar la propia responsabilidad,
hacer, lo que hay que hacer,
y además en situaciones difíciles llegar
hasta los propios límites.

Pero, al mismo tiempo, la fe significa:
Confiar en que Jesús está “con nosotros en la barca”.
Por el “milagro” –o digamos mejor por el “signo–
Jesús les dice repetidamente y ya de una forma
un poco claramente impaciente
quién es Él –el Señor y Creador de este mundo,
el Señor que cuida y que ama también nuestra vida.

¡Si Él está “con nosotros en la barca”,
llegaremos ciertamente a la meta,
alcanzaremos la otra orilla –
también por medio de la “tempestad” de la vida!

¿Esto es malo? – Él está con nosotros.
¡Sería para desesperarse,
si Él no estuviera con nosotros!
Así lo considera la fe.
Así lo considera en los incidentes de la vida diaria,
cuando todo parece ir torcido.

La fe verdadera no hace cálculos con el milagro
de lo extraordinario,
la fe verdadera cuenta firmemente
con el milagro de la presencia de Dios.
Nosotros debemos creer que
“saldremos airosos”
si Dios está con nosotros – y nosotros con Él.

Amén.