Homilía para el Segundo Domingo del ciclo litúrgico (B)
18 Enero 2009
Lectura: 1 Sam 3,3-10.19
Evangelio: Jn 1,35-42
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La invitación del centro de arte Sankt Peter
a la exposición actual de Sebastián Wickeroth
dirige nuestra mirada a los rupturas y, en general,
a la vulnerabilidad de nuestra vida.

Una iglesia gótica nos conduce al “ámbito divino” sano y santo.
y nos permite presentir algo del “cielo”,
del “paraíso” prometido.
Esto queda especialmente claro en las catedrales del gótico.
Aquí la luz de este mundo a través de las grandes y coloristas vidrieras de la Anunciación bíblica se transforma en una alusión a la luz celestial.
Aquí tira de nosotros “hacia arriba” la arquitectura vertical de las delgadas columnas,
de los contrafuertes y de los arcos ojivales.
Ligera e ingrávida aparece toda la arquitectura.
Proporciona una sensación de liberación
del lastre de la materia y traslada a un mundo espiritualizado.

Las instalaciones de Sebastián Wickeroth
nos traen ahora bruscamente al terreno de los hechos
en nuestro mundo tan limitado y fracturado,
nos dejan caer de forma normal de las alturas de la espiritualidad gótica.
 


Probablemente nos dará ocasión
para confrontarnos con las enormes tensiones
entre mundo sano e insano.

Hoy quisiera limitarme
a las dos historias de vocación
de la Lectura del Antiguo Testamento
y del Evangelio para leerlas de nuevo bajo la impresión de las instalaciones.

Este joven Samuel vive en primer plano
en el Templo, en un lugar santo.
Sin embargo, es notorio que no está tan conmovido por ello, que viva verdaderamente en la presencia de Dios.
Esto se dice expresamente:
“Samuel tampoco conocía al Señor
y la Palabra del Señor tampoco le había sido revelada.”
Y el texto completo se inicia con la observación:
“En aquellos días eran escasas las palabras del Señor; las visiones no eran frecuentes.” (1 Sam 3,1)

Por consiguiente, Samuel vive en un mundo,
que es muy similar al nuestro:
Está definido por lo horizontal.
Se queda “sobre la alfombra”.
Lo fáctico es lo decisivo:
* lo que determina la vida diaria personal,
* el servicio usual del Templo,
* y también lo que acontece en la gran política.
Con todo esto uno se ha organizado.
Y ¡sin embargo este mundo se halla lleno de rupturas!
El clan del sacerdote Eli está depravado:
Abuso, explotación, enriquecimiento en el santo lugar.
Se han acostumbrado a esto
y ya no se percibe la perversión.

La verdadera ruptura llega ahora para Samuel
- y por medio de él para Eli-
verticalmente desde arriba:
Dios mismo irrumpe en este mundo mundano.
Su mensaje a Samuel:
“En verdad, yo haré algo en Israel,
que a todo el que lo oiga, le zumbarán los oídos.”             (1 Sam 3,11)
Yo he pronunciado mi juicio sobre Eli y su casa.
Yo pondré término a su acción blasfema.
Por consiguiente, Dios mismo echa por el suelo la vida construida de Elías y la destruye.

Por consiguiente, sucede algo que ciertamente está  aquí en contrasentido con la intención de esta exposición:
La destrucción de un mundo insano no hace irrupción en el “Santuario” del Templo, en lo “Sano” de este espacio sacral, sino al contrario:
La irrupción en el mundo aparentemente sano viene del propio Espíritu de Dios.
Él manifiesta la mentira interior de este mundo
y le abandona al fuego de Su ira.

Lean ustedes tranquilamente en el transcurso de esta semana la completa cohesión del texto en los capítulos segundo y tercero del primer libro de Samuel.
Probablemente descubran ustedes los paralelos en uno u otro para las propias experiencias en la familia, profesión, iglesia o estado.

También en la historia de la vocación de los primeros discípulos en el Evangelio se trata de una ruptura radical en la vida de estos discípulos.
Ningún sueño, sino un encuentro real produce
esta ruptura.
Internamente captados por la personalidad de Jesús siguen su invitación “¡Venid y ved!”
Pero muy pronto queda claro para ellos:
Nuestra vida diaria como pescadores con redes y barcas ha pasado.
Este hombre pondrá del revés nuestra vida.
En los tres Evangelios sinópticos se dice de forma coincidente:
“En seguida dejaron sus redes y le siguieron.” (Mt 4,20 pp)

Por consiguiente, de nuevo llega esta ruptura, por así decirlo, “de arriba”.
El llamamiento tiene consecuencias decisivas:
El Señor llama no sólo para que dejen su profesión, que conforma su vida, sus días laborables
y que también asegura la subsistencia de su familia.
Él llama al mismo tiempo para que salgan fuera de la unión familiar y con ello del entramado
de las relaciones, de la seguridad y de todas las seguridades de su vida.

En esta ruptura radical no se trata de destrucción.
Más bien está en primer plano una tarea sumamente constructiva:
Debéis ser en el futuro pescadores de hombres,
para así colaborar en la concepción, planificación y construcción de la “ciudad de Dios” o del “Reino de Dios” o sencillamente en el futuro “sano” de la Creación de Dios.
Ciertamente esto sólo puede salir bien si al mismo tiempo que pasa lo caduco, se descomponen las estructuras destructivas del viejo mundo.

La misión no dice, bien entendido:
“¡Destruid lo que sino os destruirá a vosotros!”
Un slogan así contradice el principio pacifista del mensaje de esperanza de Jesús.
Pero se trata de modificaciones fundamentales.
Y estas traen de forma necesaria duros cortes,
despedida de costumbres queridas
y también la renuncia personal a sí mismo.

Estamos agradecidos por la armonía,
que irradian no sólo nuestras iglesias góticas.
Necesitamos tales espacios,
para poder respirar continuamente
a la vista de las promesas de Dios.

Pero no nos debíamos dejar envolver
por nuestra necesidad de armonía.
Mantengamos los ojos abiertos críticamente
para todo lo que destruye la Creación de Dios
y sobre todo a los seres humanos
y también lo que pone en contradicción consigo misma a la Iglesia de Jesucristo.

Desarrollemos además una nueva sensibilidad
porque las rupturas e irrupciones verdaderamente decisivas en nuestra vida vienen de Dios
y percibamos ya los signos de tales irrupciones
“de arriba” como un detector supersensible de seísmos.

Amén