Homilía para el Domingo 5º del
Ciclo Litúrgico (B)
5 Febrero 2.006
Sobre la Encíclica “Deus Caritas est”
Lectura: Job 7,1-4 y 6-7
Evangelio: Mc 1,29-39
Autor: P. Heribert Graab S.J.
En parte según sugerencias de la teóloga
Barbara Hallensleben
Una encíclica no es “infalible”.
Y, sin embargo, tiene un extraordinario peso –
porque se dirige a toda la Iglesia universal en cuestiones muy fundamentales.

Ahora el Papa Benedicto ha publicado su encíclica de toma de posesión.
No es ninguna “declaración de gobierno”;
pero hace suyo un tema que, por regla general,
para el nuevo Papa está en el corazón de modo especial.

Naturalmente esta primera encíclica del Papa Benedicto fue esperada con gran impaciencia –
y casi todo el mundo quedó sorprendido.
Ciertamente en un tiempo de progresivo aguzamiento del perfil de la Iglesia, muchos habían contado con tajantes tesis de fe delimitadoras.
Finalmente se había conocido al brillante teólogo Ratzinger como atento y crítico vigilante
de la “enseñanza pura”.

Y ahora esto: ¡Una encíclica sobre el amor!
¡Y sin apenas un provocador punto de ataque!
¡Cuándo, sin embargo, más de uno hubiera preparado con gusto un afilado cuchillo!
Incluso en los medios de comunicación produjo en su mayoría alegría frívola y aprobación.

Aquí casi se impone la pregunta:
¿Benedicto ha hecho algo mal?
¡No! ¡En absoluto! Al contrario:
Va con el tema del “amor” a las raíces de la fe cristiana.
Y lo hace con un lenguaje constructivo,
que es más que adecuado para la Iglesia,
con un lenguaje que respira completamente el Espíritu de Jesucristo.

Nosotros nos hemos acostumbrado - desgraciadamente – en la Iglesia occidental a un lenguaje que delimita, a menudo incluso angustioso y defensivo.
Desde el cisma de la Iglesia de la época de la Reforma, en la Iglesia occidental ha tenido primacía verdaderamente el lenguaje de la fe que delimita.
Quizás esto fue inevitable.
Pero de ahí crece demasiado fácilmente una teología sólo confesional y condenatoria,
que ensombrece el alegre mensaje del Evangelio que causa alegría y está grabado por el Amor de Jesús.

El Segundo Concilio Vaticano ha corregido esta estrechez de miras y ha acentuado de nuevo la primacía original del lenguaje de la fe constructivo.
El Concilio no conoce ninguna fórmula de anatema.
Relata y anuncia la fe.
Benedicto XVI participó como joven teólogo en este Concilio
y seguramente entonces también contribuyó a una teología abierta, dialógica y constructiva.

El oficio de Prefecto de la Congregación de la Fe
quizás no le ha dejado mucho margen para continuar en esta línea.
Sin embargo, como Papa enlaza allí donde el Concilio se ha detenido y va más allá.

Cuando nosotros experimentamos y reflectimos amor, constatamos pronto:
El amor nunca llega a su fin,
Una persona que ama nunca dirá: ¡Ahora ya basta!
El amor impulsa más bien siempre a más amor.
“El amor nos empuja...”
Esta expresión citada de Pablo la repite Benedicto en su encíclica.
El amor es, por así decirlo, el lugar del pensamiento cristiano de avance.
En este sentido, la encíclica es algo muy diferente a “inocua”.
En este sentido, abre nuevas dimensiones –
o mejor: Abre de nuevo antiguas y ciertamente las esenciales dimensiones del ser cristiano.

En este sentido la encíclica es también ecuménica,
aunque del ecumenismo expresamente se hable poco:
Pero:
Donde nosotros ya no ponemos sobre el tapete la fe unos contra otros,
sino que intentamos testimoniar juntamente el centro de la misma,
nos encontramos también en unidad entre nosotros.

Muchas grandes encíclicas de Papas anteriores- comenzando por León XIII, después Pío XI hasta Juan Pablo II-:
han reclamado justicia para la convivencia social y también cada vez más para la convivencia de toda la humanidad en un mundo globalizado.
Benedicto no defrauda para nada estas exigencias de justicia de sus antecesores.
Él enlaza expresamente con las encíclicas sociales y acentúa por su parte que la Iglesia no puede estar apartada de la lucha por la justicia.
Él agudiza la exigencia eclesial de justicia incluso citando a Agustín:
“Una ciudad que no estuviera definida por la justicia,
sería una gran banda de ladrones.”

Pero, al mismo tiempo, va más allá, cuando acentúa:
“El amor será siempre necesario – también en la sociedad más justa.
No hay ningún orden estatal justo,
que pueda hacer superfluo el servicio del amor.”
Por eso está absolutamente en la línea del Evangelio – por ejemplo, del Evangelio de hoy:
Sólo la justicia no puede dar lo esencial que necesita toda persona y sobre todo la persona que sufre:
la entrega amorosa y personal.
Fijémonos conscientemente cuando leemos el Evangelio:
Él cura –por ejemplo a la suegra de Pedro-
dirigiéndose a ella amorosamente:
Jesús escucha cuando se Le habla de la enfermedad de la mujer:
Y después, Él va hacia ella.
Él la coge de la mano y la incorpora.

Conforme a esto dice Benedicto:
Ciertamente necesitamos personas en servicio de
los que sufren y también competencia profesional.
Evidentemente ésta tiene que asegurar un buen sistema de salud.
Pero ¡esto no basta!
Finalmente se trata siempre de personas concretas que necesitan más que un correcto tratamiento médico o asistencial.
Necesitan humanidad.
Necesitan la entrega del corazón.

Hoy también hemos escuchado en la Lectura
la resignada queja de Job, ante el sufrimiento incomprensible,
del que continuamente son víctimas los seres humanos.
A veces el exceso de necesidad y sufrimiento puede también y precisamente convertirse para una persona amorosa en tentación de desaliento.
También Benedicto habla sobre esto
y muestra precisamente en esta conexión
el indispensable compromiso religioso del amor humano en el regalo del Amor divino.
El cristiano orante no intenta atajar a Dios y Su Providencia.
Más bien se trata del encuentro personal con el Padre de Jesucristo, que es Amor.
Le pide, con el consuelo de Su Espíritu estar presente en él.
En la oración pide la fuerza,
para conservar viva y profundizar la propia fe en la bondad y la filantropía de Dios.
La oración también se convierte siempre de nuevo en manantial de amor paciente.
La oración puede regalar la certeza de la esperanza de que Dios sostiene el mundo en Sus manos
y que Su Amor vence a pesar de todas las  obscuridades.
Este Amor es la Luz – finalmente la única –
que ilumina siempre de nuevo un mundo obscuro
y nos da el ánimo para vivir y actuar.
Por el Amor de Dios es también posible para nosotros el amor.

Para realizar este amor y, con ello
dejar entrar en el mundo la Luz de Dios –
está la misión de Jesucristo para todos nosotros
y a ello nos anima la primera encíclica del Papa.

Amén.