Homilía para el Domingo Trigésimo Segundo, ciclo litúrgico (B)
12 Noviembre 2006

Lectura: 1 Re 17,10-16 (en una creación libre de Wilhelm Willms)
Evangelio: Mc 12,41-44
Esta mañana en la Misa de los niños hemos escuchado el cuento de las estrellas convertidas en monedas de oro.
Este cuento verdaderamente es un cuento para adultos.
Por ello no quisiera privarles a ustedes de este cuento:

Había una vez una muchachita, a la que se le habían muerto el padre y la madre y era tan pobre que no tenía una pequeña habitación para vivir y no tenía una camita para dormir y finalmente no tenía más que las ropas que llevaba puestas y un pedacito de pan en la mano que le había dado un corazón compasivo. Pero era buena y piadosa. Y como estaba abandonada de todo el mundo salió al campo con confianza en el buen Dios. Aquí se encontró con un pobre hombre que le dijo: “Dame algo de comer que estoy hambriento”. Ella le alargó todo el pedacito de pan y dijo: “Dios te bendiga” y continuó. Llegó un niño que se lamentaba y dijo: “Se me hiela la cabeza, dame algo para que me la pueda tapar”. Ella se quitó su gorra y se la dio. Y cuando había andado un rato llegó un niño que no tenía ropa y se estaba helando: le dio de la suya y aún otro le pidió una faldita, que le entregó. Finalmente fue a parar a una pradera cuando ya se había hecho de noche y llegó uno y le pidió una camisita y le piadosa muchachita pensó: “Es de noche, no te ve nadie, puedes deshacerte de tu camisa” y se quitó la camisa y se la dio también. Y como estaba así y ya no tenía nada más, cayeron las estrellas del cielo y se convirtieron en monedas relucientes de oro y así si había entregado su camisita vistió una nueva, que era del lino más fino de todos. Reunió las monedas y fue rica para toda su vida.

Las tres historias
- este cuento, la viuda de Sarepta y el Evangelio de la viuda en el Templo de Jerusalem – hablan por sí mismas.
Ciertamente las tres ponen el listón muy alto:
No se trata de una parte de lo que sobra, sino de dar incluso hasta lo último.
Nosotros, por regla general, somos más modestos.
Pero debiéramos, como mínimo, recordar un dicho popular, que dice:
“Es mejor dar que recibir”.

En una época, en que las diferencias entre ricos y pobres aumentan cada vez más,
y en una sociedad en la que la pobreza, largo tiempo oculta, se hace visible públicamente,
hay ocasión suficiente no sólo para traer a la cabeza este dicho, sino también al corazón y a las manos.

Además es necesario no reducir este dicho sólo a los bienes materiales.
En un mundo, que es experimentado con frecuencia como un mundo frío y reservado,
debiéramos dar también nuestro amor y afecto no sólo a aquellos que están cerca de nosotros o que nos son simpáticos.

¡Incluso en algunas familias las relaciones ya están congeladas!
Sencillamente demos el “calor” que derrite y esto no teniendo en la cabeza la pregunta:
“¿Qué obtengo yo de esto?”
Recordemos con más frecuencia de aquel cuento de las estrellas convertidas en monedas de oro -
precisamente ahora que ya se acerca la Navidad a pasos gigantescos.

Después de estos puntos de reflexión personal sobre las tres historias de esta Misa, es para mí un deseo –como tan a menudo- poner en juego también la dimensión política.
Ciertamente no se puede con el Evangelio en suma y tampoco con estas tres historias hacer política.
Sin embargo, una política humana debía orientarse hacia el espíritu del Evangelio y también hacia estas historias.

Quizás yo pueda recordar dos acontecimientos que para los más jóvenes de entre nosotros sólo son “historias”, si es que las han oído:

En la época del hambre, después de la segunda guerra mundial, muchas personas de entre nosotros sobrevivieron por los paquetes Care de América y cobraron nueva esperanza.
Fue una iniciativa de los metodistas,
por consiguiente, de cristianos comprometidos.
Pero esta iniciativa fue querida políticamente y fue favorecida por la política.
También hay que mencionar aquí
el plan Marshall del gobierno americano.
Tampoco debe caer en el olvido el nombre de Robert Schuman.
Él fue el que cinco años después del fin de la guerra ofreció la reconciliación al “enemigo tradicional” en nombre de Francia y al mismo tiempo con la idea de la Unión Montan colocó la primera piedra de una convivencia en Europa.
Junto a Robert Schuman p.e. Alcide de Gaspari, Konrad Adenauer y Paul Henri Spaak.
En todo esto pudo haber jugado también un papel el cálculo político.
Y, sin embargo, ¡esta política respiraba el espíritu del Evangelio!

En un mundo cada vez más secularizado, este espíritu de los comienzos amenaza con perderse.
* Europa como totalidad es construida cada vez más como una “fortaleza”.
* La responsabilidad de Europa por el desarrollo de África, que en la declaración de Schuman del 5 de Mayo de 1.950 ocupaba un lugar importante, ha caído más o menos en el olvido.
* España persevera en el aumento de los donativos que recibe de Europa,
aunque dieron resultado hace mucho tiempo
entretanto otros necesitan urgentemente aquella subvención, que España recibió de la UE al principio cuando entró en calidad de socio de derecho.
* Francia se agarra –como los agricultores entre nosotros- a las elevadas subvenciones agrícolas, a pesar de que la UE hace mucho tiempo que no es una región agraria
y a pesar de que por estas subvenciones los mercados agrarios de los países en desarrollo se hacen polvo.
De modo semejante piensan los políticos de casi todos los socios, según este lema egoísta:
“Primero son mis dientes que mis parientes.”

Quizás uno debiera clausurar las subvenciones con el cuento de las estrellas convertidas en monedas de oro, y con la historia de aquella viuda de Sarepta y con el Evangelio de este domingo.

Pero habiendo escrito por nosotros mismos en el álbum:
¡La política no es necesariamente un “negocio sucio”!
Depende siempre de las personas concretas que hacen la política.
Ciertamente por esto, nosotros como cristianos no debemos retirarnos de la política.

Amén.