Homilía para la Fiesta de la Consagración
de la Basílica de Letrán

9 Noviembre 2014
Lectura: Ez 47,1-2.8-9.12
Evangelio: Jn 2,13-22
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
La religión debe/puede ser una referencia a Dios,
para abrir al ‘ámbito divino’, a lo Santo, a lo Absoluto.
Sin embargo, las instituciones religiosas
son al menos instituciones humanas con todas
las faltas y debilidades que esto conlleva.

Ya Jesús, en Su época, se confrontó con estas
deficiencias humanas de la institución del Templo de Jerusalem.
En el Evangelio de hoy se cuenta sobre esto que incluso un día ‘se le acabó’ la paciencia.

Habla de nuestra Iglesia el que precisamente para el día de la Consagración de la Basílica de Letrán
elija este Evangelio.
Al fin y al cabo la Basílica de Letrán es la Iglesia del Obispo de Roma;
y éste no es sólo el Papa de la Iglesia católica, sino que también representa a esta Iglesia.
Por tanto, detrás de la elección del Evangelio de hoy se halla como mínimo la razón teórica,
de que nuestra Iglesia (también) como institución humana tiene sus faltas y debilidades
- exactamente igual que el Templo en tiempos de Jesús;
y que en esta Iglesia también hay fallos frente a la exigencia divina.

Pero me parece que hoy no debíamos tratar de la crítica intensa y ni siquiera de ‘fustigar’ a esta Iglesia concreta.
Críticas a la Iglesia hay más que suficientes
y con frecuencia estamos también nosotros en el coro de los críticos.
Lancemos hoy una mirada más amable a la Lectura igualmente crítica de Ezequiel y a la visión fascinante de un Templo que se convierte en manantial de agua viva.

Esta visión del Templo –sobre todo como visión de una Iglesia del futuro– tiene ante la vista no tanto el edificio como más bien el organismo vivo de una comunidad de personas, una “casa espiritual de piedras vivas”. (1Pe 2,5)

Desde dos planos se puede interpretar esta visión:
En primer lugar desde un plano inmediatamente referido a la realidad exterior de este mundo;
después como símil de una realidad interior.

1. Primero se puede interpretar esa prodigiosa descripción de aguas claras, generadoras de vida y sanantes, que salen del Templo como un antiguo testimonio de la conciencia ambiental.
Escuchen otra vez el texto desde esta consideración:

“Este agua baja al Arabá y desemboca en el Mar Muerto. Así este agua salada quedará saneada.
Por donde pase este torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Habrá abundantes peces porque las aguas del Mar Muerto quedarán saneadas
cuando llegue este torrente.”

Se me ocurre ahora una comunidad católica entre nosotros, que ha ayudado a una comunidad en Burkina Faso a construir una fuente.
Quizás esto sea ya una pequeña aportación al cumplimiento de la visión de Ezequiel.

Si escuchamos de nuevo el último versículo de nuestra Lectura, entonces también es seguro que pensemos en el desarrollo político actual sin traerlo por los pelos,
un desarrollo político, en el que el agua juega un papel central:

“A ambas orillas del torrente crecerán toda clase de árboles frutales.
Sus hojas no se marchitarán ni sus frutos se acabarán.
Cada mes darán frutos nuevos, porque las aguas que los riegan manan del santuario.
Sus frutos servirán de alimento y su follaje de medicina.”

El agua viene del Santuario, es decir, del Templo o como diríamos hoy: de la Iglesia.
Y yo pienso por una parte en muchos proyectos de Misereor, Missio y también de Pan para el mundo;
por otra parte pienso:
Todo esto es una gota de agua en el mar,
si la Iglesia es llamada verdaderamente desde Dios, para contribuir a dar pies y manos a la visión de Ezequiel.

Más importante y probablemente más próximo a la intención de Ezequiel es el segundo plano de la visión:
Aquí se trata de la verdadera fuente de vida,
se trata de Dios como el Padre de toda vida,
se trata de ‘religio’, por tanto de una celosa atención
por el origen divino de la vida, aquí se trata, expresado de forma cristiana, de la liberación de la vida por la Encarnación de Dios en Jesucristo,
y esto en la situación concreta de este mundo, detenida la muerte.

También es muy importante un desarrollo político comprometido porque ¡el ser humano no vive sólo de pan!
En el fondo de algo significativo está la valoración personal, la estima, el afecto y sobre todo el amor.
El amor es la fuente más verdadera y más profunda de la vida.
No es por casualidad que en alemán vida y amor tengan el mismo origen etimológico.

Por la fe estamos convencidos –totalmente en el sentido de la Sagrada Escritura- de que el propio Dios es el Amor y por ello la fuente de la vida.
Este Amor se hace evidente de forma insuperable en Jesucristo.
Y este Amor se nos regala a cada uno de nosotros,
para que nosotros lo continuemos regalando a todo el que encontremos y sobre todo a los enfermos, a los débiles, a los pobres y a los marginados, que necesitan más el amor.
Este ‘mandamiento del amor’ es denominado por Jesús el más grande y más importante mandamiento,
con el cual nuestra propia vida se mantiene en pie o cae.

Y naturalmente este principio fundamental de la vida humana es válido no sólo en el entorno privado,      donde es tan válido ante extranjeros e incluso enemigos como ante los amigos-;
este principio fundamental del amor es válido también en el ámbito público.
Desde este principio fundamental debemos configurar nuestra actuación política:
Nuestro trato con emigrantes y con refugiados por ejemplo, la configuración de nuestra legislación social, nuestro esfuerzo por la justicia y por la paz en nuestra sociedad y en el mundo entero.

La última realización de la visión de Ezequiel es sin duda un regalo de Dios en Su Reino perfecto;
pero Jesús nos dice que este futuro de Dios ya está despuntando,
que está concebido en crecimiento y que todos nosotros estamos comprometidos en este proceso de crecimiento.

Amén.