Homilía para la Fiesta de la
Exaltación de la Cruz 14 Septiembre 2014 |
Lectura: Flp 2,6-11 Evangelio: Jn 3,13-17 Autor: P. Heribert Graab S.J. |
Desde aquella obscura hora en el Gólgota, la Cruz responde de todas las crueldades con las que los seres humanos se matan unos a otros. En todas las épocas los seres humanos ejercen la violencia unos contra otros. Los seres humanos torturan a los seres humanos hasta la muerte, decapitan, ahorcan, fusilan; violan, gasean y crucifican hasta el día de hoy. En todo esto se halla el signo de la Cruz. Comenzando por los tiempos antiguos del cristianismo hasta hoy, los artistas intentan expresar y tratar con sus medios esta espantosa realidad:
Sobre todo esto y sobre las imágenes se pueden mantener conversaciones muy serias con no creyentes o con personas de otras creencias. En una conversación así se revelan muy semejantes sensibilidades, apreciaciones y consecuencias. Sin embargo esto es muy, muy difícil cuando hablo de la Cruz como un signo de vida, como un signo pascual de nuestra fe cristiana. Hace algún tiempo, una judía me dijo: “Este Crucificado cruelmente, ¡¿debe ser precisamente el Mesías prometido?! Éste, que nos debe liberar de toda miseria y de toda violencia, ¡¿se convierte Él mismo en víctima y perece míseramente en la Cruz?¡! No puedo soportar tener que contemplar a este Crucificado en cada Iglesia católica.” ¡Hoy celebra la Iglesia la ‘Exaltación’ de la Cruz como una fiesta! No se trata sólo del hallazgo de la Cruz por el Emperador romano oriental Constantino y de que este Emperador levantase la Cruz como signo de victoria. Se trata más bien de aquella ‘Exaltación de la Cruz’, que cada Viernes Santos celebramos en la liturgia. “Levantad el árbol de la Cruz, del que cuelga la salvación del mundo. Venid y adorémoslo.” Por tanto, se trata de que nosotros como creyentes cristianos podamos ver y comprender el Viernes Santo y con él la Cruz sólo en la resplandeciente Luz de la mañana de Pascua. Sólo una fe pascual puede comprender que el arte cristiano represente al Crucificado precisamente con la bandera de la Cruz como signo de victoria sobre todas las fuerzas de la muerte. Sólo desde Pascua se hace comprensible por qué la Cruz se configura continuamente como árbol de la vida. Sólo una fe pascual puede aclarar cómo se pudo llegar a las cruces medievales de triunfo y júbilo de oro y adornadas con piedras preciosas. También ahora a muchos de nosotros se nos hace difícil esta fe pascual de la resurrección y, sin embargo, finalmente toda la fe cristiana cae por sí misma si se le quita este centro del corazón. Quizás verdaderamente es un riesgo y exige valor en nuestra época secularizada fundamentar la fe en la confianza de la victoria de la vida sobre la muerte y con ella en la confianza del ‘Dios de la Vida’. Pero finalmente sólo puede ser este ‘riesgo de confianza’ un contrapeso frente a todos los temores de esta época y precisamente también frente a nuestros propios temores. Sólo este ‘riesgo de confianza’ puede ser también el fundamento más profundo de la alegría de vivir, que también sostiene en épocas difíciles y obscuras. Yo creo que nuestros prójimos lo que más necesitan urgentemente es aquella alegría contagiosa, que nace de una fe pascual. Ciertamente esta alegría pascual sólo será verdaderamente creíble y también contagiosa si determina nuestra vida y nuestro actuar cotidiano: concretamente si estamos al servicio de la vida con todas nuestras palabras y acciones- por tanto, si contribuimos a que la vida pueda crecer y a que la vida sea digna de ser vivida por el mayor número de personas posible. Contemplando la vida de Jesús experimentamos cómo esto puede suceder porque este Jesús de Nazareth no vence sólo en Pascua los poderes de la muerte, sino que ya lo hace en toda Su vida terrenal: mediante Su mensaje, mediante Su acercamiento a las personas y precisamente a aquellos que son discriminados por la vida concreta. Un seguimiento de Jesús creíble y convincente se convierte totalmente por sí mismo en un modo de ‘Exaltación de la Cruz’ y en testimonio del mensaje pascual. Amén. |