Homilía para el Domingo Vigésimo Primero del ciclo litúrgico (A)
24 Agosto 2014
Lectura: Is 22,1-23
Evangelio: Mt 16,13-20
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Muchos consideran el Evangelio de hoy como
el texto católico de la Escritura  por excelencia.
Naturalmente el motivo para ello son las palabras
de Jesús a Simón:
“Tú eres Pedro  -la roca-
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.”
En relación a la Iglesia católica este texto se considera además no sólo dirigido a Simón-Pedro
sino también a los Papas romanos como sucesores de Pedro.

Para ser exactos, naturalmente Jesús mismo
es la ‘Roca’ y el Fundamento de Su Iglesia y
de Su Iglesia en su totalidad.
Pero Jesús transmite a Pedro expresamente,
a consecuencia de su confesión mesiánica,
el cargo de Pastor (Jn 21, 15-17),
y, como hemos escuchado precisamente en el Evangelio, el ‘poder de las llaves’ en esta Iglesia,
por tanto, la función de dirigir y el poder judicial.
Desde esta posición responsable, él –como también sus sucesores– deben hacer mediante su fe visible
a Cristo, como la Roca y el Fundamento por antonomasia.
En todo caso ésta es la posición católica tradicional.

Esta posición tuvo en algunos momentos carácter
de amurallamiento y sirvió también aquí y allá
para el mantenimiento del poder.
Aunque esta comprensión de ‘Mateo 16’ seguramente ahora como antes es ‘católica’,
después del Segundo Concilio Vaticano
y con el fondo de un intenso diálogo ecuménico
sufrió un cierto ‘desarme’.

En cierto modo se expresa ya en la Lectura de hoy
que se escoge conscientemente en relación con el Evangelio:
Este mayordomo de palacio (jefe del Templo) Sobná ha abusado de su cargo en provecho propio y, p.e. en tiempos de penuria, ha mandado cavar una espléndida tumba en las rocas.
(Esto recuerda un poco un escándalo actual
en Limburg.)
Isaías anuncia a Sobná el juicio de Dios:
“Te quitaré de tu puesto,
te echaré de tu cargo y tu sucesor
será un padre para los habitantes de Jerusalem
y para la casa de Judá.”

En todo caso, siempre estuvo claro
lo que naturalmente siempre estuvo vigente
en la Iglesia,
aunque no pocas veces cayó en el olvido:
Un ‘cargo’ eclesial tiene siempre función de servicio
y quien ejerce un ‘cargo de pastor’,
sólo puede actuar legítimamente como un padre amoroso.

Naturalmente permanece también la interpretación del texto explicado de forma patriarcal.
Pero cuando leemos ‘Mateo 16’ en el contexto de los dos capítulos que siguen con la ‘regla de la comunidad cristiana’ de Mateo 18, entonces hallamos las palabras de atar y desatar otra vez
(Mt 18,18):
Pero esta vez no en singular referidas a Pedro,
sino en plural y referidas a la comunidad.
Esto se refleja en el Concilio ya que entonces
el ‘pueblo de Dios’ es considerado como
un sujeto propio.

Para mí en particular en conexión con esto son muy importantes las palabras de Jesús en el Evangelio de Lucas, que se dirigen precisamente a Pedro.
Jesús Le dice:
“He pedido por ti, para que tu fe no se apague.
Y cuando tú te hayas convertido de nuevo,
entonces fortalezcas a tus hermanos.” (Lc 22,32).
Con estas palabras Jesús hace referencia a la negación de Pedro,
por tanto, a la debilidad humana, que cada uno,
que desempeñe un cargo, debiera conocer
no sólo en la Iglesia.

Por otra parte, es válido el encargo de Jesús de fortalecer a los hermanos y (hermanas) en la fe,
aunque no sólo para Pedro sino para todos nosotros,
que procuramos juntos en la comunidad y en la Iglesia mantener una fe viva.
Todo esto resulta a mi entender y no en último término del capítulo 18 de Mateo.

De aquí nos surgen preguntas concretas:
* Por ejemplo, ¿qué refuerza mi propia fe y qué papel desempeñan las hermanas y los hermanos en la comunidad y en la Iglesia?
* ¿De qué forma puedo yo contribuir a reforzar la fe de los demás?

Una mirada a la Biblia muestra lo que reforzaba continuamente la fe de las personas en el Antiguo Israel:
El recuerdo conscientemente evocado y continuamente en la memoria de los grandes hechos salvíficos de Dios.
Yo creo que merece la pena contemplar también
la propia vida siempre con buenos ojos, para descubrir dónde Dios ha puesto en juego Su mano.
Sus ‘acciones salvíficas’ en mi propia vida refuerzan mi propia fe y también me motivan para mover a otros a mirar así y de esta forma fortalecer su fe.

Además la fe cristiana halla siempre nuevos impulsos y nueva vitalidad mediante la vida creíble de los cristianos.
Como, por el contrario, la falta de credibilidad paraliza o incluso destruye la fe de muchas personas.
Ejemplos negativos de este modo de actuar podemos citarlos cada uno de nosotros a montones.
Pero ¿qué sucede con los ejemplos positivos?
Ciertamente es conveniente estar atento a tales ejemplos positivos.
Pero podría ser mejor esforzarse uno mismo por una vida convincentemente cristiana.
Un deseo navideño de nuestra época da en el quid de lo que se trata:
“¡Haz como Dios! ¡Hazte ser humano!”
Tendemos a convertir en bagatelas nuestras faltas y debilidades con la disculpa de que “¡es humano!”
Pero, por regla general, lo que denominamos como ‘humano’ es un paso en dirección a lo ‘inhumano’.

Lo que significa en verdad vivir ‘humanamente’
lo podemos aprender de Jesús, de Aquel que se hizo humano, a cuya imagen y semejanza todos nosotros somos creados.
Él es la imagen original del verdadero ser humano:
    que comparte y cura el sufrimiento de otros,
    que conlleva las cargas,
    que perdona la culpa,
    que obra reconciliación y paz,
    que tiene tiempo para otros,
    y que en todo hace experimentable el amor de Dios.

Si conseguimos vivir un poco de esto en la vida diaria
-por tanto, no en actos ‘heroicos’ sino en las nimiedades cotidianas,
entonces esto puede ser una contribución esencial para fortalecer la fe de las personas.

Nosotros en Occidente estamos marcados de forma muy racional por la Palabra, seguramente también esto sirve de ayuda para poder fundamentar la propia fe de forma racional.
Esto presupone ponerse de acuerdo con ella y también leer la Sagrada Escritura.
Pero, en todo caso, será decisiva la praxis de la fe vivida.
Mediante nuestra vida como personas y como cristianos podemos fortalecer nuestra propia fe y
la fe de nuestras hermanas y hermanos.

Amén.