Homilía para el Domingo Séptimo
del ciclo litúrgico A
23 Febrero 2014
Lectura: Lv 19,1-2.17-18
Evangelio: Mt 5,38-48
Autor: P. Heribert Graab S.J.
El domingo pasado ya hemos visto
que Jesús con Su Sermón de la Montaña
de ningún modo intensifica la antigua Ley mosaica.
Más bien elige un planteamiento nuevo fundamental
para configurar la vida de una forma grata a Dios y digna del ser humano.

Ahora Jesús formula Su planteamiento reflexivo totalmente nuevo más afilado y también más provocador:
Se trata de nuestras relaciones con los conflictos
y del amor exigido por Dios – incluso frente a los enemigos.
No sólo entonces Él se irritaba con la incomprensión y con la resistencia.
También hoy aún, después de dos mil años,
los propios cristianos hacen difícil este concepto
de la no violencia y del amor a los enemigos.

Incluso los propios cristianos aguan este concepto y lo hacen ineficaz, descartándolo como ‘idealista’ y alejado de la realidad.

Aunque muchos de los oyentes de Jesús no reconocieran esto entonces:
Él se une del todo a la Ley del Sinaí.
Contemplemos sólo la Lectura de hoy del libro
del Levítico, del tercer libro de Moisés:
Ya aquí se trata de quebrantar la espiral de violencia y corresponder al mal con el bien.
En todo caso es nuevo que Jesús ya no hace diferencias entre compañeros habituales y extranjero,
por tanto, ‘enemigos’ extranjeros por otra parte.
Pero también este paso de frontera de Jesús es verdaderamente una consecuencia lógica de aquella exigencia del Antiguo Testamento:
“¡Sed santos, pues yo, el Señor, vuestro Dios soy santo!”

Ya fue tomado siempre como un menosprecio de Dios, aunque Israel vio como algo natural el amor
de Dios sólo por el propio pueblo y, en caso necesario, ¡contra todos los demás pueblos!
Y a lo largo de los siglos los cristianos también han pensado tan estrechamente sobre Dios, que creían,
que Dios ‘luchaba’ con ellos, p.e. contra los turcos durante la Edad Medía tardía y después; 
incluso cuando los cristianos hacían la guerra contra los cristianos, se decía “Dios con nosotros” contra los franceses.

Ante tanto desprecio a la ‘santidad’ de Dios,
Jesús incluye expresamente en el mandamiento
del amor a los ‘enemigos’.
“Tú debes amar a tu prójimo como a ti mismo”-
esto naturalmente siempre fue válido para todos y
nunca excluyó a nadie – tampoco al “enemigo”.

Para comprender esto correctamente,
son importantes un par de notas sobre cómo hay
que entender el amor.
Según un sentido lingüístico de nuestro tiempo
el amor es sobre todo o incluso exclusivamente
un sentimiento.
Lograr un sentimiento así del amor frente a
un ‘enemigo’ o también frente a alguien que
me perjudica o me engaña es muy difícil o incluso imposible, ya que los sentimientos sólo se dejan influenciar por la voluntad de forma limitada.
Pero la Biblia y también la tradición cristiana
entienden por amor una actitud solidaria y una praxis personal.
No depende del sentimiento sino también de que yo preste atención al otro en su dignidad humana,
de que le asista en la necesidad y de que le haga
el bien- del mismo modo que yo me lo haría
a mí mismo el bien en una situación comparable.
Y naturalmente desde esta comprensión también significa amor renunciar a la venganza y al desquite.

Para Jesús amor y poder son incompatibles.
Por eso, Él insiste estrictamente en la no violencia:
“No ofrezcáis al que os hace el mal ninguna resistencia, sino que si alguien os golpea en la mejilla derecha, ponedle también la otra.
Y si alguien te quiere llevar a juicio,
para quitarte la camisa,
dale también el manto.”

Hasta el día de hoy este principio de la no violencia también es tomando por los cristianos como irrealista, naiv y ridículo.
Tengo que poder imponer mi derecho en caso
de necesidad con la fuerza, aunque yo para ello
como ciudadano de un estado de derecho haga uso del poder estatal.
Y en la relación entre pueblos, el poder bélico para la defensa del derecho parece que sigue siendo un medio irrenunciable.

Naturalmente Jesús aboga por el derecho.
Pero Él es inquebrantable en la opinión de que:
¡El derecho se puede llevar a cabo sin violencia!
Y con esta opinión, Él invoca la experiencia.
Quizás debiéramos, dado el caso, probar sencillamente la recomendación de Jesús de
“poner también la otra mejilla”.
En la mayoría de los casos experimentaremos que:
el otro se queda perplejo y renuncia al segundo ataque.
Este momento de sorpresa abre con frecuencia
la posibilidad de poder hablar de forma ‘razonable’ uno con el otro.

En las grandes manifestaciones del movimiento pacifista contra el llamado Doble Acuerdo de la OTAN de los años 80 hubo en muchos lugares seminarios de entrenamiento, que preparaban
para la no violencia.
Yo he tomado parte en estos seminarios.
¡Y pienso que este seminario tuvo éxito!
Si el Doble Acuerdo de la OTAN o por el contrario las masivas manifestaciones del movimiento pacifista condujeron finalmente al tratado
del desarme, es discutible.
Probablemente contribuyeron a ello muchos factores.

Pero se propone la cuestión de qué efectos podría tener el que las grandes naciones industriales,
como mínimo, gastasen tanto dinero en la investigación de la paz y en medidas que formen para la paz,
cómo hacen con el armamento y su investigación.
Yo estoy convencido de que se confirmaría en la realidad el optimismo por la no violencia de Jesús.

La paz y la reconciliación ciertamente no se consiguen gratis.
Pero se trata de invertir verdaderamente en paz y reconciliación, y además –quizás a veces de aprender trabajosamente.
Finalmente nosotros también hemos aprendido con bastante esfuerzo que la violencia en la educación provoca nueva violencia.

Nos debíamos exigir a nosotros mismos este proceso de aprendizaje, aunque tengamos ante la vista modelos de solución no violentos para nuestros conflictos muy personales como también modelos de solución no violentos para los grandes conflictos de este mundo.
estas inversiones por la paz y los procesos de aprendizaje son más allá de los sentimientos,
una expresión de aquel amor por el que Jesús aboga, incluso hasta Su aparente naufragio en la Cruz.
Sólo por este camino de amor vivido de forma consecuente
y de no violencia cada vez más practicada,
el Reino de Dios se puede desarrollar
como un reino de paz.

Amén.