Homilía para el Segundo Domingo,
ciclo litúrgico A

19 Enero 2014
Evangelio: Jn 1,29-34
Autor: P. Heribert Graab S.J.
(En lo esencial según una homilía del año 2008)
¡El Bautismo es algo inocuo!
¡Un par de gotitas de agua y
aquí no ha pasado nada!

Así o de fe forma semejante una madre
trataba de persuadir a sus cuarenta años
a alguien que podía bautizarse.

Consciente o inconscientemente esta madre articulaba una convicción extendida y vivida ampliamente entre los cristianos:
¡Bautismo – aquí no pasa nada!

Ahora hemos escuchado:
Ya Juan bautizaba con agua.
Y, sin embargo, su Bautismo era algo muy diferente a inocuo.
Era un Bautismo de la “conversión”, del “cambio de orientación del pensamiento”.
Un Bautismo de retorno a lo esencial del Pueblo de Dios.
Se trataba de la existencia de Israel como Pueblo de Dios:

*    No es suficiente tener a Abraham como Padre.
*    No es suficiente pertenecer de forma sencilla externamente.
*    No es suficiente remitir a las tradiciones-
¡tampoco a las tradiciones cristiano-occidentales!
*    No es suficiente tanto más cuando en la oficina de empadronamiento o también en la delegación de hacienda detrás del nombre se anota en letra pequeña “r.k.” “cristiano católico”
o “ev.” “cristiano evangélico”.

Ya el Bautismo de agua de Juan no se da sin consecuencias prácticas ni sin frutos de una vida renovada.
El Bautismo de Juan “sumerge” – sin condiciones,
junto con la cabeza, la boca y la nariz.
Aquí muere el “ser humano viejo”,
se ahoga verdaderamente,
para que puede emerger, resucitar un ser humano nuevo-
un ser humano, que se orienta continuamente de nuevo hacia el “orden” de Dios;
más aún: Un ser humano a imagen y semejanza
de Dios.

Y ahora Juan no se cansa de señalar:
Este Bautismo de agua, que efectivamente
ya es revolucionario,
en el sentido literal de revolucionario,
es decir, que lo vuelve todo del revés,
¡este Bautismo de agua no es todo hace mucho tiempo!
Juan dice que después de él vendrá otro que os bautizará con fuego y con Espíritu santo.
¡Aquí verdaderamente se trata de otra cosa!

El símbolo del fuego es familiar para nosotros desde Pentecostés.
Ciertamente podría no ser ninguna casualidad,
que no podamos comenzar nada con Pentecostés,
ya que Pentecostés ciertamente es aún un día de excursión oportuno.
El Bautismo es “inocuo”,
en Pentecostés se hace superclaro.

En boca de Juan, la imagen del fuego tiene un matiz inequívocamente muy serio y exhortativo, cuando dice de Jesús:
“Él os bautizará con espíritu Santo y fuego.
Ya tiene la pala en la mano;
Él separará el grano de la paja
y pondrá el trigo en su granero;
pero quemará la paja en un fuego que nunca
se extingue.” (Mt 3,11b-12)

¡El Bautismo separa los espíritus!
¡También hoy – en todo caso si el Bautismo
es vivido verdaderamente!
El propio Jesús ha dicho una vez:
“Yo he venido para arrojar fuego a la tierra.
Me alegraría de que ardiese ya” (Lc 12,49).

Con la muerte de Jesús aparece este fuego para ser extinguido, desplomado como la esperanza de los discípulos.
Estos se sientan sobre el montón de cenizas de sus sueños y ya no confían en los seres humanos.
El propio Dios tiene que inflamar este fuego.
Por ello el relato del fuego-símbolo,
que Lucas cuenta en la fiesta de Pentecostés.
Una visión fascinante:
El fuego llamea.
En continuo movimiento cambiante se mueven
las llamas.
La imagen muestra una conexión con nuestra lengua humana.
Los discípulos –Pedro delante de todos-
se consultan.
Su fe, que se iba extinguiendo como un pabilo sin llama, arde de nuevo.
Esta llama – que vive de nuevo–
ya no se puede asfixiar.

El espíritu entusiasta inflama un discurso entusiasta.
Las lenguas de fuego particulares ya no se pueden diferenciar porque se produce un incendio.
Éste es el largamente esperado “día del Señor”-
no como día de juicio sino como acontecimiento creador:
Hijos e hijas, jóvenes y mayores, mozos y criadas-
sencillamente todos son transformados,
así como el fuego quema oro resplandeciente
por el mineral metálico.

Este “milagro” sólo Dios lo puede conseguir,
Fuego divino, Fuego de Su Espíritu.
Así tampoco ve Lucas el fuego inflamado por los seres humanos, que demasiado a menudo es un fuego destructivo.
Lucas ve que el fuego “de arriba”, del cielo,
viene verdaderamente de Dios.

Como una llamarada captura los corazones de los seres humanos.
“Un pinchazo les llegó por medio del corazón”,
se dice de los que escuchaban la homilía de Pentecostés de Pedro.
Este Dios, que se aparece a Moisés en la zarza ardiendo derrama Su Espíritu, Su celo ígneo
en los corazones de los seres humanos.
No se dará el vivir en este Espíritu sin que se quemen algunas veces dedos y lenguas.

“Fogosos” debates -pueden ser todavía mal vistos- corresponden también a la Iglesia de hoy.
Con frecuencia son un signo de que la llama
todavía no se ha extinguido en nosotros.
¡Gracias a Dios!

El Espíritu de Dios tiene muchas llamas.
Un fuego puede comenzar con una única llama.
Pero se desarrolla en un foco de incendio,
con innumerables llamas que llamean hacia arriba.
Pedro produce con su discurso impetuoso
el encendido inicial;
muchos son arrastrados y se desarrolla una comunidad movida por el Espíritu.
La antigua historia de la Torre de Babel se invierte:
el orgullo y la autonomía humana conducen a la confusión lingüística:
los seres humanos utilizan los mismos vocablos
pero no se comprenden unos a otros.
Ellos hablan unos con otros y entre ellos.
En estas circunstancias es imposible crear algo
en común.

Pero ahora sucede lo que une:
“El Espíritu de Dios se derrama sobre toda carne”,
se dice en Hechos de los Apóstoles.
El fuego del cielo se distribuye sobre todos y
ellos comparten unos con otros el pan y
todo lo que poseen.
Y donde “abajo” los conflictos se recrudecen,
produce el fuego del amor divino “de arriba”,
aquella paz “que el mundo no puede dar”,
pero que es posible por el espíritu del
Sermón de la Montaña de Jesús.

El Bautismo origina comunidad.
¡Dejemos que el Bautismo actúe en nosotros!
Él nos protege a nosotros –y mediante nosotros también a otros– de la soledad y del temor paralizante de estar solos.

De todo esto se trata, cuando Juan dice de Jesús:
“Él os bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.”
Mt 3,11
Quien haya comprendido esto
y quien no luche contra el fuego del Espíritu de Dios,
éste ya no podrá decir con tanta rapidez:
El Bautismo es inocuo.
Amén.