Homilía para el Domingo Vigésimo Octavo
del ciclo litúrgico A

9 Octubre 2011
Lectura: Is 25,6-10a
Autor: P. Heribert Graab S.J.
¿Qué le importa a un profeta?
Corre la voz entretanto de que:
Un profeta no tiene nada que ver con una mirada
al futuro mediante videncia, por lectura de la mano
o por el poso del café.

Ciertamente también tratan los profetas bíblicos
del futuro del pueblo de Dios y de la humanidad
en general.
En efecto, por amor al futuro, ponen el dedo en la llaga del presente.
Por el encargo y la misión de Dios señalan las consecuencias inevitables que se derivan para el futuro del egoísmo y la falta de amor, de la ambición y el dominio sobre los otros, del engaño, la violencia y la agitación de la época respectiva y esto durante generaciones.

La crítica exhortatoria y a veces cortante del status dominante es sólo una parte de la función bíblica
de los profetas.
Otra parte, no menos significativa, la descubrimos en la Lectura de hoy de Isaías:
Aquí el profeta se convierte en un visionario que alienta y suscita esperanza.

Una imagen fascinante –
¡la imagen de la comida festiva de todos los pueblos en el monte Sión!
Isaías esboza esta imagen que alegra y entusiasma, de paz en una época, en la que parecía impensable que pueblos vecinos, a pesar de todos sus conflictos, se sentasen a una mesa.
Tanto más era totalmente impensable en tiempos de Isaías un convite para todos los pueblos.
En esta mesa se hubieran reunido finalmente vencedores y vencidos, opresores y oprimidos, explotadores y explotados para tener que superar juntos todo lo sucedido injusto y no en último término toda la crueldad, asesinatos y homicidios, para comenzar de nuevo y para perdonar.
¡Ciertamente tan inimaginable entonces como hoy!

Pero Isaías todavía continúa en su visión:
¡La muerte es impotente,
es extinguida para siempre!
Todas las lágrimas, sollozadas en alto
o lloradas en silencioso retiro
han desaparecido de todo rostro.
E incluso la propia vergüenza y el profundo pudor
ha desaparecido y está curado.
Expresado humanamente parece que Isaías está loco.
Parece haber perdido el contacto con la realidad
para –despegado del suelo- flotar.

Pero después menciona sencillamente el motivo para todo lo maravilloso:
Dios mismo es un Dios de vida.
Él es un Dios misericordioso.
Él nos salva de toda miseria, que nosotros mismos generamos.
Su mano descansa sobre nuestro mundo – a pesar de toda apariencia.
Dios nos regala fundamento para la alegría y para el júbilo.
¡En Él podemos poner nuestra esperanza!
¡Esperanza sin límites!
Con ello la promesa divina por medio de la boca
del profeta se convierte en la ilusionada utopía
de uno “que se ha vuelto loco” y en la utopía real, con la que podemos contar.

Profetas que exhortan también los hay en la Iglesia en masa.
Y no pocos de ellos se denominan a sí mismos profetas.
Pero tenemos que buscar casi con lupa profetisas y profetas con visiones:
* con visiones que creen esperanza e inflamen fuegos de alegría;
* con visiones que liberen energía y hagan nuestra vida más luminosa;
* con visiones, que sólo de este modo modifiquen la realidad y hagan posible lo aparentemente imposible.

Merece la pena también hoy buscar con la vista visionarios en este mundo y en la Iglesia.
¡los hay también en nuestro tiempo!
Precisamente me refiero, p.e. al Papa Juan XXIII.

Un visionario es a mis ojos también Andrea Riccardi, el fundador de la Comunidad de San Egidio.
Es fascinante ver lo que Riccardi y su movimiento, mediante una visión, que es comparable a la de Isaías, han cambiado en este mundo:
Lo que comenzó en 1968 en barracones de los arrabales de Roma con un compromiso social
de la juventud, se multiplicó rápidamente en muchísimas direcciones:
* servicios sociales en todo el mundo,
* alfabetización de niños y jóvenes,
* prevención del sida en África,
* integración de los impedidos,
* diálogo interreligioso,
* compromiso pacífico en muchos conflictos de este mundo, por ejemplo 1992 la intervención de una comisión de paz para Mozambique, que terminó con una guerra civil que ya llevaba dieciséis años.
Todo esto sobre la base de una visión de una fe orante de un mundo, en el que la paz y la justicia del Reino de Dios son una posibilidad real.

La imagen profético-visionaria del convite el propio Jesús la hace suya continuamente –también en el Evangelio de hoy.
Como ya lo habían hecho muchos profetas antes que Él, describe esta imagen no sólo con palabras y parábolas:
Más bien le da a esta imagen una fuerza que cambia la realidad, en la que pone actuaciones reales como signos:
Él se reúne verdaderamente en los convites con pecadores y publicanos y esto sin miedo a los contactos.
Este hacer concreto comunica su mensaje más intensamente que muchas palabras.

Más allá de todos los tiempos y hasta el día de hoy,
Jesús celebra Su propia presencia liberadora en la actuación simbólica de la noche de Pascua.
Él nos ha confiado este signo eficaz (¡sacramento!).
De nosotros depende,
* que este signo también hoy pueda desarrollar su fuerza visionaria;
* que, en primer lugar, nos cambie a nosotros y también a este mundo,
* que sea fundamento de esperanza y encienda alegría;
* que cree justicia y paz.

Amén