Homilía para el Domingo Vigésimo Quinto
del ciclo litúrgico A

18 Septiembre 2011
Lecturas: Is 55,6-9
Evangelio: Mt 20,1-16
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Muchas parábolas de Jesús “juegan”, por así decirlo, con dos escenarios:
En el escenario de este mundo y, al mismo tiempo, en el escenario de aquel mundo divino,
al que Jesús denomina “Reino de Dios”.
A los ojos de Jesús, estos dos mundos
no están radicalmente separados el uno del otro.
Él pone fuerza en recalcar que el “Reino de Dios”
ya ha despuntado aquí y ahora en medio de nuestra realidad de este lado.
Por este motivo, el propio Jesús también en Sus parábolas tiende puentes entre los dos escenarios.

Esto también se puede aplicar para la parábola
de este domingo, por consiguiente para la parábola de los trabajadores en la viña.
A causa de nuestra educación religiosa, rápidamente se nos pone delante la interpretación de una parábola así, en su sentido figurado,
por consiguiente para nosotros
–de una forma casi automática– miramos hacia
el escenario del mundo divino.
La combinación del Evangelio de hoy con la Lectura de Isaías, dirige también nuestra atención
desde el principio hacia la bondad de Dios que no hace cálculos, hacia Su misericordia y hacia Su predisposición al perdón, que para nosotros sencillamente resulta inconcebible,
sobre todo muy superior a lo que corresponde
a nuestra experiencia.

Pero yo me quisiera concentrar sobre todo en el “escenario mundano” en el que se desarrolla esta parábola y después contemplar la luz que resplandece en este mundo desde el “escenario divino”.

A primera vista parece que lo que sucede en el escenario mundano es irreal:
Ningún empresario puede realizar el pagar jornales del modo de este viñador.
¡En un plazo de tiempo muy corto estaría en quiebra – decimos nosotros!
Pero, fijándonos con más exactitud, descubrimos:
Este viñador piensa de una forma totalmente económica.
Él hace la contratación de su mano de obra meditada económicamente e incluso evidentemente ahorrativa.
Él busca en el “mercado de trabajo” tantos trabajadores como prevé que necesita para realizar
la tarea diaria.
Cuando verdaderamente está claro que con un número demasiado pequeño de trabajadores
no se puede hacer lo que se tiene que hacer-
entonces contrata a otros colaboradores.
Incluso por dos veces en este día adopta medidas calculadas económicamente.

Pero ¿qué diferencia a este viñador de la parábola
de un empresario moderno?
Contemplemos los criterios de su praxis
de remuneración más exactamente:
El propietario de la viña paga a todos los trabajadores un denario por este día.
Este importe correspondía entonces aproximadamente al mínimo existencial,
que aseguraba a una familia pequeña el alojamiento y la manutención diaria.
Por tanto, él tiene una idea sobre el trabajo
y la remuneración diferente y diferenciada
de la que es frecuente entre nosotros:
Por una parte, él “compra” en el “mercado”
el rendimiento laboral.
Pero, por otra parte, el ser humano le garantiza con sus necesidades la “mercancía” trabajo.
Espontáneamente se impone desde la actual discusión política la expresión “salario mínimo.”
Éste permite definir no sólo el valor del trabajo,
sino sobre todo se orienta al mínimo existencial
del ser humano.
Pero además también tendría consecuencias amplias y ético –sociales si, en el sentido de Jesús, midiésemos a los seres humanos no exclusivamente por su rendimiento, sino que además reconoceríamos de nuevo que:
La economía, en suma, está al servicio del ser humano ¡y no al contrario!

Jesús relativiza nuestro principio de rendimiento,
pero sin desdeñar por eso el rendimiento.
El propietario remunera a los trabajadores de la primera hora de forma absolutamente adecuada
-es decir, como era frecuente o cómo diríamos nosotros: según el convenio colectivo.
Pero Jesús con esta parábola coloca al ser humano en primer lugar y esto tendría que repercutir también hoy, por ejemplo, en la situación de los minusválidos en el mercado de trabajo.
Por eso va en dirección totalmente correcta,
el que el erario público cargue con una parte
de la remuneración del trabajo de los minusválidos.
Pero el patrón de la parábola de Jesús de ningún modo mira de soslayo al erario público, sino que
se conforma con una renta menor del capital
por amor al ser humano.
Imagínense ustedes las consecuencias de una actitud fundamental así –si fuera regla general-
para la cultura empresarial de hoy:
La ganancia tiene que ser natural
pero ¡el ser humano está en primer lugar!

La parábola de Jesús presupone también naturalmente un cambio de pensamiento
de los trabajadores:
Los trabajadores de la primera hora hacen lo que harían sus colegas de hoy: Protestan.
Pero Jesús espera de ellos la transformación práctica de una idea, de la que hacen alarde de modo permanente:
¡Él espera ni más ni menos que solidaridad!
Y esto también puede significar precisamente reducir las propias exigencias en favor de los otros.

La parábola de Jesús no puede ser sólo un modelo para la configuración de la política del mercado laboral o de la política económica.
De igual modo hay orientación para la política
de desarrollo y también para la política de formación, cuando ustedes piensen en la clase integradora para niños minusválidos y no minusválidos.

Por consiguiente, en la contemplación más exacta de la parábola de Jesús se muestra que:
El escenario de este mundo no es tan irreal como se piensa a primera vista.
Hay unos planteamientos para realizar el deseo de Jesús políticamente.
Como mínimo, hay modelos que se pueden discutir seriamente.

En todo caso queda claro:
Cuanto más éxito tengamos en hacer
lo aparentemente imposible,
posible en el sentido de Jesús,
tanto más aparece la Luz del “escenario divino”
del Reino de los Cielos en el mundo
de nuestra vida diaria,
tanto más nuestra vida en común aquí queda marcada por la bondad de Dios.

Permítanme aún para terminar la indicación
de un tercer escenario, en el que los evangelistas con frecuencia representan las parábolas de Jesús:
Es el escenario de las comunidades cristianas,
el escenario de la Iglesia.
En este “escenario” suena la afirmación de la parábola:
Si los primeros no reciben realmente más que los últimos, entonces tampoco la comunidad tiene ningún motivo para colocar con prioridad a los primeros en sus filas.
En todo caso, Mateo piensa (también) en las comunidades, cuando termina esta parábola con el verso:
“Así los últimos serán primeros
y los primeros últimos.”
Posiblemente, hoy añadiría:
Y esto no sólo en Jueves Santo,
cuando el Papa, los Obispos y los párrocos
lavan los pies a doce ancianos.

Amén.