Homilía para el Domingo Vigésimo Tercero
del ciclo litúrgico A

4 Septiembre 2011
Lecturas: Ez 33,7-9 y Rm 13,8-10
Evangelio: Mt 18,15-20
Autor: P. Heribert Graab S.J.
No pocos coetáneos ven en la fe cristiana sobre todo –cuando no exclusivamente– una enseñanza moral o ética (enteramente exigente).
Incluso parece que los cristianos –en todo caso en la praxis- sostienen esta interpretación.
Esta sospecha me llega, cuando observo como algunos padres reducen la educación religiosa
de sus hijos a la transmisión de los llamados “valores cristianos”.

Tras una primera y superficial lectura de las Lecturas de hoy se podría opinar:
¡Tienen razón!

    En la primera Lectura del libro de Ezequiel se trata de la corresponsabilidad, que, en primer lugar Ezequiel pero también todos nosotros tenemos en la actuación de nuestros prójimos:
En lugar de decir: “Esto no es asunto mío”,
deberíamos, como mínimo, indicar a los demás
con toda claridad las consecuencias de su actuación.

    La Lectura de Pablo pone el “amor” en el punto central:
Todo lo demás, lo que merece el nombre de “ética”, no tiene sentido.
Agustín con un breve denominador, lo dice así:
“¡Ama y haz lo que quieras!”
Cuando los contemporáneos contestan a la pregunta:
¿Qué es lo esencial de cristianismo?
dicen exactamente: El amor.
Y en la praxis con frecuencia reducen este amor a un: “¡Sed amables unos con otros!”

    Finalmente, en el Evangelio hemos escuchado un pequeño fragmento de la llamada regla comunitaria.
En ella están reunidas todas las reglas prácticas para una vida en común con éxito – sobre todo en la comunidad; pero no sólo.
En la parte del texto de hoy se trata de una ayuda en tres pasos para la reprimenda a veces seguramente necesaria de otro.
El párrafo siguiente sobre el perdón es algo más familiar aún para la mayor parte de nosotros:
“¡Debes perdonar a tu hermano no sólo siete veces, sino setenta y siete!”

Por consiguiente, en las tres Lecturas de este domingo están en el centro orientaciones éticas
para la vida en común de los seres humanos.
Merece la pena contemplar más de cerca estas orientaciones.
Pero en este momento, me interesa más la pregunta:
¿Son ahora verdaderamente los valores ético-morales lo esencial de la fe cristiana?
Y, finalmente, ¿cómo están motivados?

Yo quisiera contar una parábola moderna:

El hilo del que nosotros pendemos…

En un soleado día de verano volaba a través del aire templado una joven araña, que, finalmente, tomó tierra en un seto.
Manteniéndose en vilo y palpando descendió
y se construyó un maravilloso nido,
en el que se sintió cómoda.

Los tiempos eran buenos
y le entraban volando muchos pequeños animales
en las finas mallas de su tela y la ardillita así se hizo gruesa y corpulenta.

Una mañana, en la que el rocío brillaba en la tela como perlas, la araña quiso inspeccionar su vivienda:
Corría por las estrechas calles de su tela de araña como una bailarina en una cuerda y miraba a todas partes para constatar que todo estuviera en orden.
Llegó a un hilo, que venía de lo alto y que no podía ver donde terminaba en realidad.
Miró fijamente a lo alto con todos sus muchos ojos, ¡pero no descubrió el final!
¡Sacudió la cabeza y pensó que este hilo sencillamente no tenía sentido!

Irritada lo mordió y en ese mismo momento
¡se desmoronó sobre ella su tela de araña como un trapo húmedo y la mató!

El hilo, que ella había mordido, era “el hilo de arriba”, en el que ella había llegado en su día.
(Johannes Jörgensen)

Es evidente que esta araña de la parábola se corresponde con cada uno de nosotros.
Cuando nosotros olvidamos nuestro “origen de arriba” y cortamos el hilo, se desmorona nuestra tela vital en sí misma.
Pero después seguramente no resulta rebuscado reconocer también en la araña nuestro sistema de valores.
También la red de nuestros valores podría desmoronarse si cortamos su unión “con lo alto”.

Todo el mundo habla de “valores – pero finalmente ¿de qué penden?
¿Dónde están fundamentados los valores de nuestra sociedad?

    Algunos quieren decir, que están en la Biblia.
Ahora quieren antiguas tradiciones, a decir verdad de mucho tiempo,
pero que seguramente no son capaces de sostenerse eternamente- que están transmitidos en los libros “sagrados”.
    Otros ven nuestros valores fundamentados en el “humanismo”,
cuyas raíces están, simultáneamente, en la antigüedad clásica y –alguno que otro pasa por alto con gusto- en el cristianismo.
También tantas personas formadas, que valoran el “clasicismo griego”, piensan que no hay ningún camino:
no sólo las “lenguas clásicas” están muertas, sino también la cultura que está detrás.
La segunda, la raíz cristiana vive en verdad, pero cuando yo corto los brotes de esta raíz –nuestro sistema de valores- sucede con ellos lo mismo que pasa después del cuatro de diciembre con la “rama de Bárbara”.
Primero hay aún vida en ellos;
incluso florecen, pero en seguida, después de Navidad, mueren, exhalan su vida “prestada”.
Desde la catástrofe moral del siglo XX,
el “humanismo” clásico está muerto, en mi opinión.

Queda aún la justificación puramente pragmática:
Nuestro sistema de valores ha demostrado su eficacia para una vida en común acertada,
y puede hallar su justificación en esta o aquella religión o en alguna filosofía o cosmovisión.
También esta argumentación pragmática pende,
en último término, del aire y se derrumba bajo
el influjo de ideologías más o menos totalitarias.
El nacionalsocialismo y el comunismo lo han demostrado.
Y en este momento lo experimentamos con el capitalismo.

Para la fe cristiana es únicamente el “hilo de arriba” el que puede fundamentar y legitimar una ética o moral.
La Iglesia misma está continuamente en la tentación de mirar tanto hacia las normas morales que pierde vista el “hilo de arriba”.
La consecuencia para ella es también continuamente la misma:
La Iglesia sufre tisis, en todo caso mientras no intervenga Dios mismo mediante profetas de espíritu talentoso en los acontecimientos.

En una segunda mirada más precisa a las Lecturas de hoy también descubrimos en estos textos el “hilo de arriba”:

Por ejemplo, Ezequiel es sobre todo y en todo lo que hace responsable ante Dios – y esto en la vida y en la muerte.
En general, es válido para Ezequiel como para todos los profetas auténticos:
Ellos hablan y actúan desde una intensa relación con Dios.
Por eso, se distinguen de todos los que proceden de una escuela de profetas meramente humana o incluso de la realeza.

Para Pablo no se trata de ninguna idea humana sobre el amor.
Para él se refleja en todo amor, que merezca este nombre, Dios mismo que es amor.
Sólo un actuar desde este amor divino significa
el “cumplimiento de la Ley”.
Y también para ello, Pablo alude naturalmente a aquel ordenamiento divino, que fue regalado al pueblo de Dios en el Sinaí.

Finalmente el Evangelio pone las reglas de la convivencia humana en una conexión inmediata con aquellos “compromisos”, que están fundamentados en el “cielo”, por consiguiente, en Dios mismo.
Y donde dos o tres se reúnan “en Su Nombre”, por consiguiente, traten juntos en Su Espíritu allí está Él mismo presente y graba mediante Su Presencia la comunidad humana.

Las tres Lecturas de este domingo establecen no sólo reglas éticas concretas para la convivencia de los seres humanos.
Más bien hacen visible al mismo tiempo aquel
“hilo de arriba”, del que pende en último término toda ética.
Si rompemos este hilo o permitimos que se rompa, pierde su apoyo todo reglamento y finalmente se desploma por sí mismo.

Amén.