Homilía para el Domingo Vigésimo Segundo
del ciclo litúrgico A

28 Agosto 2011
Lecturas: Jr 20,7-9 y Rm 12,1-2
Evangelio: Mt 16,21-27
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Yo elijo la entrada en la homilía de hoy de la segunda Lectura, por consiguiente, de la epístola de Pablo a la comunidad de Roma:
“No os acomodéis a este mundo,
sino transformaos y renovad vuestros pensamientos,
para que podáis distinguir
lo que es voluntad de Dios.”

Mucho más que Pablo en su época,
estamos nosotros hoy influenciados y manipulados en nuestro pensamiento desde fuera:
sobre todo por los innumerables medios.
Estos actúan para unos directamente sobre nosotros:
pero para otros también de forma indirecta,
por lo que en gran parte depende de ellos,
que “uno” piense así,
y por lo que nosotros mismos –queramos o no–
somos dependientes de esto – más de lo que quisiéramos.

En estas circunstancias conservar una cierta independencia de la propia opinión,
ciertamente no es sencillo.
Tanto más difícil es en un mundo profundamente secularizado conocer lo que es voluntad de Dios-
muy personalmente para mí,
pero también para mi actuación en este mundo.
“Dinos ¿sobre qué debemos escuchar, sobre qué…?
Dinos ¿para qué debemos vivir, para qué?
Tantos pensamientos ¿cuál es importante?
Tantos programas ¿cuál es correcto?
¡Tantas preguntas!”-
se dice en un canto de alabanza a Dios moderno.

La respuesta del autor parece ser sencillamente:
“¡Una palabra es verdadera… Un camino es verdadero…Cuenta el amor!”
Pero ciertamente se trata de
¿Dónde hallo esta palabra y este camino?
Qué es  –“amor, que cuenta”-
en un mundo, en el que ninguna palabra se usa
de forma tan inflacionaria como precisamente
esta palabra “amor”.

Hoy no encontraremos ninguna respuesta tipo patente para todas estas cuestiones.
En todo caso, quizás hemos logrado una primera entrada.
Por de pronto, tendríamos que ponernos de acuerdo sobre lo que merece la pena en realidad cuestionar sobre la voluntad de Dios para nosotros.
Por consiguiente, debiéramos partir de que Dios responde de nuestro bien –más que todo y todos los demás– porque Él nos ama.
Quizás tenemos que luchar por esta convicción de la fe- y esto contra todos los prejuicios arraigados y
las dudas de fe.

Después tendríamos que lograr tiempo suficiente y espacio interior para orar escuchando.
Por tanto, para una oración que cuenta verdaderamente con Dios y con que Él también habla en la oración.
Por consiguiente, no debiéramos “parlotear”.
Tenemos que gozar del silencio para escuchar.
Tenemos que disponer de mucha paciencia-
paciencia con nosotros y paciencia con Dios.

Pero quien verdaderamente perciba la llamada
de Dios, puede ser enviado, si es necesario, como Jeremías.
En él se rebeló todo contra el envío de Dios.
Probablemente se afana en sacudirse la vocación para el servicio profético.
Pero Dios no le suelta.
Finalmente Jeremías capitula.
Quizás ustedes han experimentado ya alguna vez algo semejante:
Su “voz interior” –decimos con frecuencia:
la “conciencia” o quizás es verdaderamente la voz de Dios-
en todo caso, esta voz los empuja a hacer esto o aquello o también a dejarlo.
Pero este ir a contrapelo no les gusta en absoluto.
Pero la “voz” no cesa.
¡Finalmente ustedes se someten e incluso lo reconocen más tarde: ¡Ciertamente era correcto!

Esto no tiene que desarrollarse siempre de forma
tan dramática como en Jeremías.
Yo mismo me he defendido todo un año contra mi vocación y ¡finalmente la he seguido!
¡Fue y es bueno! ¡Incluso muy bueno!

Conozco un joven que tenía un ideal muy definido de la mujer con la que quería casarse.
La, que le apareció concretamente en el camino, sencillamente no armonizaba con su imagen ideal.
Por tanto, se “bloqueó” y no llegó a la idea de que:
¡Es ésta y ninguna otra!
Todos sus amigos habían comprendido hacía mucho tiempo:
“los dos están predestinados el uno para el otro”.
Cuando finalmente abandonó su resistencia,
quedó el camino libre para un matrimonio muy feliz.

Aún escuchemos finalmente un versículo nuclear del Evangelio de hoy:
“¿Para qué le sirve a un ser humano
ganar el mundo entero
si pierde su vida?”

Este versículo es comprendido con frecuencia de forma muy estrecha:
En primer lugar no se trata de ningún modo de la vida y la muerte, por consiguiente del martirio por la fe.
Esto puede ser en caso de excepción.
Por regla general, se trata más bien de situaciones de la vida diaria:
La “voz interior” o digamos tranquilamente
la “voz de Dios” nos dice sin rodeos, lo que nosotros podemos responder en nuestra profesión y lo que no.
Por ejemplo, ignoramos esta voz por nuestra carrera.
Y ciertamente esta ignorancia conduce a que demos el salto siguiente en la carrera, pero perdemos lo que conviene a nuestra propia vida:
    Quizás perdemos una satisfacción interior con nosotros mismos.
    Perdemos la gran estima de nuestros subordinados, quizás incluso el afecto de amigos, que son importantes para nosotros.
    Posiblemente perdemos el verdadero sentido de nuestra vida porque lo hemos canjeado por un “plato de lentejas” de una ganancia superficial.

Ustedes mismos desde sus experiencias podrán mencionar decisiones, que pierden los aspectos esenciales de una vida plena por ventajas actuales, las cuales al final hacen más pobres a los interesados.

Intenten sencillamente:
¡En la oración escuchar de forma paciente y atenta
la voz de Dios!

Amén.