Homilía para el Domingo Vigésimo Primero
del ciclo litúrgico A

21 Agosto 2011
Lectura: Is 22,19.23
Evangelio: Mt 16,13-20
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Con ocasión de la Misa de despedida de “Ora et Labora” en Neuerburg –junto con la parroquia de Sankt Nikolaus de Neuerbrug.
Esta ciudad de Neuerburg y su castillo tienen
una larga historia llena de vicisitudes.
Situada en una región fronteriza,
la ciudad y el castillo fueron dedicados durante mucho tiempo a la defensa militar contra los enemigos del exterior.
De todas las murallas y baluartes quedan sólo ruinas.
Y éstas hoy son válidas como “atracción turística”.

En esto es visible un cambio fundamental:
En lugar de una fortaleza armada y para defensa
de los enemigos, se presenta una apertura atractiva.
Varias generaciones de habitantes de esta ciudad
han configurado este cambio y con él la historia
de la ciudad y del castillo.

Con todo el sentido de este cambio histórico,
la Liga de Neudeutschland (nueva Alemania), como arrendataria del castillo, ha transformado las ruinas de esta antigua fortaleza en un lugar de encuentro de jóvenes.
Y los posaderos han imprimido en el castillo todo su propio sello de cordial hospitalidad.

Igualmente y en el mismo sentido trabajan en este castillo y en su historia jóvenes, adultos y familias del grupo “Ora et Labora”.
Por ejemplo, este año se trató de la nueva configuración del solarium, de la zona de recreo infantil y de la plataforma para el encuentro y el diálogo, precisamente en el antiguo bastión norte del castillo,
por consiguiente, allí donde antes tuvieron su emplazamiento potentes cañones.

También hemos trabajado en la cabaña del fuego y de la parrilla.
Allí –sobre el antiguo baluarte sur-occidental–
se reúnen hoy en día alegres rondas alrededor del fuego o círculos de diálogo muy serios.

Y nuestra reunión aquí no sólo está marcada por el “Labora”, sino igualmente por el “Ora”, intentamos también ver el desarrollo del castillo y su historia en una conexión profunda con nuestra vida:
    Por ejemplo, ¿qué dice el Evangelio de Jesucristo sobre el esfuerzo de las personas para separarse de los demás y construir murallas e incluso castillos?
    Y ¿no nos acercamos claramente al Evangelio cuando nos esforzamos en una relación de atractiva apertura y cuando incluso más allá de esto, incluimos en nuestra configuración existencial el mandamiento de amor a los enemigos?

Con este fondo, hoy se trata en las Lecturas del domingo del poder de las llaves de las personas.
Por consiguiente, se trata de la misión de las personas de “cerrar” – es decir, de erigir muros de protección, y, al mismo tiempo, (¡y sobre todo!)
de “abrir”-
    por consiguiente de ser hospitalario (también para los extranjeros),
    de ir al encuentro de otros con una predisposición de confianza
    y, en general, de hacer experimentable en este mundo un poco del amor misericordioso divino.

El poder de las llaves es sinónimo de autoridad.
Pero cuando a nosotros, los seres humanos, se nos pone en las manos el poder,
desgraciadamente siempre existe también el peligro del abuso de poder.
El poder en las manos de los seres humanos es peligroso, cuando no va emparejado con una elevada proporción de conciencia de la responsabilidad.

Por ejemplo, ciertamente esto le faltaba al mayordomo de palacio, Sebná.
Éste era, según nuestra idea actual, algo así como el representante, el canciller del Rey.
Sebná era absolutamente corrupto.
Por eso, fue separado de su cargo
por decreto de Dios.

En el Evangelio, Jesús confía a Pedro las llaves del “reino de los cielos” y con ellas una misión para el futuro de la Iglesia.
Él debe abrir y cerrar, atar y desatar-
y esto naturalmente sobre el fundamento del Evangelio de Jesucristo y en responsabilidad ante Dios y ante los seres humanos.

La historia del castillo hasta el día de hoy nos ha sugerido reflexionar sobre ello:
Por consiguiente, sobre “abrir” y “cerrar”-
sobre la apertura atractiva y sobre el aislamiento que protege, pero también con mucha frecuencia que separa o está cargado de miedo.

Por ello el “atar” y “desatar” están en una estrecha cohesión.
Siempre nuevas prescripciones, leyes y dogmas atan a las personas y las encierran.
A veces se puede tener la impresión de que en nuestra Iglesia se hubiera olvidado con demasiada frecuencia el “atar” y el “cerrar”, el “abrir” y el desatar” o incluso el “salvar”.
Por ejemplo, aquí están los muchos cristianos, cuyo primer matrimonio fracasó y que ahora han encontrado su felicidad y la felicidad de una familia en una nueva pareja.
Ellos echan en falta en la Iglesia aquella generosidad, liberalidad y filantropía que el Evangelio atestigua en el propio Jesús.
También muchas parejas confesionalmente mixtas sufren porque –en todo caso de forma oficial–
no pueden participar juntos en la Mesa del Señor.

Detrás de esta estrechez puede hallarse en la mayor parte de los ministros, el temor
de no cumplir con su responsabilidad.
Muchos quizás temen, bajo la carga del poder de las llaves, dar un traspiés o fallar.
Pero ciertamente este temor empuja a no pocos cristianos fuera de la Iglesia,
porque experimentan su Iglesia como “estrecha”.
Y temor y estrechez no tienen por casualidad la misma radical.

Ahora no debiéramos omitir:
Todos nosotros tenemos en cierto modo como cristianos bautizados y confirmados parte en el poder de las llaves.
Estamos confirmados con el Espíritu de Jesucristo,
que es ungido como rey, sacerdote y profeta.
Nosotros estamos unidos a la realeza y al sacerdocio y al don profético de Jesucristo.
Por eso, también tenemos en la Iglesia una responsabilidad,
que la mayoría de nosotros sólo muy limitadamente cumplimos.
Además la Iglesia comienza en la familia.
También aquí se encomienda a la mayor parte
de nosotros el “poder de las llaves”:
Sobre todo el poder de las llaves de los padres para sus hijos.

Y finalmente tenemos de diferente modo el “poder de las llaves” en el campo profesional y político.
Reflexionen ustedes sobre cuantas veces se trata de decisiones en todos estos ámbitos de la vida y con cuanta frecuencia estas decisiones tienen que ver con “cerrar” y “abrir”, es decir, con “atar” y “desatar”.
Y todos nosotros debíamos reflexionar sobre con cuanta frecuencia ya en la familia (y no menos de otro modo) nos dejamos llevar por la preocupación
o incluso el temor de hacer algo erróneo.
Y después con mucha frecuencia guarda relación con el pensamiento:
¡Mejor algo menos de libertad, esto es como demasiado!
Por consiguiente: antes “cerrar” que “abrir”;
antes “atar” que “desatar”.

Por el contrario se da también la preocupación de no estar a la altura de la época,
por ejemplo, ser menos abierto y “moderno” que otros padres.
No es extraño que la consecuencia sea: Más libertad, cuando hace bien.
Y ya casi temor ante
restringir libertades y exigir obligaciones.

Finalmente aún apuntemos sólo al borde,
que todos nosotros hemos intentado andar por el camino más cómodo.
Y lo más cómodo de todo es, por regla general, sencillamente dejar todo como siempre.
Pero entonces no se mueve mucho:
    Entonces permanecen las puertas cerradas, porque siempre lo estuvieron.
    Entonces no abre nadie nuevas puertas porque se teme el peligro.
    Entonces no se dan respuestas a las preguntas actuales de la época.
    Entonces la Iglesia tiene el defecto de ser una Iglesia de ayer.
    Y entonces se pudre también este magnífico castillo y se convierte a la corta o la larga definitivamente en ruinas.

Conocemos muchas imágenes familiares para nuestra Iglesia:
“Casa llena de gloria”
o un “firme castillo”
o también “bastión de la fe”…
Y si pusiéramos en juego un par de imágenes nuevas:
Plató abierto del encuentro, por ejemplo,
o también “solarium del amor”.

Amén.