Homilía para el Décimo Octavo
Domingo del ciclo litúrgico A
31 Julio 2011,
Festividad de San Ignacio de Loyola
Lecturas: Is 55,1-3 y Rom 8,35.37-39
Evangelio: Mt 14,13-21
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Sobre el relato de la “Multiplicación del Pan” cf.
la traducción libre de Wilhelm Willms.
En nuestra Iglesia hemos intentado leer o interpretar desde un principio alegóricamente, por consiguiente en un sentido figurado,
los textos bíblicos como la Lectura de hoy de Isaías o también el Evangelio de la Multiplicación del Pan.
Ciertamente a la vista del Evangelio de este domingo esto es absolutamente lógico:
Finalmente ya el Evangelio de Juan utiliza el relato de la Multiplicación del Pan como motivo para el gran discurso eucarístico de Jesús.
También el texto de Isaías en grandiosas imágenes parece hablar del fin de los tiempos mesiánico:
Dios mitigará el hambre y la sed de las personas después de la vida y les otorgará vida en abundancia.

También es legítima una tal interpretación del texto,
pero con frecuencia bloquea la mirada sobre el nivel inmediatamente real,
del que se trata en primer lugar:
La promesa del (Deutero) Isaías es sobre todo un estimulo para el primer retorno del exilio babilónico:
*    Encontraron destruida la ciudad de Jerusalem.
*    Les esperaba una vida con necesidad y privaciones.
*    Muchos de los repatriados estaban profundamente decepcionados y veían ante sí un futuro obscuro.

El profeta recuerda la historia de Dios con Israel,
sobre todo naturalmente la liberación de Israel de Egipto y la Alianza del Sinaí:
Entonces Dios alimentó a Su pueblo con maná y enjambres de perdices y finalmente los condujo
a un país que manaba leche y miel.
El mensaje del profeta a los repatriados reza así:
Si ponéis vuestra confianza en Yahwe y vivís según Sus instrucciones, experimentaréis como vuestros antepasados, que Dios cuida de su pueblo
con abundancia y de forma muy real en este tiempo y en esta ciudad destruida de Jerusalem,
que resplandecerá con nuevo brillo.

Continuamente se superponen en la Biblia promesas de tiempos finales y promesas concretamente reales
para tiempos de necesidad presentes.
Jesús nos da en Su mensaje del Reino de Dios
la aclaración de esto:
el futuro de Dios actúa en esta época y ya es realidad ahora.
Al mismo tiempo, la plenitud de Su salvación no está todavía consumada.
En esta época se hace presente ya el Reino de Dios prometido- no sólo allí donde Jesús mismo:
“Expulsa demonios” y cura enfermos (cf. Lc 11,20),
sino siempre ya allí donde Dios realiza Su salvación en la historia.
Pero nosotros estamos en camino, a través de la historia total, hacia la plenitud definitiva del Reino de Dios.
Y en el camino hacia la plenitud compartimos la responsabilidad para la organización concreta del Reino de Dios.

Por eso, nos debería sacudir interiormente de forma auténtica la actual hambruna en el cuerno de África.
No podemos escuchar día tras día las noticias de Somalia, sin reconocer la conexión forzosa con la Lectura de Isaías de hoy:
“¡Vosotros, sedientos, venid todos a por agua!
También quien no tenga dinero puede venir.
¡Comprad trigo y comed,
comed y comprad sin dinero!”

¡La riqueza de la Creación de Dios es ofrecida
a todas las personas!
¡De ningún modo a unos pocos, especialmente afortunados!
Esto tiene que tener consecuencias para nosotros:
En primer lugar, debiéramos dejarnos interpelar muy personalmente por las peticiones caritativas de donativos.
Pero más importantes son las consecuencias políticas que tenemos que exigir como ciudadanos responsables.
Es un escándalo de desprecio a Dios que se disponga de sumas de miles de millones para rescate de los bancos y también para equipamiento militar,
pero nuestro gobierno se esfuerza con dificultad para disponer de 20 millones para poner término a la hambruna de innumerables personas.
Y aún sería más importante acometer soluciones a largo plazo para los problemas estructurales de Somalia y de toda África Oriental.

Volviendo a los textos bíblicos de este domingo:
También el Evangelio habla en primer lugar y de forma muy concreta del Evangelio de todas las personas que seguían a Jesús para escucharle.
Esta situación ciertamente no es comparable con Somalia; pero es decisivo que Jesús no entretenga a estas personas con vagas promesas para adelante.
Más bien, Él pone remedio de una forma rápida y efectiva.

Naturalmente yo escucho la objeción:
¡Nosotros, desgraciadamente, no podemos hacer milagros!
Se puede quedar abierto a cómo Jesús hizo entonces el “milagro” de la Multiplicación del Pan.
Una posible explicación de esto la da Wilhelm Willms:
El ve el verdadero milagro en que Jesús tenía éxito para motivar a las personas en compartir.
Él supone que aquel muchacho con cinco panes y dos peces no sería el único que tenía provisiones.
Wilhelm Willm lleva el milagro muy restringidamente a este punto:
“¡Cuando todos dan lo que tienen,
entonces quedan todos saciados!”
¡Y ciertamente este “milagro” del compartir podemos y –tenemos– que realizarlo también nosotros!
(Aquí pueden ustedes leer la versión completa de traducción libre de la
“Multiplicación del Pan” de Wilhelm Willms)

Permítanme ustedes para terminar algunas palabras de la segunda Lectura de la Epístola a los Romanos:
Esta Lectura enlaza las ideas fundamentales de este día con la festividad de San Ignacio de Loyola, que nosotros como jesuitas celebramos hoy.

También Pablo habla de la necesidad real de las personas de su época y de todos los tiempos:
“Aflicción, necesidad, persecución, hambre, frío, peligros o espada”.
Pero no las vincula a ninguna promesa.
Más bien constata como hecho:
Toda promesa de Dios, Su propio amor se ha convertido ya en realidad en Jesucristo.
“Por medio de Él, que nos ha amado,
superamos todo esto.”
¡Nada, absolutamente nada puede separarnos del amor de Dios, que está en Jesucristo!

Ignacio, por este amor que está en Jesucristo, se ha dejado cautivar y volver del revés.
Se ha dejado llamar totalmente en el seguimiento de Jesucristo-
Y verdaderamente en el seguimiento del Cristo Crucificado.
Esto significaba para él muy concretamente ponerse al servicio de todos aquellos que, como Jesús, están doblegados con el peso del sufrimiento y de la cruz.
Para el propio Ignacio y para su Orden el lema de su misión fue “ayudar a las almas”.
Este lema se traduce con frecuencia por “salvar a las almas”.
Pero esta traducción es una mala constricción.
En realidad se tiene que decir:
“ayudar al hombre en su totalidad”.
Ignacio y sus primeros compañeros se dedicaron, en este sentido ya durante el tiempo de sus estudios en París, a predicar y a servir en los hospitales.
El servicio a los más pobres de entre los pobres fue desde el comienzo un elemento esencial de la vida jesuítica.
Muchos jesuitas trabajan hoy en todo el mundo,
por ejemplo, en “Jesuitas, servicio de refugiados” para refugiados y emigrantes, actualmente también en el cuerno de África.
Por eso, también hoy la festividad de San Ignacio se celebra en la Orden con una campaña de apoyo para los hambrientos de África Oriental.

El mensaje reza así:
*    Nosotros somos corresponsables de que las promesas de Isaías tengan manos y pies.
*    Nosotros somos corresponsables de que el pan y, en general, todos los recursos de la Creación sean compartidos y así “multiplicados”.
*    Nosotros somos corresponsables de que el Reino de Dios en crecimiento sea experimentable cada vez más por todos los seres humanos.

Amén.