Homilía para el Décimo Sexto Domingo del ciclo litúrgico A
17 Julio 2011
Evangelio: Mt 13,24-30
Autor: P. Heribert Graab S.J.
La parábola del trigo y de la cizaña se ha fijado en nuestras cabezas como una advertencia de Jesús ante el amenazador “Juicio Final”.
Esto es también muy importante, pero en la parábola se trata en primer lugar de algo diferente:
  • Se trata de la serenidad y de la paciencia,
  • se trata de poder aguardar y de dejar crecer,
  • se trata de la reserva ante juicios precipitados,
  • ¡se trata de tolerancia!
Con esta parábola, Jesús se dirige a los precipitados, a los radicales y a los demasiado autoseguros de Su tiempo:
  • a los grupos radicales: p.e. a los zelotes,
  • a las sectas fundamentalistas: p.e. a los esenios,
  • a los pequeños burgueses cortos y temerosos a la manera de muchos fariseos.
Para nuestra comprensión hoy es importante entender de qué “cizaña” concretamente habla Jesús:
Se trata de lolium temolentum o de lolium.
Esta cizaña es semejante al trigo, sobre todo en la fase inicial;
Sus raíces se entrelazan con las del trigo.
Hoy -en cuanto a los medios radicales en la agricultura- tenemos conocimientos adicionales:
  • los métodos radicales destruyen el medio ambiente,
  • envenenan la cadena alimentaria,
  • son nocivos para el ser humano.
Precisamente una solución del problema tan radical y altamente problemática es la que proponen los “criados” de la parábola:
“¿Debemos ir y arrancarla?”
ésta es evidentemente la solución más sencilla y más clara.
Pintar en blanco y negro es la tentación de todas las épocas:
  • Promete una vista general y seguridad en un mundo complicado, complejo.
  • Ahorra el pensamiento diferenciado y, por ello, agotador.
El propio Jesús es claramente más reservado…
Él dice:
¡Dejad a Dios el Juicio último!
¡Ejercitaos en la serenidad, la paciencia y la tolerancia!
Y considerad lo difícil que es para nosotros discernir con competencia qué ser humano es “bueno y malo”.

Lo que Jesús dice, Él también lo vive:
  • Él alterna con publicanos.
  • Él come con pecadores.
  • Él se deja ungir los pies por una prostituta, 
  • y Él dice a los que de forma extremadamente rápida juzgan a la adúltera: “¡Quien de entre vosotros esté libre de culpa, que arroje la primera piedra!”
Continuamente Él anuncia la bondad y la longanimidad de Dios:
Pero Él ¡de ningún modo relativiza la diferencia entre el bien y el mal!
Tampoco para Él es igual lo que uno hace, cómo se comporta y qué influjo ejerce su conducta sobre los demás.
Ante Dios y ante los hombres, cada uno es y permanece responsablemente.
*    No es suficiente crecer en el trigal.
Esto también lo hace la cizaña.
Y, sin embargo, no encuentra ninguna aceptación en los graneros de Dios.
*    No es suficiente llamarse cristiano ni designarse como miembro de la Iglesia de Jesucristo.
Esto no garantiza pertenecer verdaderamente a ella.

2) La comunidad cristiana de su época es para Mateo la destinataria de la parábola.
Es natural también ver hoy a la Iglesia como destinataria.
También para la Iglesia hay hoy motivos convincentes aparentemente para sofocar ya en su origen toda “cizaña”:
  • Verdaderamente podría obscurecerse la luminosidad de un matrimonio grabado por el amor indisoluble si la Iglesia admitiese a la comunión a los divorciados y vueltos a casar.
  • La doctrina “pura” podría perder su claridad si la Iglesia admitiese pensamientos aparentemente diferentes teológicamente.
  • La moral y el derecho y el orden en la Iglesia se podrían socavar mediante estilos de vida no convencionales: más o menos, vidas en común como “concubinatos” o también relaciones de pareja homosexuales.
Ciertamente también hoy la Iglesia tiene que aprender de su Señor, cuán erróneo puede ser un juicio humano.
No de todo juicio humano de la Iglesia responde sin más el Espíritu Santo.
De lo mucho que la Iglesia también puede errar en estos juicios hay ejemplos más que suficientes:
El juicio sobre Galileo Galilei fue revisado p.e. a los 350 años de su muerte.
También grandes sabios y teólogos del presente tuvieron considerables problemas con juicios humanos, demasiado humanos, de la Iglesia.
Pienso en Teilhard de Chardin, en Kart Rahner o también en algunos representantes significativos de la Teología de la Liberación.
Continuamente se demuestra lo difícil que resulta discernir de modo competente lo bueno y lo malo,
lo verdadero y lo falso, y como también la Iglesia de Jesús debiera dejar más de un juicio a la historia y en último término a Dios,
y esto –bien entendido- sin rendir homenaje a un relativismo, que todo lo iguala.

3) De forma muy breve y dicho de paso:
  • Naturalmente lo que Jesús nos ofrece para reflexionar mediante Su parábola del trigo y la cizaña, es válido para juicios y actividades políticas: Serenidad, paciencia y tolerancia en lugar de precipitadas descalificaciones p.e. serían muy ayudadoras en el trato con la respectiva oposición.
  • También se evitaría más de una guerra, si no siempre –como en Irak- fuese por delante el principio de que la “cizaña” –o lo que se tiene por tal- tiene que ser arrancada.
4) Finalmente aún algunos impulsos sobre la parábola de la cizaña en el trigo con vistas a reflexionar un poco sobre la vida personal:
  • ¿Con cuanta rapidez nosotros emitimos juicios sobre lo bueno y lo malo, lo falso y lo verdadero? Y ¿con cuánta frecuencia nos dejamos engañar por nuestros propios prejuicios?
  • ¿Hasta qué punto estamos preparados para darle también algo de valor a lo que a nosotros en primer lugar nos parece extraño? ¿Una forma de vida o de conducta determinada, por ejemplo, o una opinión que no coincide con la nuestra?
  • ¿Nos ponemos en cuestión a nosotros mismos y a nuestras posiciones continuamente o actuamos según la conocida triple frase:
            Esto siempre se ha hecho así.
            Esto nunca fue así.
            ¿A dónde vamos a llegar?
  • ¿Verdaderamente estamos tan alejados de la interpretación fundamentalista y de soluciones radicales de los problemas como aceptamos por regla general?
  • ¿Nos hacemos conscientes continuamente de que “trigo” y “cizaña” crecen juntos, uno al lado de la otra, también en nosotros mismos, en nuestra familia y en el círculo de amigos y naturalmente en nuestra “asociación” y en nuestra “comunidad”.
¡Necesitamos para mirarnos a nosotros mismos y tanto más para mirar a los otros ojos abiertos y cargados de amor!
Pero finalmente no lograremos nunca un juicio justo.
Esto sólo le corresponde al Dios bueno, misericordioso y, al mismo tiempo, justo.

Amén.