Homilía para el Décimo Quinto Domingo del ciclo litúrgico A
10 Julio 2011
Lectura: Rom 8,18-23
Evangelio: Mt 13,1-9
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Algunas sugerencias y la propia formulación se la tengo que agradecer a Abraham Roelofsen (en ‘Pueblo de Dios’ 6/2011)
Probablemente no les ha pasado inadvertido
cuánto me importa
leer aquí la Sagrada Escritura de hoy
para comprender y también para anunciar.
Precisamente habrán notado
lo importante que es para mí
-en el sentido totalmente bíblico del modo de pensar-
ver no sólo y tampoco en primera línea a cada uno en particular como destinatario del mensaje,
sino como mínimo a la comunidad del pueblo-
por consiguiente, según la comprensión actual
a las iglesias cristianas, pero por supuesto también
a nuestra comunidad e incluso a toda la humanidad.

Sobre este fondo, se trató el domingo pasado del Rey de la Paz prometido, que entonces como también hoy fija la máxima para nuestro actuar político:
“¡Crear la paz sin armas!”

Hoy se trata en la Lectura de Pablo de una declaración teológicamente muy central que no
en último término tiene consecuencias políticas.
Pablo constata en primer lugar:
“Sabemos que la Creación entera hasta el día de hoy gime con dolores de parto.”

Esta constatación la podemos interpretar en un sentido teológicamente moderno,
si bien al mismo Pablo probablemente esta interpretación todavía no le era consciente:
La Creación de Dios hasta el día de hoy todavía
no está concluida.
Sufre “dolores de parto” y nosotros mismos  estamos justamente en el proceso de llegar a ser.
Más aún:
En el sentido del mandato de la Creación de Dios
(cf. Gn 1,28) estamos involucrados en la responsabilidad de un desarrollo de la Creación,
que corresponda a la voluntad de Dios para la misma.

Por el contrario, un segundo aspecto es muy consciente para Pablo:
Toda la Creación está bajo el signo del pecado.
Está dañada por la culpa humana de milenios de forma masiva y extremadamente dolorosa y pervertida en su desarrollo.
Por eso “gime”.
Quizás hoy Pablo incluso diría:
¡”Camina” desgarradoramente sobre sus dolores!

Yo creo que tenemos que entrenar a nuestro oído interior debidamente para percibir de forma auténtica estos gemidos y gritos.
Entonces percibiríamos con nuestros sentidos interiores,
    cuánto sufre la Creación con todas las heridas, que le inflingen nuestras guerras, las detonaciones de las bombas y las granadas;
    cuánto gime por el peso de todos los residuos, que se vierten en los mares y en el campo;
    cuánto se retuerce de tanto dolor a consecuencia de todas las substancias químicas que la envenenan;
    cómo se consume por la explotación abusiva y por el aprovechamiento egoísta-capitalista.

Con este fondo, Pablo anuncia un mensaje teológico muy actual, que la Iglesia durante largo tiempo a penas ha tomado en cuenta:
“También la Creación debe ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.”
Por consiguiente, no se trata sólo de la salvación individual de los cristianos en particular.
Tampoco se trata sólo de la salvación de la cristiandad o de toda la humanidad.
Se trata más bien de un acontecimiento de salvación universal, que abarque a todo el cosmos.
Por medio de la completa voluntad de salvación de Dios, nosotros como cristianos estamos unidos en solidaridad fundamental con toda la humanidad y además con toda la Creación.
Ahora también es válido para la salvación prometida a toda la Creación, lo que Jesús anuncia sobre el Reino de Dios:
No se trata sólo de una promesa para el más allá.
Más bien el Reino de Dios y Su salvación es una realidad irrefutable en el aquí y ahora,
aunque también una realidad no consumada.
Así lo destaca Pablo pocas líneas antes de los versículos de hoy:
“La Ley del Espíritu y de la Vida en Jesucristo os ha hecho libres de la ley del pecado y de la muerte” -¡ya ahora! (Rom 8,2 ss).
“Vosotros no habéis recibido un espíritu,
que os haga esclavos para recaer en el temor,
sino que habéis recibido el espíritu que os hace hijos e hijas …
Pero nosotros somos hijos e hijas, pues somos también herederos de Dios y coherederos de Cristo.”
(Rom 8,15-17)

Con este fondo podemos y tenemos que leer la promesa de salvación de Dios también como misión:
“La Creación debe ser liberada de la esclavitud de la corrupción para participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.”
Debemos y tenemos que colaborar en la liberación de la Creación- que es más que un mero “conservar la Creación”, como hasta hoy se ha dicho con frecuencia.
Mediante la donación de Su Espíritu, Él nos une
en corresponsabilidad para la consumación de la Creación en el sentido del mismo Creador divino.

Con ello, ciertamente estamos colocados ante una misión importante, pero también realizadora y alegre.
El Evangelio de hoy del generoso sembrador nos puede alentar para ponernos a esta tarea sin temor ante el esfuerzo excesivo.
Los diferentes suelos, en los que cae la semilla,
los podemos descubrir también en nosotros mismos:
Nosotros no estamos siempre tan receptivos como el buen suelo, en el que la semilla se desarrolla magníficamente.
Pero algún ángulo fructífero hay en cada uno de nosotros;
Y éste alcanza un poco o algo más de buen fruto:
el 30, el 60 o el 100.
No tenemos que dar todos el mismo rendimiento.
Pero todos debemos ser fructíferos para la consumación de la Creación de Dios-
cada uno según sus posibilidades.

Amén