Homilía para el Cuarto Domingo
del ciclo litúrgico (A)
30 Enero 2011
Lectura: 1 Cor 1,26-31
Autor: P. Heribert Graab S.J.
A veces se necesita una especial sabiduría para entender los criterios, según los cuales se eligen
en la liturgia los textos de las Lecturas.
En todo caso, hoy me falta a mí esta sabiduría,
pues el orden de la Lectura se salta precisamente
un texto clave paulino y, en general,
de la teología cristiana:
El texto clave sobre la “palabra de la Cruz”,
que para los judíos es escándalo,
locura para los gentiles y
para los elegidos fuerza y sabiduría de Dios.

A consecuencia de este “paso en falso” la Lectura
de hoy se queda un poco colgada en el aire.
La conexión de la argumentación se rompe.
¡Pero fijemos nuestra atención en el texto
que hemos escuchado!
Pablo vuelve en el párrafo siguiente de su epístola
-que escucharemos el domingo próximo-
otra vez a aquel texto clave.
Entonces tampoco nosotros podremos eludir
la escandalosa palabra de la Cruz.

Por consiguiente, hoy se trata de que Dios
–en todo caso en Corinto-
precisamente ha llamado personas a la comunión con Él, que a los ojos del mundo no valen mucho,
que más bien se consideran “débiles” o “necias”:
* Aquí no hay muchos formados de la elite intelectual de la ciudad.
* Aquí apenas se encuentra un poderoso que tenga peso mediante su influjo político o por su dinero y riqueza.
* Aquí tampoco está representado nadie del linaje de la nobleza o de los patricios.

Más bien se reunían en la comunidad personas
casi exclusivamente que tenían que ganar su frugal sustento con el trabajo de sus propias manos:
Artesanos, pequeños comerciantes y esclavos.
Y todos ellos eran considerados como “pobres”
y eran prácticamente insignificantes a los ojos
de los “importantes”.

Ciertamente el filósofo judío Celso valora este hecho
como demostración de la nadería de la doctrina cristiana.
Pablo, por el contrario, ve en ello un signo de elección por la gracia divina.

Para Pablo, la concreta composición de la comunidad de Corinto documenta
aquella inversión radical de valoración,
que ya es reconocible en la especial inclinación
de Jesús por los “pequeños”.
También el Magnificat que sale de la boca de María
alaba la grandeza del Señor:
porque Él ha contemplado la humillación de Su esclava,
porque Él derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes,
porque Él colma de bienes a los hambrientos y a los ricos los despide vacíos.

Todo esto es finalmente regalo, gracia de Dios.
Los sabios de este mundo se glorían de sí mismos.
Pero la fe en Jesucristo significa una radical renuncia a toda autoestima humana.
Esta autoestima, de la que también nuestro tiempo rebosa, es, a los ojos de Pablo y como consecuencia
de la fe cristiana, también “necia”.
Hoy nos gloriamos de nuestro bienestar “autocreado”.
Nos gloriamos de los fascinantes avances científicos de nuestro tiempo.
Nos gloriamos del hecho de que parece que todo es técnicamente factible.
Pero ¿quién se gloría en el Señor?

De Werner Bergengruen procede un canon
de mi saber, que expresa aquella realidad que Pablo dice y que muchos de nosotros hemos olvidado:
“¡Sendas variables, sombras y luz.
Todo es gracia – no temas!”

Aún para terminar:
Ya no vivimos en el viejo Corinto.
En verdad, también hay aquí entre nosotros comunidades, en las que sobre todo los humildes
se sienten como en casa.
Éstas, ciertamente, no acuñan la imagen de
una Iglesia en gran parte burguesa y totalmente acomodada.
Ya en tiempos de San Agustín había cambiado la imagen de muchas comunidades:
Agustín escribe así:
Posteriormente “también Dios ha elegido grandes oradores.
Pero éstos han caído en la altanería,
como si él no hubiera elegido antes pescadores.
Él ha elegido también ricos.
Pero éstos habrían dicho que habían sido elegidos
a consecuencia de su riqueza,
si él antes no hubiera elegido a los pobres.
Después eligió emnperadores.
Pero es mejor que el emperador,
cuando va a Roma,
llore la memoria del pescador con la corona quitada,
que que el pescador llore la memoria del emperador.
¡Ved, como él nos quita la gloria
para darnos gloria!
Él toma la nuestra para darnos la suya.”
Agustín (354-430): Interpretación de los
Salmos, Salmo 65
Visto así, nos aventaja algo la comunidad de Corinto.
Más aún, como los cristianos de Corinto, nosotros hoy estamos sujetos a la tentación de gloriarnos de nuestra eficiencia, de nuestra formación y también de nuestro bienestar.
Por ello, la advertencia de Pablo en el capítulo séptimo de su Carta a los Corintios, nos vale mucho más a nosotros que a la comunidad de Corinto,
es decir, la advertencia de
tener como si no tuviéramos.

Amén.