Homilía para el Segundo Domingo
ciclo litúrgico (A)
16 Enero 2011
Lectura: 1 Cor 1,1-3
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Hoy y en los próximos domingos quisiera pedirles que dirijan su atención a la segunda Lectura,
por consiguiente, a la neotestamentaria.

Durante los domingos siguientes y hasta el comienzo de la Cuaresma, nos acompañará en estas Lecturas
la Primera Carta a los Corintios.
Yo quisiera tratar de ella en las homilías.
Esto tiene su fundamento en que Corinto en aquella época era una aglomeración urbana muy moderna.
Esta ciudad grande y vivaracha colocaba a la comunidad cristiana ante la consideración de problemas semejantes a los que nosotros,
como cristianos, tenemos también hoy ciudades como Berlín, Hamburgo o precisamente Colonia.

Corinto era entonces una metrópoli comercial significativa, lugar de transbordo
entre Oriente y Occidente.
Una ciudad con dos importantes puertos.
Entre ambos, las mercancías tenían que ser transportadas por tierra, porque el canal
entre Adria y Agais todavía no existía,
aunque entonces ya estaba planificado.
Esta ciudad en el istmo era en tiempos de Pablo
una ciudad muy joven, liberal y pluralista.
En el año 146 a. de C. fue destruida y aniquilada totalmente por las tropas romanas,
porque se había desarrollado como centro principal de la resistencia contra Roma.
Cien años más tarde –alrededor del año 44 a. de C. –
surgió nuevamente Corinto y adquirió un auge rapidísimo.
La ciudad se convirtió rápidamente en una palpitante metrópoli.
Floreció el comercio.
Grandes bancos se situaron allí.
Ya no había una población con abolengo.
De todo el Mediterráneo emigraban personas-
una policroma mezcla de población
en busca de trabajo.
Naturalmente empresas de diversión y prostitución echaron raíces en ella.
Las tensiones sociales y políticas eran grandes,
la depravación de la ciudad fue proverbial.

Corinto no era el centro espiritual de Grecia
-que siempre fue Atenas.
Pero Corinto se caracterizaba por una gran movilidad espiritual, una apertura a todo lo nuevo
y una fabulosas variedad y pluralidad.
La vida religiosa era también múltiple y policroma:
Las personas desde todas partes, aportaban
sus convicciones religiosas, religiones y culto.
Había innumerables sectas.
En este caldo de cultivo, también el cristianismo encontró su sitio.

Pablo mismo era un hombre de ciudad.
Sobre todo había anunciado el mensaje cristiano
en las grandes ciudades de su época.
Se ha calificado el cristianismo –sobre todo a la vista de las comunidades de Pablo– como una “religión de ciudad”.
Y seguramente esta ciudad de Corinto juega un papel sobresaliente.
En esta ciudad pasó Pablo año y medio, un tiempo muy largo –para sus condiciones–.

Pero después dejó a estos contemporáneos muy volubles, impulsado por la pasión de anunciar
el Evangelio de Jesucristo en el mayor número posible de lugares y al mayor número posible de personas.
Pero, al mismo tiempo, también perseveró en su trabajo misionero.
Por ello, no interrumpió el contacto con las comunidades, que había fundado o
en las que había actuado un largo tiempo.
Cuidaba sus relaciones con estas comunidades
mediante un gran número de epístolas detalladas.
El tema era continuamente la profundización en la fe y la vida prácticante de estas comunidades.
En cuanto a lo que nosotros sabemos,
Pablo sólo a la comunidad de Corinto
Le escribió, como mínimo, tres cartas,
de las que se conservan dos
y están en el Nuevo Testamento.

Los versículos de inicio de la Primera Carta
a los Corintios –a la que había precedido una Carta desconocida para nosotros– los hemos escuchado
en la segunda Lectura de hoy.
En la literatura epistolar antigua,
al comienzo de una carta, están algunas indicaciones del remitente, algunas notas sobre los destinatarios
y una fórmula de saludo.

Contemplemos estos breves versículos de introducción un poco más exactamente.
En las líneas de los destinatarios, por así decirlo, presenta Pablo el núcleo de su teología:
“A la Iglesia de Dios que está en Corinto;
a los santificados en Cristo Jesús,
llamados a ser santos, con todos
los que invocan en cualquier lugar el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y de nosotros.”

Evidentemente Pablo comprende la “santidad” de forma muy diferente, a lo que nosotros lo hacemos corrientemente.
“Santo”  es, según su idea,
aquel que invoca el nombre de Jesucristo
y, por consiguiente, Le confiesa.
Esto sólo se puede hacer a causa del llamamiento por medio de Jesucristo.
¡Y es un regalo!
¡Por la gracia de Dios, también nosotros somos “santos” y de ningún modo por mérito propio!
En el Bautismo y en la Confirmación expresamos nuestra confesión en Cristo.
En el Bautismo, Cristo sacramentalmente confirma nuestro llamamiento.
En el Bautismo se hace visible:
“Nosotros somos santificados en Cristo Jesús.”

En este sentido, también es natural que Juan Pablo II sea un santificado –y esto más allá de su muerte.
Una beatificación o una canonización por medio de la Iglesia no expresa sólo esta evidencia.
Una canonización “oficial” es también un acto “político”.
•    Se trata, por ejemplo, de confirmar un determinado modo de teología o de espiritualidad y piedad.
•    Aquí también se trata tal vez de poner acentos claros contra evoluciones no bien vistas en la Iglesia.
•    Aquí se iluminan “modelos” de los que se espera un influjo saludable.
•    Aquí se alaban comunidades religiosas, agrupaciones en la Iglesia o en todas las naciones para el camino de fe concreto, que siguen, o debido a sus servicios a la Iglesia.
•    Y finalmente se trata de reforzar el influjo, por no decir la fuerza de determinadas “orientaciones” en la Iglesia, no sólo en el pasado, sino aquí y ahora, quizás incluso hoy.

Todo esto es humanamente comprensible y con frecuencia incluso “pedagógicamente” correcto.
¡Pero personalmente confieso con gusto,
que para mí lo que Pablo dice sobre “santidad”
es algo más simpático!

Quizás observen aún un pequeño “balance”
en las líneas a los destinatarios de la epístola paulina, que rápidamente es leída por encima:
Aquí habla Pablo de los “santificados”, que invocan en cualquier parte el nombre de Jesucristo,
nuestro Señor –
“entre ellos” –por consiguiente, en el propio Corinto– y “entre nosotros” – donde también Pablo se halla en sus viajes.

En segundo plano, la amplitud del pensamiento paulino, este “en todas partes – entre ellos y entre nosotros” se comprende que tiene una sugerencia ecuménica:
En la multicultural, multireligiosa y socialmente diferenciada Corinto están encerradas personas de muy diferente origen, lo cual se refleja en una comunidad muy variopinta.
Todos pertenecen a Cristo y, por ello, son “santos”.
Lo mismo es válido para Efesos, lugar de peregrinación de la diosa pagana Artemisa.
Probablemente, allí escribió Pablo esta Carta a los Corintios.
Ambas ciudades tenían una gran comunidad judía.
Por tanto vivían en ambas comunidades cristianos de origen judío y de origen pagano con frecuencia con grandes tensiones entre ellos.
Para Pablo es importante:
Todos ellos son santificados por Dios mediante Jesucristo:
Ciertamente el ecumenismo de los cristianos judíos y de los cristianos paganos era un deseo central
para Pablo.

Del mismo modo también la unidad de la comunidad es un punto esencial de la Carta a los Corintios.
Probablemente, Pablo estuviera conmovido,
hoy estaría confrontado con la escisión de la cristiandad.
Probablemente nos preguntaría con un matiz claramente enfadado:
¿Dónde están vuestros problemas?
¡Todos vosotros sois llamados por Cristo Jesús!
¡Todos vosotros Le confesáis!
¡Todos vosotros estáis bautizados!
Si nosotros entonces –aunque con considerables dificultades– pusimos de acuerdo a los cristianos judíos y a los cristianos paganos,
entonces os debía ser posible a vosotros reunir a cristianos evangélicos, ortodoxos y católicos.
Por favor, remangaos, abordad el asunto y poned en primer plano de vuestro pensamiento lo siguiente:
¡Todos pertenecen a Cristo Jesús y son santificados por Él!

Al menos podríamos aceptar esta semana
dos sugerencias de los tres primeros versículos del comienzo de la Primera Carta a los Corintios:
Primero: ¡Estimemos mucho el regalo de pertenecer a Jesucristo!
¡Cuidemos esta cercanía amistosa
a la que somos llamados!
¡Estemos orgullosos de ello interiormente y también hacia fuera!
También hacia fuera y ciertamente en vista del menosprecio que los cristianos con frecuencia experimentan en nuestro mundo.
¡Ciertamente Pablo puede hablar de lo que este punto importa!

Segundo: ¡No nos encerremos en comunidades acomodadas o en pequeños grupos cristianos en los que todos piensan y sienten como nosotros mismos!
En lo que corresponde al llamamiento por medio de Jesús, en todo caso hay claramente más personas “santas” de las que nos podemos imaginar en los más osados sueños.
Por consiguiente, pensemos ecuménicamente como Pablo –o sencillamente “católicamente” en el sentido original de esta palabra:
¡“que abarca todo y a todos”!

Y en este sentido, recibamos el saludo y la bendición de Pablo para nuestro camino:
“Sea con vosotros la gracia y la paz de Dios,
nuestro Padre (común)
y de Jesucristo, el Señor.”

Amén.