Homilía para el Domingo de la Trinidad
18 Mayo 2008
Autor: P.Heribert Graab S.J.
“Dos almas habitan en mi pecho” –
¿Quién de nosotros no conoce esta sublime frase del Fausto de Goethe?
Quién de nosotros no la ha referido también a sí mismo – la mayor parte de las veces con un penoso gemido – “¡ay!”
por el propio desgarramiento interior.

Si no se extorsionase el pie de verso
yo creo que se podría suprimir de forma inteligente
el penoso “¡ay!”
o substituir por una sílaba alegre:

¡Gracias a Dios, nosotros, los seres humanos,
no somos unidimensionales!
No sólo habitan en nuestro pecho “dos almas”,
a menudo vemos en nosotros mismos muchos “lados” diferentes que integran nuestro ser.
O hablamos de muy diferentes “roles”
que desempeñamos “fácilmente” y también con alegría.

* Aquí está el especialista altamente cualificado
que somos nosotros y que, con gusto, ponemos al servicio de los demás.
* Pero, al mismo tiempo, también está aquí
el afectuoso amigo o esposo,
que es feliz en su relación
y para la pareja un complemento que plenifica la vida.
* De nuevo otro lado de la vida humana
- de nuevo otro lado del “alma”, si ustedes quieren,

se expresa cuando la misma persona juega con sus hijos como padre, camina, hace las tareas domésticas, busca el diálogo, o sencillamente está aquí sólo por ellos.
* Naturalmente nosotros nos comprendemos como individuo,
como una personalidad autónoma,
que quisiéramos cuidar y desarrollar,
retirándonos a veces de todo,
lo que en la vida diaria experimentamos como ajeno,
dirigiéndonos, por ejemplo, al silencio de un monasterio
o al retiro de los Ejercicios.
Sin embargo, por otra parte nos experimentamos también como un ser comunitario:
no somos “Robinson” en una isla solitaria,
sino que necesitamos contacto e intercambio con otros.
A veces incluso vamos con gusto a un barullo
de personas festivamente alegres
o nos dejamos llevar por la tristeza colectiva.

En el pecho de todas las personas habitan
en este sentido
muchas “almas”.
Todos nosotros mostramos en diferentes situaciones
“lados” muy distintos
que, sin embargo, nos integran esencialmente.
Interpretamos diferentes “papeles”,
y todos sumados somos nosotros mismos.

Integrar toda esta variedad enriquecedora de nuestro ser humano en una unidad lo más armónica posible
es una tarea esencial de la subsiguiente hominización.

Y ahora recordemos el relato bíblico de la Creación del ser humano:
“Dios creó al hombre a Su semejanza;
como imagen de Dios lo creó.
como hombre y mujer los creó.” (Gn 1,27)

Cuanto más reconozcamos esto en nosotros mismos
- exceptuando nuestra condición pecadora -
más profundamente reconocemos también a Dios en Su esencia.
Y por el contrario:
Cuanto más nos sumerjamos en Dios,
en tanto que Él se manifiesta en la Sagrada Escritura
y sobre todo en este ser humano Jesús de Nazareth,
tanto más también nos reconocemos,
en aquello que a nosotros como personas – como imágenes de Dios – verdaderamente nos forma.

Naturalmente no es admisible,
con conceptos de nuestra realidad creatural
hacer afirmaciones sobre Dios de forma ilimitada,
que también es siempre “el totalmente Otro”.
Y, sin embargo, nos podemos aproximar a Su realidad en un lenguaje análogo,
cuando se nos hace consciente:
Esta realidad divina excede de forma inimaginable todo lo que digamos de forma positiva y enteramente justificada sobre ella.

La diversidad y, al mismo tiempo, la unidad
de nuestro propio ser humano nos ayuda a comprender
lo que significa o, como mínimo, insinúa el discurso sobre la Trinidad de Dios:
Dios es el “Dios uno” de un modo,
que excede infinitamente
la propia unidad armónica en la cual nosotros somos nosotros mismos.
Pero, al mismo tiempo, en Dios se hace ejemplo aquella variedad, que nosotros mismos experimentamos como riqueza y
también esto en una plenitud que desborda
y excede nuestra fuerza imaginativa.

Ciertamente esta plenitud inimaginable la expresa el lenguaje bíblico con el número simbólico “tres”.

De una forma análoga nuestro lenguaje sobre Dios hace comprensible, que es verdaderamente legítimo reflexionar sobre Dios y expresar algo de Su Ser en nuestro lenguaje limitado.
Pero, al mismo tiempo, podemos comprender estas posibilidades limitadas de nuestro abstracto pensar y hablar:
El conocimiento racional de Dios de la Teología
queda muy a la zaga de una experiencia mística de Dios.
Quizás este domingo de la Trinidad pueda ser un estímulo para, al menos, aventurarnos en Dios como principiantes en la forma de la mística.
Intentemos alguna vez tranquilamente este camino de inmersión –
el camino de inmersión en nosotros mismos,
para encontrarle a ÉL en el más profundo abismo de nuestro “corazón”,
- por consiguiente, en el abismo de nuestro ser-.
O “hagamos inmersión” sencillamente en este Dios,
que se nos muestra de forma humana en Jesús de Nazareth.
Y experimentémonos en esta inmersión en ÉL
a nosotros mismos y nuestro ser
de una forma totalmente nueva e inaudita.

¡El camino de la mística no es un camino para unos pocos elegidos!
La “mística” tampoco nos hace ajenos a las realidades de nuestro mundo.
Por el contrario:
La experiencia mística de Dios y en ella la experiencia de nosotros mismos determina nuestra imagen humana y nos hace libres para una relación adecuada con los otros y con este mundo.

Sólo por una experiencia mística así podemos finalmente configurar políticamente también la sociedad humana y nuestro mundo sobre todo
con sentido.

Quizás debiéramos pensar con frecuencia en una frase de Karl Rahner (Karl Rahner es el más significativo teólogo de nuestro tiempo).
Él dice:
“La Iglesia será mística o no será Iglesia”.

Amén