Homilía para el Domingo Vigésimo Quinto,
ciclo litúrgico A

21 Septiembre 2008-09-25
Evangelio: Mt 20,1-6
Autor: P. Heribert Graab S.J.
Este Evangelio es para muchas personas incomprensible e incluso enojoso.
Les invito a ustedes a contemplar conmigo el texto de forma un poco más precisa.

Deberíamos hacer esta contemplación en dos planos:
* En primer lugar, en el plano de la imagen del dueño de la viña y de sus peones.
* En segundo lugar, en el plano de interpretación,
se trata del “Reino de los Cielos”:
De la relación de Dios con los seres humanos
y de la relación de los seres humanos entre sí.

Ya en una contemplación del plano focal
no se trata sólo de comprender las relaciones
de entonces.
Ya en la elección de las imágenes y parábolas de Jesús se halla con frecuencia una disputa crítica
con las situaciones de Su época.
Por ello, tenemos que interpelar a la imagen misma y no sólo a su interpretación.
¿Qué se nos dice con ella para nuestro tiempo
y para nosotros?

En tiempos de Jesús había una situación de paro opresiva.
Los muchos parados se apretujaban en las plazas de los mercados,
para atrapar como mínimo un trabajo como jornalero.
Del denario, que podían ganar,
dependía no sólo su propia supervivencia,
sino también la supervivencia de toda una familia.
Ciertamente en los últimos tiempos ha descendido entre nosotros el número de aquellos
que se empujan sin trabajo en el “mercado de trabajo”.
Y, sin embargo, hay todavía cuatro millones de personas, a las que concierne esta necesidad.

En la conducta del empresario bíblico se dan paralelismos claros con la política económica de personal de las grandes empresas hoy:
La planificación de la producción de los viñedos
está orientada a ahorrar costes de personal.
Se trata de contratar el menor número posible de trabajadores.
Cuando esté claro que la meta de producción del día
no se puede lograr de ningún modo con esta mano de obra,
el dueño de la viña contrata a otros colaboradores,
y así repetidas veces lo mismo,
porque está pensando en todo momento
en mantener los costes salariales tan bajos como sea posible.

Hoy se dice:
Mejor que se hagan horas extraordinarias
que crear nuevos puestos de trabajo.
Según se pueda, instalar máquinas y ordenadores
para llegar a ser lo más independiente posible
de la mano de obra humana.
Y, dado el caso, cambiar los lugares de producción
a los países con mano de obra barata.

Por consiguiente, también después de 2000 años:
¡No hay nada nuevo bajo el sol!
Pero después prestar atención al Evangelio:
Todos los trabajadores del día reciben el mismo jornal.
Los que han soportado el peso de todo el día
reciben –como estaba ajustado por contrato–
un denario,
pero, los que sólo han trabajado una hora,
son remunerados lo mismo.
¿Es esto justo?

Para el terrateniente del Evangelio
está en primer lugar el ser humano
y lo que necesitan él y su familia para vivir.
No se trata en primer lugar de la justicia del trabajo,
sino de la justicia compensatoria.
Un denario es la medida,
evidentemente un importe  con el que se puede vivir.

El mensaje de este Evangelio
lo formula Bruce Marshall en el título de una novela:
“Nadie sale perdiendo o el jornal de Dios”
El Evangelio quiere dar a todos la medida correcta (justa):
Hacer bajar a los ricos de la riqueza que clama al cielo
y sacar a los pobres de la pobreza que clama al cielo,
para que haya una medida digna para todos.
Por consiguiente, en el centro del mensaje de Jesús está el ser humano.
¡Desde no hace mucho tiempo está en la economía
y en la política!
Como sociedad no tenemos que malgastar nuestra posibilidad de configurar un mundo justo y filantrópico.
Con este fondo tenemos que esperar el jornal de Dios y confiar en que nadie salga perdiendo –
tampoco nosotros, que vivimos en el bienestar.

El “jornal de Dios” es ahora la idea para una contemplación del plano de interpretación de la parábola.
En el Evangelio, una pregunta de Pedro precede a esta parábola:
“Señor, nosotros lo hemos dejado todo y Te hemos seguido.
¿Qué recibiremos por ello?”

Cuando Mateo en su Evangelio hace la pregunta sobre este asunto, tiene también ante la vista a los destinatarios de este Evangelio:
Las personas de las primeras comunidades cristianas.
Probablemente éstos se preguntaban –como también nosotros–
¿Qué me aporta a mí en el fondo mi cristianismo?
¿Cómo me tengo que comprometer en la comunidad?

Jesús responde a Pedro:
Lo que haya abandonado aquel que Me ha seguido
lo recibirá centuplicado y ganará la vida eterna.
Esta respuesta, por consiguiente,
abre otra dimensión como espera el que interroga.
Probablemente éste quisiera recibir una respuesta evidente:
Jesús debe mostrar ventajas en el mundo interior.
Y, sin embargo, Jesús no lo hace:
Sólo promete lo único esencial – la cercanía de Dios.
Un canto conocido de Taizé lo puntualiza:
“¡Sólo Dios basta!”

Y después Jesús desarrolla Su respuesta,
contando la parábola del dueño de la viña.
Este dueño de la viña corresponde a Dios mismo.
Y la “viña” en la Sagrada Escritura corresponde siempre a la imagen del Pueblo de Dios.
Por consiguiente, Dios llama a los seres humanos al servicio de Su Pueblo.
En Su cercanía y con Él se pueden comprometer
en lo que a Él –Dios– le interesa sobre todo:
en Su Pueblo, en el Pueblo de Dios.

Un comentarista denomina el “denario” que todos reciben el “denario uno y todo”:
El servicio al ser humano, el servicio al Pueblo de Dios, en la cercanía de Dios y en comunión con Él
es el “jornal” auténtico e irremplazable.
Más aún:
Este servicio y esta comunión con Dios son
“el uno y el todo” de nuestra vida.
Hallar sentido y realización en la cercanía de Dios
es el regalo por antonomasia,
que no podemos ganar por nada.
¡Envidia y celos no tienen sitio aquí!
Para aquel que sigue la llamada de Dios
- cuando la sigue -  Dios mismo está cerca
y, desde el primer momento, Él es para él
“uno y todo”.
¡Aquí no se puede dar diferencia entre el primero y el último!

Finalmente tiene que quedar ahora claro
que las interpretaciones de ambos planos de esta parábola están unidos en lo más estricto:

En el aquí y ahora se trata del Dios del ser humano.
En el aquí y ahora se trata también de la venida
del Reino de Dios.
La llamada de Dios para el servicio a Su “viña”
es aquí y ahora, por consiguiente, también la llamada a una configuración humana de la política y de la economía
y esto con Él y en comunión con Él.
Nada puede ser más pleno y finalmente más feliz que este “con Dios, en servicio a los seres humanos” – lo “uno y todo” también de nuestra vida.

Amén