Homilía para el Domingo Vigésimo Cuarto del ciclo litúrgico A
14 Septiembre 2008
Lecturas: 1 Cor 12,12-27 y 1 Cor 13,9-13
El tema de la homilía es el intento de una explicación teológica de la instalación artística de
Noriyuti Haraguchi en St. Peter de Colonia
del 7 de Septiembre al 5 de Octubre de 2008.
Autor: P. Heribert Graab S.J.
A veces los niños contemplan el mundo,
inclinándose hacia delante
y asomándose entre sus propias piernas.
Entonces el mundo está de cabeza
y descubre al espectador impresiones completamente nuevas.
 


Así también la instalación de Noriyuki Haraguchi
nos abre a una dimensión completamente nueva de esta Iglesia.
La Iglesia está completamente del revés.
Casi como profanos – en todo caso con una cierta distancia, vemos esta Iglesia desde arriba.
Además aparece todo invertido lateralmente.
Vemos la realidad nueva – con ojos nuevos.

Muchas cosas a las que nuestros ojos están acostumbrados, se descubren como nuevas.
Las condiciones de luz nos permiten
ver muchos detalles más exacta y agudamente.

Es francamente muy interesante
descubrir de nuevo está Iglesia de St. Peter
en el espejo de Noriyuki Haraguchi.

Aún más interesante es ver nuestra Iglesia con ojos nuevos, como en un espejo y desde ángulos completamente nuevos.
Sería muy interesante, por ejemplo,
poner de cabeza alguna vez ante nuestros ojos interiores –como en un espejo- la Iglesia católica.
Entonces no estarían “arriba” ni el Papa ni “los Obispos” ni la llamada “Iglesia oficial”;
En esta Iglesia estarían más bien todos los “pequeños” “arriba”,
aquellos “pequeños” que para el propio Jesús siempre estuvieron en primer término.

También comprenderíamos entonces aquellas Lecturas de la Primera Carta a los Corintios,
que ahora hemos escuchado:
observaríamos con más atención todos los pequeños detalles, que tan importantes son para la composición completa.
Con las palabras de Pablo:
Tendríamos una nueva mirada incluso para los “miembros aparentemente más débiles del cuerpo”;
reconoceríamos de nuevo que son tan “imprescindibles” para el organismo como todos.
Posiblemente los “honraríamos más”
y, quizás incluso, sufriésemos con ellos, cuando sufren,
y nos alegraríamos con ellos cuando son honrados.

Permitámonos alguna vez “ver la Iglesia como en un espejo” – por consiguiente invertida lateralmente.
Entonces nos descubriríamos también a nosotros mismos en esta Iglesia nueva.
Veríamos con ojos nuevos nuestro papel y significado en esta Iglesia – quizás de forma mucho más clara que hasta ahora.
Yo creo que ya no serían tan naturales sentencias como:
“Los de aquí arriba...” o:
“¡Yo estoy muy abajo en esta Iglesia –
por así decirlo soy un don nadie!”
“¿Qué puedo yo ya cambiar?”

Este día encontré aquí en este objeto de arte
a un fotógrafo, que se detuvo aquí mucho tiempo
y captó con esmero desde todas partes los diferentes
reflejos.
Por el contrario, nosotros nos damos rápidamente por contentos con muy pocos reflejos de la Iglesia, que nos saltan a la vista.
* Con mucha frecuencia vemos sólo la “Institución”
y pasamos por alto al “Pueblo de Dios en camino”.
* A menudo sólo vemos en la Institución la pesada carga burocrática,
el ejercicio autoritario del poder
de un aparato más o menos anónimo,
al que le falta transparencia.
Pasamos por alto, por regla general,
que la Iglesia como Institución es la consecuencia lógica de la Encarnación de Dios
y cuántas consecuencias constructivas ha tenido
el hecho de la Encarnación hasta para nuestra comprensión de la Iglesia.
* Vemos la Iglesia desde nuestra puerta de la calle:
vemos la “Iglesia de Colonia” con su tradicional idiosincrasia;
vemos el Arzobispado concreto con todo lo que nos molesta en él;
pasamos por alto demasiado fácilmente lo “católico” de esta Iglesia, la variedad global que se refleja también aquí, en Colonia.
Vemos que los números disminuyen y el significado decreciente de esta Iglesia en una sociedad secularizada
y nos dejamos frustrar por ello.
Pasamos por alto las muchas sectas que hay alrededor del globo y también entre nosotros.
* Vemos una Iglesia burguesa de clase media y pasamos por alto la Iglesia de las “gentes humildes”, que Jesús tanto amaba
y que también es hoy sobre todo de forma universal y ya numéricamente pura la Iglesia de Jesucristo.

Pero a primera vista ahora nos dificulta el casi perfecto reflejo de esta vasija de aceite la comprensión de la segunda Lectura de esta Misa.
Esto cambiaría si alguien le diese un fuerte golpe a este objeto.
 


Entonces quedarían borrosas las imágenes reflejadas,
como en los espejos muy imperfectos del tiempo de Pablo.
Aquí verdaderamente se podrían conocer
“sólo contornos enigmáticos”.
No debíamos dejarnos engañar
por la perfección de los espejos modernos
y por la fascinación de esta instalación-espejo artística.
La imagen de Pablo es hoy también justificada y actual.
Ahora conocemos imperfectamente
-no sólo a nosotros mismos sino también a la Iglesia en su esencia.
Pero entonces – cuando llegue lo “consumado”
y “todo lo imperfecto pase”
conoceremos de parte a parte
- a nosotros mismos y a la Iglesia -
como nosotros ya ahora somos conocidos
de parte a parte por Dios”.

El último e insuperable conocimiento tiene su fundamento,
en que nosotros desde el principio somos creados
a imagen – si ustedes quieren – como reflejo de Dios.
Esta fidelidad del retrato está en nuestra realidad actual, considerablemente enturbiada por el pecado humano.
La Iglesia, en este contexto, habla de “pecado original”.
Con ello no se quiere expresar de ningún modo
un hecho biológico.
Se trata más bien de un modo de “contaminación del medio ambiente”, de dimensión gigantesca:
La culpa que se reproduce incesantemente en la historia de la humanidad contamina, por así decirlo, el aire que respiramos – desde el cuerpo materno.

El P. Wiedenhaus ha llamado la atención sobre esto el domingo pasado:
La vasija está llena de aceite viejo.
Por así decirlo, en el sucio desperdicio se refleja
la belleza de esta Iglesia.
E incluso en el pecado de toda la humanidad
se refleja aún el amor de Dios,
que toma forma en el “Hijo del Hombre”.
“Él es el resplandor de la gloria de Dios
y la imagen de Su esencia.” (Heb 1,3)
Él es “el espejo sin mancha de la fuerza de Dios,
la imagen de Su perfección.” (cf. Sab 7,26)
“Él es la imagen fiel del Dios invisible.” (Col 1,15)
Él refleja, como hermano nuestro, la imagen
del Padre divino, según cuya imagen todos nosotros somos creados.

Jesucristo es, por así decirlo, el “original”,
hacia el que se orienta nuestro ser humano.
Cuando finalmente nosotros seamos perfeccionados en Él,
entonces se nos abrirán los ojos correctamente al milagro, en el que todos nosotros somos creados,
a nuestra propia y original belleza
e incluso a la belleza de aquellos
que a menudo nos resultan tan repugnantes
en la vida diaria.
Por consiguiente, también se nos abrirían los ojos
 a lo que nosotros ya hoy denominamos
 “Exaltación de la Cruz”.

Amén