Homilía para el Domingo Décimo
del ciclo litúrgico (A)
8 Junio 2008
Lectura: Rom 4,18-25
Evangelio: Mt 9,9-13
Autor: P. Heribert Graab S.J.

Todos nosotros conocemos muy bien
relatos bíblicos,
en los que Jesús cura a ciegos, enfermos y cojos.
A causa de estos relatos, las generaciones anteriores han denominado a Jesús, el “Salvador”.
Por desgracia este nombre ha caído bastante.

Hoy Jesús pronuncia en el Evangelio
una aparente evidencia:
“No necesitan médico los sanos,
sino los enfermos.”

Se desearía preguntar espontáneamente:
¿Está enfermo Mateo, este recaudador de impuestos?
En todo caso parece estar suficientemente bien entrenado,
para desollar a la gente,
como sucedía entonces.
Estos aduaneros tenían el derecho,
arrendado por la fuerza de ocupación romana,
de fijar tributos e impuestos.
Y lo que fijasen por encima del contrato,
era su ganancia personal.
No hay que extrañarse de que alargasen la mano
con fuerza.

Y ciertamente se trata de ello:
Los fariseos consideraban a los publicanos
como úlceras purulentas en el cuerpo social.
¡Jesús les da la razón enteramente!
En efecto, Él no está en absoluto de acuerdo
en cómo ellos tratan con esta enfermedad de codicia, egoísmo y afán de lucro explotador.
Marginan al enfermo, le aíslan y le ponen en cuarentena.

Jesús considera correcto otro camino y lo practica:
Él intenta curar la enfermedad enraizada profundamente en el corazón.
Saca al enfermo de su aislamiento,
que le empuja aún más profundamente a su enfermedad.
* Él no teme la proximidad del enfermo.
* Él se atreve a entrar en su casa.
* Él se deja invitar por el enfermo a comer.
* Él le ofrece confianza y despierta en él una fe
que activa los mecanismos de autocuración del enfermo.

A propósito de la fe: ¿Se acuerdan de ella?
Cuando Jesús cura a un enfermo, le dice siempre:
Tu fe te ha salvado.

La fe – fe regalada, bien entendido-
cura también a este Mateo.
En efecto, esto sólo tiene éxito por medio de su cooperación:
Él ansiaba quizás hace ya mucho tiempo encontrarse con Él.
Y ahora coge la oportunidad por los pelos:
* Él lo deja todo.
* Le abre no sólo su casa, sino también ante todo su corazón.
* Deja tras de sí todo su pasado muy pecaminoso,
* pone su futuro en las manos de Jesús
* y Le sigue lleno de confianza en un futuro,
que no puede vislumbrar en lo más mínimo.
Sencillamente se deja tocar por el afecto,
por la misericordia, por el amor de este Maestro.

¡Precisamente esto es la fe!
No se trata sólo de algunas verdades,
sino que aquí se trata del “sí” a una relación sin condiciones.

Así también describe Pablo la fe de Abraham:
Se abandonó él y su destino en Dios.
Se fío sin reservas de Su promesa.
Contra toda esperanza, él creía totalmente en la esperanza de que sería padre de muchos pueblos.
Y esto, aunque sabía evidentemente,
que él y su mujer tenían mucha edad.

“No dudaba de la promesa de Dios,
sino que fue fortalecido en la fe,
alababa a Dios –casi convencido de que Dios tiene poder para hacer lo Él ha prometido.”

Se comienza a analizar de nuevo críticamente en nuestros días aquel racionalismo que, desde la Ilustración impregna nuestro pensar y obrar
y del que el “milagro” desde un principio se considera como excluido:
* que la fe puede curar,
* que la fe puede cambiar radicalmente a una persona,
* que la fe “mueve montañas”
* y también puede sacar de quicio a este mundo.

Corrompidos racionalistamente, como nosotros estamos, se nos hace difícil creer verdaderamente
y nos cerramos nosotros mismos aquel futuro que libera, que se abrió para Mateo en la fe
y por medio de Jesús.

Pero esto también significa:
Que nosotros quedamos atrapados en todas nuestras enfermedades, en aquella rapacidad, en aquel consumismo, en aquel egoísmo y en aquella conducta explotadora,
a lo que también Mateo fue empujado -
por la angustia de perder la vida.

También así permanece nuestro mundo,
así también permanece nuestra sociedad prisionera
en aquella estrechamente enfermiza incrustación,
que no tiene ningún espacio para la solidaridad y la
misericordia.
Así se aleja nuestro mundo cada vez más de la venida del Reino de Dios,
por la cual nosotros como cristianos oramos diariamente. 
Pero ¿nos aventuramos
- sin reservas como Abraham o también como Mateo-
creyendo y esperando verdaderamente “contra toda esperanza
en la promesa de Dios en Jesucristo?

Amén.