Homilía para el Domingo Trigésimo Segundo del Ciclo Litúrgico (A)
6 Noviembre 2.005
Evangelio del Domingo: Mt 25,1 - 13
Lectura: Sab 6,12-16
Autor: P. Heribert Graab S.J. (2.002)
Dentro de catorce días, con el Domingo de Cristo Rey, llega a su fin el año litúrgico.
En el Evangelio de hoy, se recuerda un mensaje,
que nos acompañará en estas últimas semanas del año
y después también en Adviento:
“¡El Señor volverá para el juicio!
¡Vigilad! ¡Estad preparados!”

Oír esta llamada a la vigilancia –
es, en el sentido bíblico, “sabiduría”.
El orden de lectura de la Iglesia pone esta relación.
uniendo el Evangelio de las vírgenes prudentes y necias con un texto del Libro de la Sabiduría.

Desgraciadamente el Plan de Estudios Pisa
nos ha sacudido con la revelación de vacíos de saber que asustan.
¡Si hubiera preguntado en nuestro país por “sabiduría”,
nos hubiera dejado despeñarnos en el vacío!

Por eso se presenta como algo lleno de sentido
reflexionar hoy en la Misa sobre esta “sabiduría”,
que se contaba entre las virtudes cardinales para las generaciones primeras
y que, sin embargo, para nosotros hoy queda tan lejos,
que muchos ya no pueden iniciar nada con este vocablo.

Por consiguiente y por así decirlo, comencemos desde el punto cero y preguntémonos lo que significa verdaderamente ¡sabiduría!
“Saber” – esto es corriente para nosotros.
Nuestras ciencias han  acumulado una abundancia inmensa y ya no divisable de saber.
Pero cada uno en particular tiene que dominar
hasta el detalle, cada vez más del saber en zonas especiales cada vez más pequeñas,
si quiere hacer algo en este mundo.

Pero ¿qué significa “sabiduría”?
En primer lugar, se trata de conocer algo –
y no superficialmente sino en totalidad;
por consiguiente, mirar a través de las cosas
y descubrir su verdadera esencia.
Sabiduría significa también tener gusto en algo.
La palabra latina “sapientia”
tiene algo que ver con “Sapor” = gusto.
Un excelente cocinero me dijo una vez que
cada uno tendría que comprobar que le falta el gusto correcto para un plato;
el arte, sin embargo, reside en descubrir
lo que le falta concretamente ahora a este plato –
p.e. qué condimento o qué otro ingrediente.

Ciertamente, en este sentido, la sabiduría es un arte:
    El arte de la artesanía.
    Mucho más aún el arte de escuchar,
    el arte del dominio de sí mismo,
    el arte de relaciones con éxito,
    el arte de dominar la propia vida,
    el arte de reconocer el buen orden de Dios y de realizarlo,
    el arte de reconocer los límite de calculabilidad de la acción humana,
    y, por consiguiente, el arte de la apertura al actuar de Dios,
    el arte de dar a otros un consejo recto,
    el arte del gobierno justo.

 
Del arte del gobierno justo,
se trata concretamente en la lectura del día de hoy.
La introducción de la perícopa fue omitida desgraciadamente en el orden de lectura de hoy:
“¡Oíd, pues, Reyes y entended,
aprended, jueces, de los confines de la tierra!
El Señor os ha dado el poder…
Sois servidores de su Reino.
Pero no habéis juzgado rectamente,
ni observado la Ley
y no habéis seguido la sabiduría de Dios…
A vosotros, pues, soberanos se dirigen mis palabras
para que aprendáis sabiduría y no pequéis.”

Podrían llenársele a uno los ojos de lágrimas
si contempla la política hoy con el fondo de este texto de Sabiduría.
Y, sin embargo, sería todo tan sencillo –nosotros creemos en la Lectura de hoy-:
Quien busca la sabiduría, la encuentra.
La encuentra incluso sentada ante su puerta.
Más aún: Se pasea
para buscar a los que son dignos de ella.

En efecto:
Se tendría que meditar sobre ella
e incluso velar por ella.
quizás entonces se descubriría,
que una última determinación lo inhabita todo,
un sentido, que no se puede descuidar impunemente.

No sólo en la política, sino en todas nuestras percepciones existenciales
se trata de tomar en serio la total realidad del hombre y de la Creación
y de reflejar las experiencias de la vida
- también contradicciones y obscuridades –
en el horizonte del temor de Dios y de la veneración.

La sabiduría es algo así como una síntesis
del saber divino y humano en el orden de la Creación.
La sabiduría tiene su sede, no como el puro saber en la inteligencia,
sino en el corazón del ser humano –
diríamos hoy: en el centro de la persona.
Y quien vive de esa sabiduría, que Dios regala,
su vida tiene éxito.
Nada –dice la Biblia- es comparable con la sabiduría.
Todo oro parece a su lado como un poco de arena.
Es un inagotable tesoro para los seres humanos.
Todos los que la adquieren, alcanzan la amistad de Dios.

La sabiduría es un soplo de la fuerza de Dios.
Es de origen divino.
Aún no había creado el Creador el cosmos,
cuando era ya la sabiduría Su Hijo amado
y “era todos los día Su delicia” (Prov 8,30).

Juan hace suya esta teología bíblica de la Creación
en el Prólogo de su Evangelio
y la refiere a Cristo:
“En el principio era el Verbo
y el Verbo estaba con Dios,
y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio con Dios.
Todo se hizo por Él.
Y sin Él no se hizo nada de cuanto existe.
En Él estaba la vida
y la vida era la luz de los seres humanos.”

Del femenino “Sopfia”, de “sabiduría”
surge el masculino “Logos”, el Verbo.
Pero aún durante mucho tiempo fue para los cristianos una evidencia
que en Jesucristo resplandece la sabiduría de Dios,
y que nosotros tanto más tomaremos parte en esa sabiduría,
cuanto más aceptemos a Jesucristo
y vivamos en Su seguimiento.

La antigua “Santa Sofía” de Constantinopla,
por consiguiente, la iglesia de la Santa Sabiduría
¡es/fue una iglesia de Cristo!

Y celebrando a Jesucristo hoy en la liturgia,
celebramos la Sabiduría,
la madre y maestra de todas las artes,
ciencias y virtudes;
hija de Dios, salvadora del mundo,
compañera de camino en la vida,
colaboradora y consoladora en la necesidad.
Nos invita al banquete como anfitriona.
Construye su casa en medio de los seres humanos
Y sale al encuentro de aquellos que la buscan,
como una madre y como una esposa.

Celebrar la sabiduría en la liturgia,
es ya una consumación esencial de la sabiduría misma.
Navidad estará en el punto culminante de esa liturgia sabia, cuando se diga: “Y el Verbo se hizo carne”.
Debería importarnos en las semanas venideras,
que la sabiduría divina tome carne en el vivir diario de nuestra existencia y
en el vivir diario de este mundo en el que vivimos.

Amén