Homilía para el Domingo Vigésimo Séptimo del Ciclo Litúrgico “A”

2 Octubre 2.005
(Fiesta de acción de gracias por la cosecha)
Evangelio: Mt 21,33-44.
Autor: P. Heribert Graab, S.J. (2.002)
 Una parábola permite a menudo varias interpretaciones.
Así también la parábola de los viñadores homicidas.
Con mucha probabilidad podemos escuchar en esta parábola el tono original de Jesús.
 
En esta historia, Él se dirige
a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo,
por consiguiente, a la clase dirigente  de Israel.
Esta clase dirigente, a los ojos de Jesús,
hay que compararla
con los viñadores homicidas de la parábola.
Del mismo modo que estos viñadores
sólo buscan su propio provecho y
deniegan su (de él) parte al dueño de la viña,
así sucede a los responsables del pueblo de Israel,
por consiguiente del pueblo de Dios,
con sus propios conceptos religiosos y políticos,
con su propio influjo, con su propia conservación del poder.
Continuamente dejan marchar en vacío
a los mensajeros de Dios, Sus Profetas
e incluso los matan.
Por último, tampoco consideraron como necesario
- a diferencia de las prostitutas y los publicanos –
prestar atención al mensaje de Juan el Bautista
para abandonar su conducta pecaminosa
y consentir en el llamamiento de Dios.
 
Y ahora viene – por así decirlo, como última posibilidad – el “Hijo de Dios” mismo
para mover a la conversión a los corazones obstinados.
Jesús cuenta la parábola durante los últimos tres días de Su vida en Jerusalem –
por consiguiente, en un tiempo en que Su destino
ya se vislumbra muy claramente en el horizonte.
 
Pero aún no se ha hecho realidad la última consecuencia de la parábola;
aún no se ha procesado a Jesús formalmente,
aún Él no cuelga de la Cruz.
La parábola apunta a la pregunta definitiva:
“¿Qué hará el Señor de la viña con tales viñadores?”
 
Por consiguiente, Jesús no predica el inevitable juicio de Dios,
más bien quiere con la pregunta final abierta,
por así decirlo, despertar sacudiendo a los y a las oyentes para moverlos a la conversión.
 
Mateo apunta ahora esta parábola
en un tiempo
en que “el Hijo” ya había sido asesinado
para un decisivo después.
Más aún, escribe la parábola en el tiempo pospascual,
con el fondo de la fe en la Resurrección
de las primeras comunidades cristianas.
Por consiguiente, para Mateo y su comunidad ya está claro,
que la brutal muerte del Hijo
no significa el final de la historia de Dios
con Su pueblo,
sino que por medio de la Resurrección
se señaló un nuevo comienzo definitivo.
 
Conforme a eso, Mateo intercala aquí con la mirada en Jesús,
el Cristo Resucitado,
la cita del Salmo 118:
“La piedra que desecharon los arquitectos,
se ha convertido en piedra angular.”
Y en Mateo se cierra la perícopa de la parábola no con una pregunta, sino con una constatación:
“Se os quitará el Reino de Dios
para dárselo a un pueblo
que produzca sus frutos.”
 
Más tarde, muy forzadamente, se ha interpretado esta redacción de Mateo de la parábola en relación con el pueblo de Israel,
que por la “muerte del Hijo” es condenado definitivamente,
y en relación con el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia,
que ahora finalmente produce
los frutos esperados por Dios.
Y como consecuencia de esta interpretación
se originó aquel funesto antisemitismo en la Iglesia,
que en el transcurso de la historia siguiente condujo a innumerables pogromes
y finalmente también – en todo caso como una raíz –
tuvo como consecuencia el Holocausto.
 
Pero probablemente Mateo mismo lo ha contemplado mucho más preocupado por el futuro del “nuevo Pueblo de Dios”.
Ya a través de las primeras experiencias con la comunidad de Jesús,
cuyos puntos débiles ya pronto se hicieron visibles,
Mateo se siente inducido
a poner ante la vista de esta comunidad en juicio sobre Israel el propio destino amenazador.
Por consiguiente, él quiere decir:
La comunidad está bajo el peligro permanente
de una falsa auto-seguridad
y tiene que realizar su propia auto-comprensión
por medio de la praxis de producir fruto de nuevo continuamente.
 
Así comprendido, conserva esta parábola también para la Iglesia de hoy
y para nosotros como cristianos del siglo XXI,
y sobre todo naturalmente para los funcionarios de esta Iglesia
su permanente e insistente actualidad.
¿Hasta qué punto vivimos nuestra fe,
la vivimos según las representaciones de Dios
del “Reino de Dios” que despunta?
¿Hasta qué punto entregamos hoy frutos, cosecha tras cosecha, para la formación del futuro de Dios?
 
¿Podemos estar verdaderamente tan seguros
de que esta Iglesia – así como se representa hoy –
tiene permanencia para toda la eternidad?
¿No podría ser que ya hoy por lo menos esta o aquella expectativa de Dios sea respondida
antes por otros?
¿Por consiguiente, que otros entreguen aquellos frutos,
que verdaderamente debíamos entregar nosotros?
 
Preguntémonos alguna vez,
¿por qué fuera de la Iglesia tanto movimientos espirituales (y también charlatanes)
satisfacen la necesidad de las personas – y también de los cristianos – de alimento espiritual básico y de sentido, notoriamente más que la Iglesia,
a la que, sin embargo, es encomendada esta misión?
 
O tomemos como ejemplo el cuidado de la Creación que nos ha encargado Dios:
¿El movimiento ecológico no produce claramente más frutos que la Iglesia, que nosotros cristianos,
que nos hemos convertido casi sin discernimiento en una sociedad que gasta el dinero sin ton ni son?
 
Ciertamente este punto de vista sugiere
sobre todo hoy en la fiesta de acción de gracias por la cosecha – tomar en consideración otra interpretación adicional de la parábola.
Aceptemos
que la viña arrendada por Dios a nosotros, fuera toda la Creación, esta tierra, el cosmos en total.
¿Cómo tratamos con ella?
Sacamos los frutos que se pueden sacar,
por consiguiente, explotamos la Creación
hasta que no da más.
Algunos tienen exclusivamente su propio provecho ante la vista.
Para la mayoría se trata del propio bienestar,
del bienestar aquí en nuestros ricos países,
finalmente del bienestar de esta generación que vive ahora.
¿Quién piensa ya en los pobres?
¿Quién piensa en las generaciones venideras?
Producir frutos también para ellas –
¡esto significaría producir frutos para el “Señor de la Viña”!
“Lo que hayáis hecho al más pequeño de Mis hermanos,
a Mí me lo habéis hecho”, significa:
¿No están mencionados con ello ciertamente los pobres?
¿No están mencionadas con ello también
las futuras generaciones,
que en todo caso pertenecen en el sentido
a los “más pequeños”,
porque ellos hoy no tienen voz alguna?
 
Quizás ésta es una interpretación bastante desacostumbrada de la parábola.
Pero permítase en la fiesta de acción de gracias por la cosecha como un impulso para reflexionar.
 
Amén.