Homilía para el Domingo Décimo Quinto del Ciclo Litúrgico “A”
10 Julio 2.005
Lectura: Is 55,10-11; Evangelio: Mt 13,1-9;
Autor: Heribert Graab, S.J. (2.002)
Esta mañana, en la Misa de los niños,
por supuesto hemos contemplado nuestro ambón.
Éste representa en sus relieves de bronce
las imágenes de la parábola del sembrador.
 
Después no nos hemos ocupado tanto de la diferente condición del suelo,
de la cual se trata sobre todo en la parábola.
Más bien hemos contemplado de forma más precisa la siembra.
Finalmente yo he pasado un cuenco con granos de trigo entre los niños.
Quedó rápidamente claro lo que crece de estas semillas,
si caen en suelo fértil:
naturalmente trigo.
 
Después, sin embargo, fue más difícil:
Como segunda parte pasé un cuenco con pequeñas letras.
¡También esto son simientes!
Con las letras formamos palabras;
y todos nosotros esparcimos palabras como el sembrador la simiente.
 
El sembrador se fija mucho en la calidad de la simiente –
quisiera dentro de poco cosechar trigo bueno y nutritivo de su siembra.
Pero ¿cómo va la siembra de las palabras,
que día tras día sembramos -
demasiado a menudo sin control de calidad?
 
Buena simiente produce buenos frutos,
mala simiente, malos frutos –
esto es válido también aquí.
 
“Toda persona debe estar preparada para escuchar rápidamente,
pero  debe ser moderada en el hablar”,
se dice en la Carta de Santiago.
Por consiguiente: ¡control de calidad!
 
En tres imágenes plásticas habla Santiago
de los efectos de las palabras,
que formulamos con nuestra lengua:
“A los caballos les metemos el freno en la boca
para que obedezcan, y poder así dirigir todo su cuerpo.
Lo mismo pasa con los barcos: por muy grandes que sean y por muy recio que sea el viento que los impulsa, un pequeño timón basta para que sean gobernados a voluntad del piloto…
Y como un fuego pequeño
puede hacer arder un gran bosque.”
Nosotros hemos experimentado ciertamente esto
de nuevo en los asoladores incendios
de los Estados Unidos.
Del mismo modo que nuestras palabras,
tienen estas pequeñas “semillas”,
así nuestra lengua, este pequeño miembro corporal,
tiene enormes repercusiones para lo bueno y para lo malo, opina Santiago.
 
Probablemente él ha tenido sobre todo malas experiencias,
como también nosotros las podemos tener día tras día, si sólo abrimos los ojos al periódico.
Por tal motivo dice Santiago:
“También la lengua es un fuego,
un mundo lleno de injusticia.
La lengua es el miembro
que corrompe a toda la persona
y hace arder el curso de la existencia…”.
Y sigue diciendo:
“Con la lengua bendecimos al Señor y Padre,
y con ella maldecimos a los hombres,
creados a semejanza de Dios.
De una misma boca salen maldición y bendición.”
 
Por consiguiente:¡Control de calidad!
Antes de hablar a tontas y a locas,
primero respirar profundamente una vez
y considerar lo que queremos decir
y qué efectos tendrá,
qué frutos dará.
 
Mucha de la discordia en nuestras familias,
en nuestra vecindad y en el lugar de trabajo
no es otra cosa que el fruto envenenado
de palabras envenenadas,
que no hemos sometido a ningún control de calidad.
 
Podríamos evitar
muchas heridas profundamente transcendentales,
si ponderásemos antes la siembra de nuestras palabras.
 
Cuántas palabras de mesas de tertulias,
prejuicios
y cuánta verborrea política irresponsable
divulgamos y repetimos sin considerar los frutos –
cuando aquí esta la descalificación de los parados como holgazanes,
la marginación de los refugiados
y de los extranjeros en suma,
la escisión de nuestra sociedad
en los que tienen voluntad de rendir y
los que rehúsan rendir,
en fuerzas productivas y zánganos,
en vida digna e indigna.
 
Con frases políticas hacemos de la injusticia manifiesta,
justicia deseable,
de las raíces de la discordia
elementos irrenunciables del orden social.
 
Por el contrario nosotros mismos experimentamos también continuamente
el bien que nos hacen las palabras de reconocimiento,
de ánimo y de amor.
Aún las más pequeñas amabilidades llevan frutos para todo el día:
una amistosa palabra de saludo,
un agradecimiento de corazón,
la petición de disculpa,
o la contestación afirmativa: “Te disculpo.”
 
En una sencilla canción infantil,
que hemos cantado hoy,
hemos comparado estrofa por estrofa,
palabra de siembra y palabra de cosecha:
* Cuando uno dice, yo te quiero, tú (dices)
te encuentro sinceramente bien,
entonces se me pone carne de gallina
y también un poquito de valor.
* Cuando uno dice, yo te necesito, tú (dices)
yo no logro hacerlo todo solo,
entonces algo bulle en mi vientre,
ya no me siento insignificante.
* Cuando uno dice, ven, camina conmigo,
estemos juntos,
entonces me pongo colorado porque me alegro
entonces se alegra la vida.
 
Después en las últimas estrofas se dice:
* Dios te dice, te amo
y sería con gusto tu amigo:
y esto que tú no puedes hacer solo,
lo hacemos juntos.
 
Esto hace recordar la fuerza actuante de la Palabra de Dios que hace feliz,
de la que se dice en la Lectura de Isaías:
“Como la lluvia cae del cielo…
y empapa la tierra,
la fecunda y la hace germinar…
Así pasa también con la palabra que sale de mi boca:
No volverá a mí de vacío,
sino que cumplirá mi voluntad
y llevará a cabo mi encargo…”
 
En el Evangelio de Juan, Jesús mismo es denominado la Palabra viva de Dios.
Esta Palabra consigue sobre todo aquello para lo que es sembrada:
El Reino de Dios, el Reino del Amor y el Reino de la Justicia,
el Reino de la paz y de la perfección humana.
 
Esta Palabra lleva rico fruto
– en nosotros y también por medio nuestro –
cuando nos abrimos como suelo fértil para su siembra.
 
Amén.