Homilía para el Domingo Duodécimo
del Ciclo Litúrgico “A”

19 Junio 2.005

Evangelio: Mt 10,26-33.
Autor: P. Heribert  Graab S.J. (2.002)
(en parte según las sugerencias de Wilhelm
Benning en “Pueblo de Dios” 5/2002)
“¡No temáis!”
¿Lo recuerdan?
Ya hemos oído esta expresión una vez
hace bastante, exactamente hace medio año:
Como mensaje del ángel a los pastores:
“¡No temáis!
Pues hoy os ha nacido el Salvador.”
Y después otra vez en el punto culminante del año litúrgico,
en la noche de Pascua,
como mensaje a las mujeres, que habían ido a la tumba:
“¡No temáis!
El que buscáis no está aquí,
ha resucitado.”

Y ahora
- en un domingo muy normal del ciclo litúrgico –
escuchamos esta expresión de boca de Jesús mismo
y la misma por tercera vez.
“¡¿Se te tiene que decir todo tres veces?!”
Esto lo tuve que escuchar aquí y allí de mi madre,
cuando yo por algún motivo “me subía a las barbas”.
Probablemente ustedes conocen esta expresión.

Por consiguiente, Jesús nos dice en pocos renglones
lo mismo tres ves con urgencia progresiva:
“¡No temáis!”
Él lo dice hoy, en un tiempo
que está grabado de angustia por muchas consideraciones:

* Desde el 11 de Septiembre hay muchas personas en el mundo llenas de angustia.
Muchas cosas en política son dictadas por la angustia desde el 11 de Septiembre.
En estos meses de verano muchas personas en vacaciones renuncian a volar porque tienen angustia.

* Después de los muchos escándalos en la agricultura y en el negocio de los forrajes,
no pocos de nosotros dejan echar a perder su apetito por la angustia ante la enfermedad.
Sobre todo el cáncer se ha convertido en un azote de angustia.

* La angustia ante la muerte pesa a las personas;
pero casi todavía más la angustia ante la vida.
Sobre todo los jóvenes huyen a mundos ficticios
o incluso a la muerte
por la angustia de no estar a la altura de la vida.

* La angustia enferma.
La angustia misma se ha convertido en una enfermedad.
Psiquiatras y psicoterapeutas,
clínicas y hospitales estatales
experimentan un aluvión de pacientes de angustia.

* Y después aún está la angustia
de no hacerse responsable de algo
que uno cree auténtico, importante y valioso.

Jeremías estuvo asaltado por esta angustia
siempre y siempre de nuevo.
Y muchos otros profetas
huyeron – como Jonás – ante la misión y el envío de Dios.

Por último esta angustia paraliza a muchos cristianos:
Ya entonces a los discípulos de Jesús,
que fueron los destinatarios de las palabras de Jesús en primer lugar.
Pero después también a la comunidad de Mateo,
a la que sobre todo este evangelista marca a fuego, por así decirlo, las palabras de Jesús en la frente y en el corazón.
Y finalmente esta angustia nos paraliza también a nosotros mismos para responder a nuestra fe en Cristo y en Su Evangelio:
Conservamos la fe con más gusto en un pequeño aposento silencioso
que la gritamos “desde la azotea”.
El miedo a ser objeto de risas o burlas,
incluso nos impide en público
- por ejemplo en la mesa de un restaurante -
hacer la señal de la Cruz y orar.

Se trata continuamente de la angustia ante una pérdida:
Ante la pérdida del aprecio de los semejantes,
ante la pérdida del amor de los padres, amigos y parejas,
ante la pérdida de la salud y de la alegría de vivir,
ante la pérdida del fundamento principal de la vida
o incluso ante la pérdida de la vida misma.

Sobre este fondo también se nos dice:
“¡No temáis!”
Y esto no es ni un consuelo fácil,
ni una palabra de ánimo superficial.
Aquí nadie habla de un idilio
o de un mundo salvado.
El discurso de Jesús es enteramente de persecución y de muerte.
Él mismo sabe
qué tempestades se ciernen sobre Él.
Y Mateo cita la expresión de Jesús en un tiempo
en que la situación meteorológica general para la joven Iglesia
era muy diferente a color de rosa.
Entonces el viento dio en la cara a aquellos,
del mismo modo que hoy sopla en la cara
de las personas verdaderamente creyentes,
que también toman partido por su fe.

La palabra de Jesús es más bien una promesa de Dios, una promesa que corresponde al contenido fundamental del mensaje bíblico.
La palabra de Jesús es el mensaje de toda
Su vida, que encuentra su expresión ya en
Su Nombre:
“¡Dios salva!”

En esta palabra de Jesús,
que es ratificada por la experiencia pascual,
se halla una enorme fuerza –
frente a la que todo palidece
y perece como soplo de viento;
lo que políticos y especialistas en publicidad ponen hoy sobre la mesa para nosotros
como consuelo, tranquilidad o seguridad,
es un paquete de acciones “absolutamente seguro”,
es una renta de miseria,
es éste o aquel seguro,
o son “las piedras sobre las que se puede construir”.

Aquí se trata de un “mensaje celestial”,
que aporta Luz a nuestra vida,
que puede hacer florecer nuestra vida.
Con la doble imagen llena de confianza del gorrión, que él mismo si cae del cielo y muere,
cae en las manos protectoras de Dios,
y de los cabellos de nuestra cabeza
- incluso ellos no son indiferentes a nuestro Padre del cielo –
con estas imágenes Jesús sitúa su expresión:
“¡No temáis!”
en el extenso contexto del invencible Amor de Dios.

Luego yo puedo abandonarme.
Esto me permite reanimarme:
Hay algo
más allá de todas las angustias y necesidades,
más allá de peligros y temores,
más allá de toda preocupación y de toda obscuridad –
hay algo
en lo que yo me puedo abandonar absolutamente,
sin condiciones:
Precisamente este amor atento de Dios.

Luego yo puedo confiar ilimitadamente.
Y por la fuerza de esta confianza
puedo andar erguido,
me puedo adherir conscientemente a Jesucristo y a Su mensaje.
No hay nada más ayudador, nada más liberador
que lo que una persona pueda decir a otra persona.

Amén