Homilía para el Primer Domingo de Cuaresma, del ciclo litúrgico ‘A’
26 Febrero 2023
Lectura: Gn 2,7-9; 3,1-7
Evangelio: Mt 4,1-11
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Al principio de Cuaresma está el Miércoles de Ceniza y para los católicos cristianos la cruz de ceniza.
¿Qué significado tiene esta ceniza en la frente,
en la cabeza de una persona?
Muchos cristianos contestarán espontáneamente:
Es un signo de penitencia por todos nuestros pecados,
por tanto, un signo de replanteamiento y de inversión de esta alocada y equivocada vida de rebelión contra Dios, que es fuente y origen de la vida.

Esta falsedad de la vida la sitúa la Sagrada Escritura al comienzo de la historia de la humanidad,
cuando Eva es tentada por la serpiente:
Ella sucumbe a esta tentación y arrastra a Adam
con ella a la desgracia.

Ya en esta “historia bíblica del pecado original”
se muestra que incluso la Biblia como revelación divina es al mismo tiempo obra humana –contada
por autores humanos y escrita en papel,
concretamente de seres humanos en un ámbito del todo patriarcal:
Para estos naturalmente la mujer se halla al comienzo de la historia de pecado de la humanidad.
También el hombre forma parte de esta historia de pecado, pero se le representa como una víctima de la seducción de la mujer.
La Iglesia – asimismo grabada patriarcalmente-
ha aprovechado más tarde un modo de relato “torcido” y tendencioso y aún lo desarrolla continuamente.

Volvamos de nuevo a la pregunta preliminar:
¿Qué significa la ceniza al comienzo de la Cuaresma?
En primer lugar y sobre todo nos recuerda lo efímero de esta vida:
“¡Ten presente que eres polvo
y en polvo te convertirás!”

En la Lectura bíblica ahora lo hemos escuchado:
“¡Dios, el Señor, formó al ser humano de la tierra!”
Esto es válido para el hombre y la mujer de la misma forma:
¡El ser humano es creado por voluntad de Dios de materia efímera!
Esto no cambia nada cuando de nuevo se dice:
Dios “insufló en su nariz un aliento de vida”-
incluso cuando interpretamos este término
“aliento de vida” como aquel Espíritu de Dios donante, que es la vida:
El ser humano es y permanece unido a la materia efímera.

Esta unión a la materia pone al ser humano múltiples límites.
Esto les fue a Adam y a Eva evidentemente claro desde el principio.
Sino la serpiente  no les hubiera podido sugerir:
“¡No moriréis!
¡Vosotros seréis como es Dios – inmortales!

¡Querer ser como Dios
es la auténtica tentación del ser humano hasta hoy!
Ciertamente en una época,
en la que el avance científico sugiere el pensamiento:
¡Nosotros podemos hacer casi todo!
¡Nosotros somos los señores (¡y las señoras!) de la vida!
¡Y ciertamente aquí está de moda orientar el pensamiento en otro sentido!

Una nueva dimensión y una perspectiva totalmente nueva presenta la pregunta sobre la vida y sus límites, porque Dios finalmente en Jesús de Nazareth se ha hecho ser humano y también se ha integrado en la materia de este mundo.
La madre de todos los seres humanos, Eva,
se ha convertido también en Su madre.
Jesús muestra como uno de nosotros,
que es posible en este mundo y bajo sus condiciones
vivir como un ser humano a imagen y semejanza de Dios y dar al amor de Dios manos y pies en este mundo.

Por medio de Su muerte en Cruz y de Su Resurrección, Él nos abre también a nosotros la participación ilimitada en Su vida en la plenitud pascual.
El ser humano salvado por Cristo ya no experimenta la muerte como ruina sino como paso y transformación.

De esta forma también encuentra la nostalgia humana,
que ya empujó a Adam y Eva, su cumplimiento.
El proceso de repensar en Cuaresma
debe conducirnos finalmente a una fe profundizada en la plenitud pascual de nuestra vida.
Porque: “Dios no quiere la muerte sino la vida. Jesús ha venido para que tengamos Vida en plenitud.”
(Jn 10,10)

Amén
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