Homilía para el Tercer Domingo de Pascua del ciclo litúrgico C
1 Mayo 2022
Evangelio: Jn 21,1-14
Autor: P. Heribert Graab, S.J.
Hemos escuchado ahora otra vez uno de los relatos de aparición del Cristo Resucitado.
A mí personalmente este relato del Evangelio de Juan me conmueve más que todos los demás relatos
pascuales:
Aquí no se relatan sólo experiencias exteriores,
aquí aparece más bien lo que estas experiencias exteriores desencadenan en el interior de las personas afectadas y en las relaciones entre ellos.

El relato del Evangelio comienza con los discípulos de Jesús,
que tras el schock del Viernes Santo
buscaban una nueva vida con contenido.
Habían renunciado a la ‘vida antigua’,
cuando siguieron el llamamiento de Jesús.
Pedro intenta aferrarse de nuevo a su vida anterior como pescador.
Pero su entusiasmo se mantiene dentro de unos límites.
Más bien suena resignadamente su invitación a los demás.

Pero entonces de repente Jesús está a la orilla del lago.
Ellos no Le reconocen.
De nuevo el tipo del ‘Extranjero’,
al que encontramos tan frecuentemente en los relatos pascuales:
Piensen ustedes, por ejemplo, en María de Magdala en la mañana de Pascua o en los discípulos de Emaús que van por el camino.
¡El Resucitado los encuentra a todos como el ‘extranjero’!
También para nosotros el Resucitado es totalmente forastero.
Se dice que Él nos encuentra en medio de la vida diaria.
Pero ¡nosotros no Le reconocemos!
Los teólogos no dicen por casualidad que
Dios es ‘el totalmente Otro’.
Su mundo es y permanece para nosotros desconocido-
así también el Resucitado que participa de realidad de Dios.

A la pregunta de Jesús “¿No tenéis algo para comer?” la breve y brusca respuesta es “¡no!”
Más breve no puede ser.
En esta respuesta suena aún la enorme decepción del Viernes Santo:
¡Déjanos en paz!

Sin embargo, el Evangelio no responde a esto.
Para él sólo es importante la misión de Jesús y
la experiencia resultante de ella para los discípulos:
“Echad la red al lado derecho de la barca…”

Con esta misión de Jesús, con la actividad de los discípulos y con el imponente resultado de su actividad, se anuncia la vuelta a la Pascua:
Así capturan tantos peces
que no pueden tirar de la red.
La riqueza en peces es para los pescadores del lago
riqueza de vida, abundancia de vida.

Posiblemente para nosotros la superabundancia de alimentos ha sido tan natural,
que no descubrimos ninguna señal en esto
como maravilloso regalo de la vida por medio del Creador,
y ¿¿¿ahora menos que nunca para la renovación de la plenitud de la vida en Pascua???

¡Tampoco los discípulos de Jesús entienden nada en esta mañana!
Con una excepción:
El discípulo al que Jesús amaba reacciona de forma espontánea:
“¡Es el Señor!”
Apenas se puede aceptar,
que fuese un reconocimiento con sus cinco sentidos naturales.
Apenas se puede aceptar,
que una conclusión racional tan rápida saliese de la abundancia de la pesca.
Más comprensible es que
fue un reconocimiento por medio del ‘sexto sentido’ del amor,
un reconocimiento,
que ya se tiene que denominar un reconocimiento por la fe.
No por casualidad fe, esperanza y caridad forman en la tradición cristiana hablada una indisoluble unidad.
Podríamos preguntarnos,
si está quizás en la falta de amor a Jesucristo
y en la falta de unión amistosa con Él.
el que cuando tenemos problemas, no reconozcamos al Resucitado.

Arrojemos aún una mirada sobre este fuego,
que de repente arde ante Jesús en la playa.
En primer lugar si la pregunta hubiese sido
"¿Tenéis algo para comer?" y entonces -como si hubiese surgido de la nada- ¡sobre el fuego Pan y Pez!

Para los discípulos el fuego en la orilla
significaba en primer lugar un calor agradable totalmente real después de la fría noche y
probablemente también un calor interior
después de aquel Viernes Santo,
que dejó helados sus sentimientos.
Pan y Pez puede haberles recordado
lo hambrientos que estaban después del  trabajo nocturno.
Pero quizás recordaban también aquel suceso,
en el que Felipe había preguntado:
Cómo podremos conseguir algo para que coman todas estas personas,
que han seguido a Jesús a una apartada comarca
para escucharLe.
Entonces un joven trajo cinco panes y dos peces.
Y después se saciaron, al menos cinco mil hombres
y además sobraron doce cestos con restos de pan.
Y ahora en la temprana mañana: De nuevo Pan y Pez.
Y a pocos metros de distancia de ellos aún yacía en el agua: La red desbordante de peces.
Tan despacio alborea para ellos.
Pero ninguno se atreve a preguntar “
¿Quién eres Tú?”;
pues entretanto el último de ellos ha reconocido:
¡Es el Señor!

¿Y nosotros?
¿Comprendemos los signos del Resucitado en nuestra vida?
¿Qué signos podrían hacerle presente en mi vida totalmente personal?
y ¿en nuestro mundo actual y sobre todo en la Iglesia?

¡Sobre todo interioricen ustedes estas preguntas en esta semana!
Pero hoy quisiera para concluir examinar
este relato pascual del Evangelio de Juan
según posibles respuestas a las preguntas penetrantes
ante las que nos coloca en la actualidad la guerra de Ucrania.

El Resucitado consigue transformar de un modo muy sensible la experiencia de la muerte, el sufrimiento y la miseria del Viernes Santo:
* Pan y Pez, signos de una vida en plenitud, sustituyen la frustración y las experiencias de pérdida y muerte;
* un fuego cálido y que invita crea una sensación de seguridad y un nuevo compartir:
ahora se sientan juntos en círculo alrededor del fuego, se miran unos a otros, entran en diálogo,
se liberan internamente de la agobiante impresión del Viernes Santo
y se abren por medio de la agradable experiencia de la calida reunión y del compartir una comida
a un futuro nuevo, pacífico y digno de ser vivido.

Todo esto se halla en una flagrante contradicción
con el rearme, la violencia de las armas y la guerra;
pero también con las sanciones y el comportamiento de las colaboraciones y de los foros de diálogo.
Necesitamos más y no menos estados colaboradores;
necesitamos encuentros de jóvenes también allí donde hasta ahora no hubo;
tendríamos urgentemente una fiesta de Pascua conjunta más allá de todas las fronteras de países y de confesiones,
como una fiesta de la reconciliación, de la paz y de la vida.
Pero no por casualidad celebramos los cristianos cada domingo la Pascua;
¡Recuperemos lo perdido mejor hoy que mañana
y empleemos para ello nuestra fantasía y creatividad!

Amén
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